Recuerdos

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Pág. 163 y ss. del Expediente Clínico n.º 131071/VL

En su sueño, Caspar sentía la tristeza como si ésta estuviera viva. Se componía de un gran número de cuerpos similares a las garrapatas que se habían adherido a su alma para absorberle toda clase de felicidad.

En el momento en que abría la boca para pedir disculpas a su hija indefensa de once años, a quien él mismo había abandonado, un nueva multitud de garrapatas avanzaba lentamente dentro de su boca, muertas de hambre y de sed, con las uñas afiladas, preparadas para abrirse paso a través de la tráquea y el esófago, para acabar bebiéndose todos sus ánimos de vivir. Sabía que nunca más volvería a ser feliz, no después de haber cometido aquel error.

Así que se llevó nuevamente la botella a los labios y le dio otro trago, aunque no podía ver apenas nada, bajo la lluvia y a la velocidad a la que conducía su coche por la carretera, huyendo de sí mismo.

Pensó que no debería haber pasado. Su método de tratamiento no había fracasado nunca y lo había hecho ahora, precisamente con la paciente más importante de su vida.

Cogió su portafolios, sacó la fotografía, le dio un beso y volvió a agarrar la botella.

«Dios mío, ¿qué te he hecho?»

Apretó la foto en su mano mientras intenta subir la velocidad del limpiaparabrisas en el vacío: fue entonces cuando vio el árbol. Frenó el coche, se llevó la brazos a la cara y gritó:

¿Qué te he hecho?

Luego se hizo de día. Era evidente que seguía durmiendo, podía oírse a sí mismo respirando de modo agitado como solamente lo hacen las personas dormidas o enfermas, pero a pesar de ello no lograba despertarse. Seguía siendo el prisionero de una

pesadilla, aunque el entorno que lo rodeaba era de repente otro. Ya no estaba sentado en su coche, sino en el borde de una dura cama. Sus piernas desnudas se balanceaban hacia abajo y llevaba puesta una pulsera de plástico con un número.

Usted no ha hecho nada en absoluto —dijo una voz que, si bien nunca había escuchado antes en sus pesadillas, no le era desconocida.

Era agradable, aunque tenía cierto tono inquietante. Pertenecía a un fumador empedernido o un paciente con problemas de laringe. Quizá se trataba de ambas cosas.

Claro que sí, tengo a mi hija sobre la conciencia.

No —dijo la voz—, no es así.

En ese momento, Caspar vio que en aquella habitación se abría una puerta que hasta entonces no había visto y que un hombre entraba. Era alto y tenía algo de sobrepeso, lo que se ajustaba bastante a la idea que se había hecho de aquella voz. Su rostro lo ocultaba una sombra oscura.

Pero ¿quién ha sido entonces, sino yo?

Ésa no es la pregunta correcta —dijo la voz, al tiempo que la sombra se disipaba.

¿Qué ocurrió en mi consulta en aquella época?

Mucho mejor. La pregunta está mucho mejor. Le he respondido en la carta.

¿Qué carta? No sé a qué se refiere. No sé nada de ninguna carta. Ni siquiera puedo acordarme del nombre de mi hija.

Por supuesto que puedes —respondió la voz que, ante los ojos de Caspar y durante un pequeño instante, se materializó de modo terrible en un rostro que le era familiar.

Caspar gritó al reconocer a Jonathan Bruck. Y sus chillidos se hicieron aún más agudos cuando vio que el Destructor de almas se volvía a transformar

EL EXPERIMENTO  - SEBASTIAN FITZEKWhere stories live. Discover now