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«Nopor.» Sólo una palabra, tan breve como incomprensible. Posiblemente podía haber dicho también «Sopor» o «Ropor». No había podido entenderla. El resto de los allí presentes, que compartían su suerte en contra de su voluntad, miraban en corro desconcertados. Caspar se arrodilló junto a Sophia y le tocó la cara suavemente. Ella respondió a aquella cautelosa toma de contacto apretando su barbilla contra la palma de la mano de él. A continuación, separó los labios deshidratados que estaban pegados por encima de los incisivos.

—¿Doctora Dorn?

Por primera vez en mucho tiempo parecía que Sophia podía escuchar la voz de Caspar. Sin embargo, no estaba muy seguro de si aquello era motivo para alegrarse. En los pacientes en coma cualquier reacción era como una piedra miliaria en el camino de la curación.

¿Y si sólo se trata de una pequeña sacudida, de la última llama que lucha por seguir viviendo?

—¿Puede oírme? —preguntó él silenciosamente.

El globo ocular se movía lentamente de un lado a otro bajo los párpados cerrados de Sophia como si fuera una cucaracha bajo una sábana ajustada.

Bachmann se acercó a Caspar con la cara preocupada.

—Tiene frío —manifestó éste.

Alguno de los que se encontraban allí, probablemente Yasmin, había traído la bata médica de Sophia para ponérsela por encima del fino camisón, pero a pesar de ello seguía temblando. El vigilante asintió sin decir palabra y se apartó otra vez a un lado.

—¿Has entendido lo que quería decirnos? —le preguntó Schadek directamente al oído. Caspar no había visto que el camillero se había arrodillado de repente a su lado.

—No, era...

Se sobresaltó y estuvo a punto de perder el equilibrio.

Sophia había vuelto la cabeza súbitamente hacia él, como el cliente de un bar que lleva mirando todo el tiempo su copa hasta que, de pronto, se vuelve repentinamente para entablar conversación con su compañero de barra.

«¿Qué querrá decirme?»

Caspar arrugó las cejas al tiempo que miraba fijamente los ojos de Sophia, que, por primera vez desde el incidente ocurrido en la habitación de Bruck, mostraban interés en algo más: en él mismo. Su mirada, que había estado tan vacía hasta entonces, se había intensificado, como si quisiera concentrarse en clavar un clavo en una pared.

—¿Sophia? —preguntó Caspar otra vez en voz baja.

Tom movió su mano a uno y otro lado de la cara de la mujer, como si imitara un limpiaparabrisas, a fin de llamar su atención.

—Sop... nnnn... soootopoor... —dijo la doctora con voz ronca y profunda.

Sus palabras sonaron tan incomprensibles como las que había pronunciado antes.

Un sentimiento de irrealidad se apoderó de Caspar durante un momento. Le había invadido una extraña sensación. Aquellos sonidos misteriosos que salían de la boca de Sophia llegaban directamente hasta su cara convertidos en humo, que, además, desprendía olor a madera de abedul. Entonces, vio el reflejo de las llamas en las pupilas de ella. Bachmann había encendido el fuego.

—Buena idea.

Caspar se levantó, asintió en dirección al vigilante para agradecérselo y empujó la silla de ruedas hasta ponerla delante de la chimenea. Yasmin, que entretanto había encontrado una colcha de color marrón, la extendió cuidadosamente sobre los hombros de Sophia. Mientras lo hacía entonó en voz baja una triste melodía que, curiosamente, a Caspar le era familiar. No sabía exactamente de quién era aquella canción, sin embargo hubiera podido cantarla con la chica porque conocía la letra de memoria.

EL EXPERIMENTO  - SEBASTIAN FITZEKWhere stories live. Discover now