4- Callejones y ventanas.

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IV

Un escalofrío se apoderó de su cuerpo, sintiendo esos labios susurrar el nombre peculiar a tan escasos centímetros de su oído que casi pudo percibir el leve roce en el lóbulo de su oreja, ese pequeño cosquilleo estremecedor. Y entonces, no supo si el repentino temblor en sus manos y rodillas fue a causa de la cercanía del rubio, o por el hecho aún más desconcertante de que su voz continuaba siendo para él reconfortante y cálida, como si se dirigiera a un niño pequeño.

Pero maldición, Jotaro Kujo no era un niño; él era precavido, suspicaz, alguien completamente consciente de lo que significaba un tono como ese, proveniente de una persona que utilizaba tal sonrisa amorosa para un mismo fin; ese era un tono de voz persuasivo, y Jotaro tenía suficiente fuerza de voluntad para resistirse al encanto inherente del hombre.

Y por ello, estaba muy quieto, casi como si su vida dependiera de ello. No planeaba hacer visible cualquier emoción que le diera al contrario la posibilidad de burlarse del control que estaba ejerciendo sobre él en esos momentos.

—Dio... —repitió Jotaro inconscientemente. Esto le sacó una pequeña risa arrogante al ahora conocido con ese nombre.

—Hm... Suena bien cuando sale de tus labios —susurró de manera sugerente, la picardía prácticamente envolviendo cada palabra y sin molestarse en apartarse un centímetro del moreno—. ¿Podrías repetirlo, JoJo~?

¡No! ¡Él tenía fuerza de voluntad!

—¡Suficiente! —Jotaro reaccionó y empujó a Dio, golpeando su pecho tan fuerte como pudo para expresar su creciente frustración. El rubio al fin estuvo lo suficientemente lejos de él como para permitirle respirar y poner sus pensamientos en orden y, aunque no hubo resistencia de su parte, pudo distinguir toda la irritación escrita en su atractivo rostro, y el pelinegro sólo podía esperar recibir un gran puñetazo a continuación.

Dio, sin embargo, no puso su puño en alto para golpearlo, ni su piel pálida se tornó roja de rabia; en contra de las maquinaciones del menor, sólo alzó una ceja, exigiendo una explicación.

Jotaro no necesitaba explicar sus acciones, pero igual lo hizo por mera cortesía y porque estaba, tal vez, un poco asustado.

—Todo esto es demasiado extraño. Tú eres extraño y, para tu información, no soy gay —sintió que debía aclarar eso último antes de que el contrario se hiciera una idea equivocada.

Este lo observó fijamente con ese brillo burlón en su mirada ámbar, y volvió a sonreír con arrogancia.

—Creo que está bien —se encogió de hombros—, después de todo, no me referiría a mí mismo con un término tan despectivo si tengo otras preferencias sexuales.

—Eso no fue lo que quise... —Jotaro calló a media oración, como si las palabras del otro hombre hubieran hecho estallar su cabeza—. ¿En serio?

—Es lo que pienso —simplemente rió, y entonces volvió a tomar la palabra, olvidando completamente la conversación anterior y como si lo demás simplemente no hubiera ocurrido—. ¿Entonces, qué dices?

Jotaro supo que se refería a lo que anteriormente habían acordado, algo que él tontamente había aceptado porque había estado tan desesperado por saber su nombre que no consideró lo lejos que podría llevarle aquello.

All I Need (DioJota)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora