EP 29: VOLVER.

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Volver.

Siempre me ha gustado el matiz sentimental que tiene esa palabra.

Volver.

Suena a casa, a hogar, a lugar de pertenencia, a añoranza y nostalgia.

Volver.

Pienso en esa palabra y de repente unos brazos abiertos esperan deseosos mi llegada, mi vuelta de una travesía que se les ha antojado interminable.

Aquella noche yo iba a abrir tanto los brazos e iba a sentir un sentimiento de hogar tan grande, para el que probablemente no estuviese del todo preparada para asumir.

Y es que, hay personas que te cambian por dentro. Que, sin ellas saberlo, reconstruyen tu persona y hacen que logres verte desde un prisma distinto.

Te renuevan y mejoran, sin que esa sea su pretensión y sin buscarlo.

Hay personas que entran a las ruinas de tu vida, te hacen un control de calidades y te dan las herramientas para fundar nuevos pilares.

Te descubren principios y te adivinan valores que pasabas por alto.

Hay personas que te cambian, que modifican tu conducta, que te duelen y te sangran para que te des cuenta de las heridas que portabas y de lo necesario que era para ti curarlas.

Hay personas que cambian el transcurso de las cosas, de tus cosas. Te modifican en tiempo y espacio, te desvisten de pasado y te hacen un traje a medida para la fiesta de tu futuro. Te arrancan las verdades y te duelen dentro, pero te duelen bonito deshaciéndote de vendas antiguas y llenándote la mirada de ilusiones y pretéritos.

Hay personas que te abrazan desde dentro y las sientes desde fuera. Y hay personas que las ves desde fuera y las sientes tan dentro que olvidas lo que eras antes de que su oleaje inundase todas tus orillas.

Aquí abajo no quedaba nadie más, todos se habían retirado a sus respectivos apartamentos, y me había quedado sola, con el sonido del agua cayendo y la escasa iluminación alrededor del lago. Me quedé con mis pensamientos, miedos e inseguridades. Sentía un vacío en el pecho difícil de explicar. Siempre tendemos a creer cuán de importantes son las personas para nosotros, pero no lo sabemos realmente hasta que tenemos que vivir sin ellas.

El ruido de unos pasos tímidos en la entrada despertó todos mis sentidos y alertas. Hacía tiempo que debía estar en mi apartamento. Seguramente si alguien de seguridad me viese ahí, amonestaría mi conducta y añadirían una falta más a mi historial que no necesitaba.

Agachada, y tratando de esconderme tras la artificial vegetación, me acerqué hacia el origen de aquel leve ruido. Vi la sombra alargada de un cuerpo reflejada en el suelo y tragué saliva. Apenas se movía, daba pasos cortos, como girando sobre sí en el mismo sitio.

Con sigilo, asomé poco a poco mi cabeza por el costado de uno de los arbustos que rodeaban el lago, y la imagen que apareció ante mis ojos, me congeló por completo.

La figura femenina giraba sobre sí misma mirando hacia arriba, a todas partes, con la boca abierta y sin creer la información que sus ojos le enviaban a su cerebro. Su expresión vacilaba entre el asombro y el miedo, entre lo increíble y lo imposible. Hasta que, en uno de sus giros, me vió.

Me incorporé con miedo, temblando. Y mis pies decidieron por mí que era el momento de empezar a andar. Despacio y temerosos, como si hubiese riesgo de que el suelo se resquebrajase un poco más a cada paso.

Distinguí, a lo lejos, una lágrima resbalándose por su mejilla y yo quise quedarme a vivir en ella. Su aparente anhelo me rompió por dentro y me reconfortó el alma. La había echado tanto de menos que dolía. Había empezado a creer que no iba a volver a verla, o que ella no iba a volver a verme a mí.

21 Lunares | ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora