EP 13: DOS CAFÉS.

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Intenté durante dos días alejarme de Natalia y poner algo de distancia entre nosotras, porque sentía que, tanto ella como yo, teníamos que reflexionar sobre muchas cosas. Era necesario despejar la mente y ocuparla en otros temas, desintoxicarnos de nuestra cercanía y de esa sensación tan reconfortante que inundaba nuestro pecho cada vez que estábamos juntas. Y que a mi, por lo menos, me alejaba de la realidad.

No lo conseguí.

Me encontré con una versión de mí misma frustrada y malhumorada y, aunque me había costado asumirlo varias noches de insomnio, por primera vez desde que ejercía esta labor, tuve miedo. El optimismo que me caracterizaba había desaparecido. Estaba enamorándome de Natalia, y no podía enamorarme de Natalia. Estar enamorada de ella era como saltar a una piscina que sabes de antemano que va a estar vacía, o como coger un avión que sabes que se va a estrellar nada más despegar. Estar enamorada de Natalia era emprender un viaje kamikaze de ida sin esperanza alguna de retorno.

Cuando llegó, Noemí le explicó más bien poco de la vida en este lugar. Pero no era tonta, y sabía exactamente cuál era su situación. Aunque ella existiese, y fuese real, sabía que no lo hacía en el mismo plano espacial que Natalia o, por lo menos, no la Alba que se estaba enamorando y de la que ella se estaba enamorando. El amor que actualmente podían compartir era etéreo, y con fecha de caducidad. Sabía que, aunque Natalia la escuchase, su voz no era proyectada en realidad que, aunque Natalia notase su tacto, no era realmente tangible. Y aquello era muy difícil de sostener en una vida adulta. Podía incluso causarle problemas, que hablasen de ella, que todo el mundo la juzgase y cuestionase. Que la tomasen por loca y su reputación junto a su vida, se fuese a pique. Porque así somos. Da igual lo mucho que trabaje una persona y lo mucho que se esfuerce, da igual todo lo que haya demostrado antes, que solo basta un pequeño desliz, para echar por tierra sin ningún tipo de miramiento, todo lo anterior.

Una de las cosas que más le recalcó Noemí era que el tiempo máximo que podía estar en la vida de sus amigos eran tres meses. Y con Natalia ya se había agotado el primero. Iba todo tan rápido y estaban consiguiendo tantos avances, que temía que llegase antes de lo previsto el día en el que, sin más y sin previo aviso, dejase de verla y de escucharla.

Al tercer día, y a pesar de todos sus intentos, Alba no aguantó más las ganas de verla. Se estaba consumiendo en casa dando vueltas, resoplando y maldiciendo su mala suerte hasta que, de pronto, recordó la lección aprendida de una película antigua que vio con una de sus amigas. El lema, si no recordaba mal, era algo así como "Lo hacemos y ya vemos".

Media hora después se encontraba sentada en una mesa de la cafetería a la que Natalia iba todas las mañanas a tomar café antes de ir al despacho. Esperó paciente a que llegase, observando a las personas y sus comportamientos. Estaba relativamente vacía, aunque varios grupos de turistas hacían que tuviese mucho más ambiente del habitual.

Natalia entró en la cafetería veinte minutos después, con su ordenador portátil a cuestas y varias carpetas llenas de bocetos en el brazo. Buscó una mesa y el pulso se le aceleró al ver a Alba en la otra punta del establecimiento. Incapaz de controlar la alegría que se adueñó de ella sonrió de oreja a oreja. Sintió la excitación invadir todo su cuerpo mientras se abría paso entre las mesas en dirección a ella. Al verla allí sentada, se dio cuenta de que la había echado de menos esos días.

- Hola – susurró Natalia, odiándose por haber notado el cambio en su voz.

- Buenos días, Natalia – sonrió ampliamente, su voz también era distinta.

Ambas se dieron cuenta, y percibieron algo en el ambiente que les puso nerviosas a partes iguales.

- Te he guardado una mesa – le sonrió tímida.

21 Lunares | ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora