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capítulo once. Espadas y caniches rosados.
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❝ Nunca rechaces una oportunidad, incluso cuando esta disfraza en forma de caniche. ❞
ೃ⁀➷❑┊samantha garcía.
Esa noche nos sentimos bastante desgraciados.
Acampamos en el bosque, a unos cien metros de la carretera principal, en un claro donde, al parecer, los adolescentes mortales hacían sus fiestas donde, con suerte y gracia de Atenea, no quedaban partidos por la mitad. El suelo estaba lleno de desechos, como latas aplastadas, envoltorios de comida rápida y... ¿cigarrillos?
No manches. Cigarrillos.
Habíamos sacado algo de comida y unas mantas de la casa de Medusa, pero no nos atrevimos a encender una hoguera. Suficientes monstruos por hoy.
Decidimos dormir por turnos. Percy se ofreció voluntario para hacer la primera guardia. Annabeth se acurrucó junto con Jess y apenas sus cabezas tocaron el suelo, empezaron a roncar suavemente. Solté una pequeña risa y ellas, encabronadas hasta cuando duermen, me mascullaron un «Cállate».
Negué con la cabeza y me acosté sobre una manta. Traté de ver el cielo, pero las estrellas no se veían. Hundí los labios y alcé las manos sobre mi cabeza, haciendo un gesto, como apartando una cortina, y enseguida el humo y algunas nubes se apartaron, permitiéndome ver unas pocas constelaciones. Me volví a acomodar, con las dos manos en el estómago, y entonces sentí y vi como una sombra se acercaba. Por encima de mí, la silueta de Percy se dibujó suavemente.