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capítulo dieciocho. Así te quería agarrar, puerco.
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❝ La arrogancia del hombre es muy arriesgada. ¿La de un dios? Mejor ni te cuento. ❞
ೃ⁀➷❑┊samantha garcía.
—Juro que voy a matarlo.
—Muchos intentaron matarlo, Jessica.
—¿Y qué? Tal vez lo logre.
—O tal vez resultes convertida en ardilla y atropellada con su Harley.
—Sería una muerte divertida.
—Samantha te contagió la imprudencia.
—Te escuché, sabionda.
—Ya, háganme el favor de callarse, estoy pensando.
—Tu madre estaría orgullosa.
Y esos somos nosotros, tumbados en la arena.
Cuando llegamos a la boya de salvavidas, esperamos unos minutos, con los hombros caídos y los corazones temblando, hasta que llegó una lancha guardacostas a buscarnos. Nos dejaron en el embarcadero de Santa Mónica, con toallas en los hombros y botellas de agua que decían: «¡SOY APRENDIZ DE GUARDACOSTAS!».
Apenas llegamos a la costa, nos desplomamos en la arena, respirando como poseídos y de vez en cuando alzando la cabeza para vernos los unos a los otros.
Yo simplemente caí de rodillas y después de espaldas, con la parte interna del codo encima de los ojos y los talones clavados en mi espalda baja.
