Tráfico, déjame vivir

4 1 0
                                    

Lo que Matías no esperó de aquel sinuoso día fue que hubiera tráfico.

Bueno, era limeño y todo.  Sabía la invisible regla de salir temprano de casa. Pero, por Dios, eran las tres de la mañana.

No quería dar datos puntuales de por qué se encontraba allí, especialmente a esas horas y en ese lugar: la vía Expresa. Lo único que diría era que se le iba a hacer tarde para llegar a su destino.

—Matías, por favor, no aguanto más.

—Poco, Celi, falta poco. Resiste— dijo preocupado.

Matías se exasperó y renegó al aire. Cuando se cumplieron los veinte minutos de espera y ni un avance, decidió que tendrían que caminar o se quedarían hasta el amanecer.

Le explicó a Celia que debían salir, que él le ayudaría a moverse. En fin, ella era muy liviana y parecía que no pesaba nada.

Entonces ambos caminaron entre los carros y Matías notó que los observaban con pánico e incluso repulsión. ¿Acaso cargarla era tan mal visto?

Que se jodieran.

Media hora después, entre en medio del tráfico, cuando faltaba povo para su destino, un hombre le tocó el hombro. Matías reaccionó y volteó a mirarlo.

Agarraron a Celia, la llevaron a un carro blanco y a él lo echaron al piso con fuerza. Eran varios hombres.

—Señor, está detenido por secuestro agravado,  violación e intento de homicidio.

Y es que el estúpido de Matías se había obsesionado con su vecina Celia semanas atrás. Le gustaba sus tetas, redondas y perfectas. La cordura le había valido y la había hospedado en su casa con privación a la libertad. Había jugado con su cuerpo mientras a Celia le caían preciosas lágrimas.

Era perfecta, se acomodaba perfecta en él.

Lástima que la semana pasada se había puesto más violenta de lo normal. Ya no la dejaba tocarle sus senos con facilidad. Incluso había recibido un golpazo en su rostro.

¿Quién se creía que era Celia?

Tonto no era, ya la habían declarado desaparecida. O se deshacía de ella, como las otras, o debía mudarse lejos.

Pero Celia se lo ponía difícil. Era tan preciosa y tan hecha para él.

Entonces decidió que se la quedaría para siempre. Cogió su auto y la metió a golpes—porque no encontraba calmarla— y partió rumbo a Cañete. Tenía un primo y le ayudaría.

Pena que fuese un violador y el destino le hubiese dado su merecido.

Stories for youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora