La muerte de la persona que más amas puede ser desgarradora e insipida. Cruel.
Y Levi tiene que pasar por eso tras la pérdida de su omega.
Sin embargo, con la llegada de un gatito, su vida no es tan miserable.
Por las noches, el alfa observa a la lu...
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— no sé cómo llamarte.-- se cuestionó el alfa, cargando en sus manos a esa mota de pelo marrón para después colocarlo en la ventana.
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El minino lo observaba con esos enormes ojos verdes, aquellos que por algún motivo le recordaban a su Eren. El gatito maulló en su dirección para sacarlo de sus pensamientos, cualquiera que fuera, que le estuviera haciendo poner esa cara tan triste.
Levi lo mira, un fragmento de memoria ha cruzado en su cabeza.— creo que sólo te llamaré, pequeño.
— ven acá pequeño travieso. La risa cantarina de Eren se escuchaba por la sala, huyendo de Levi, quién algo cansado trataba de darle las vitaminas a su terco e hiperactivo Omega.
— ¡atrapame si puedes, alfa lento!
Una sonrisa nostálgica se asomó por ese rostro pálido y algo cansado.— si, así te llamarás.
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Han pasado ocho meses, pequeño se había vuelto muy importante para el alfa, pero de pequeño ya no tenía nada, el gatito había crecido mucho en ese tiempo, tanto que ya no cabía en su exclusiva camita, ahora todos los días dormía con Levi. Lo más curioso, es que la camita no le servía de nada, puesto a que siempre por las noches, el animalito se acurrucaba en el cuello y por debajo de la barbilla de su humano.
