Capítulo 4: Flores de manzano

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La Bella Durmiente

Capítulo 4: Flores de manzano

Los días corrían a través de su ventana, que una noche después, al despertar, estaba enrejada. Y sobre el alfeizar, pétalos de florecillas rosas fueron la evidencia. Binnie apretó los puños y se empequeñeció en su cama, siendo espectadora del alba, del crepúsculo y la noche más desoladora.

Libros abiertos rodeaban su figura, pero no había ojos curiosos que los releyeran.

Una y otra vez, como el pasar perezoso de las nubes desde la torre más alta de su castillo personal, recordaba ese poema, que ahora no tenía en sus manos, sino esas cálidas que sentía sobre las suyas, aunque ahí no estuvieran.

Así es, no volveremos a vagar —murmuró con la mejilla a la colcha y la voz ronca, agotada de tanto maldecir y desear escapar— ...Tan tarde en la noche, aunque el corazón siga amando, y la luna conserve el mismo brillo... —recitaba de memoria, entrecerrando los ojitos cansados para permitirse soñar.

Con él.

••••••

Pues, así como la espada gasta su vaina, y el alma consume el pecho, asimismo el corazón debe detenerse a respirar, e incluso el amor debe descansar —murmuró el príncipe Leo con una pequeña sonrisa. La voz de ella aún la tenía tan presente. La brisa nocturna ondeaba sus cabellos y la luna llena se reflectaba en la cesta de manzanas a su lado— Aunque la noche fue hecha para amar, y los días vuelven demasiado pronto, aun así, no volveremos a vagar a la luz de la luna —miró al cielo y suspiró, cerrando el pequeño libro de páginas amarillentas— No recito tan bien a Lord Byron como ella, ¿verdad, SiWol?

Los días corrían delante sus ojos, que, sin advertirlo, dejaron de hallar a aquella Bruja de los Bosques alrededor. Ni rastros de su voz severa, su risa bonita y esa cascada de sirena maldita. El príncipe miró de reojo al caballo, que, con las orejas gachas y los grandes ojos tristes, también la añoraba. Ambos fueron espectadores del alba, del crepúsculo y las noches más desoladoras.

La doncella no había vuelto más. No se preocuparía, porque la luna conservaba el mismo brillo y el corazón sigue amando, aunque ya no esté.

La esperaría, todos los días la esperaba en el mismo lugar, y ella lo añoraba, en su mismo lugar.

••••••

El amanecer deseó ser indulgente con ella, las avecillas intentaban animarla con su canto entre los barrotes y la luz del sol acarició sus mejillas. Binnie se levantó, y aunque sonrió a los pajaritos darle los buenos días, sus ojos se mantenían vacíos.

Se levantó y desvistió, mirando su reflejo en el agrietado espejo contra la pared. Recordaba demasiado bien esas rajas que distorsionaban su silueta. Las cicatrices aún seguían ahí en sus nudillos y ese cuerpo que no sentía suyo, también. Deslizó sus manos por su piel, evaluando su cintura estrecha, sus largas y esbeltas piernas, sus brazos estilizados, aunque fuertes, pero también estaba ahí el pecho plano y la vergüenza entre sus piernas. No había visto a otra mujer en su vida, pero estaba seguro que ellas no eran así.

En su corazón no lo sentía de esa manera.

Esos vestidos colgados a un lado eran sencillos por la humildad de su hogar, pero hermosos a su manera, y ellos no le producían ilusión. Ni el largo cabello que alcanzaba su cintura, ni las facciones de princesa.

¿Princesa?

No se sentía una princesa.

Aunque, si el Príncipe Leo era quien se lo decía, lo podría aceptar. Porque para él las princesas también pueden tomar espadas y luchar. Porque para él las princesas pueden pensar y ser tomadas en serio.

La Bella Durmiente (LeoBin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora