Prólogo: Al Servicio de Su Majestad

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Los dedos del rey, su padre, bajaron el libro que sostenía frente a sí para ver su rostro.

"Hija, ¿no quieres salir a jugar con Vari y conmigo?", Garibaldo le preguntó a la niña de ojos afilados y pupilas rojas.

"Aún tengo mucho que leer", Jemi respondió algo seca.

"Los libros seguirán aquí", su padre insistió implícito.

"Yo también", respondió su hija con lengua aguda.

Garibaldo suspiró y salió del estudio.

Volvió unos minutos después y la llamó: "Estaremos en el patio del palacio central, Jemi, ¿de acuerdo?".

Jemi giró los ojos al techo con algo de exasperación pero cuando vió al rey para responder que lo había escuchado claramente, se desorbitó.

"¡¿Padre, por qué estas usando un leotardo de bufón!? ", explotó.

"No es un leotardo de bufón, es un atuendo de balletino", Garilando la corrigió y esponjó más su tutú.

La niña saltó de su asiento con la cara roja y se le acercó para que la oyera susurrarle urgente: "¡Eres el Rey, ten decoro, padre! ¡cámbiate esa ropa!"

"Soy el Rey Y el papá de Vari, y ella me pidió que le enseñara a bailar como a su mamá", le respondió su padre, divertido. Pronto, agregó dramático "va a ser un problema por que ella solo me enseñó unos cuantos movimientos, no como a ti, que te volvió toda una maestra".

A Jemi le tomó dos segundos considerar lo que su padre le estaba diciendo entre líneas.

Palideció.

Garilando sonrió extremadamente burlón.

Jemi enrojeció hasta que algunos de sus cabellos se rizaron levemente, apretó los puños y la mandíbula hasta vibrar de frustración. 

Su padre y Cardi siempre sabían exactamente como jugar con ella para hacerla hacer lo que ellos querían y para cuando se daba cuenta de que estaba siendo manipulada, ya estaba en jaquemate.

Hubo una oportunidad en la que ambos le dijeron que habían encontrado un gatito negro en la puerta del palacio, lo cual ella jamás habría sido capaz de resistir, solo para encontrar a su familia y a la escolta de soldados montados, esperándola para una amena cabalgata que duró hasta el anochecer.

Suspiró y fue a cambiarse su vestido y ponerse sus calzas holgadas de danza renisca. 


Tuvo un instante de ligero alivio cuando vio que otras niñas, hijas de embajadores y de ricos comerciantes hospedados en el palacio, vestían las mismas calzas y que participarían en la lección, pero tuvo aprehensión al ver a su padre, vestido de bardo tocando su arpa para acompañar a sus hijas.

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Marcelle, la asistenta de Jema con atuendo de mucama eliseña, debatió dentro de sí y al final se atrevió a tocar la llama viva.

"¿Madame Ministra?", la llamó con mucho cuidado.

Jema se sobresaltó.

¡¿Se había dormido?!

Tuvo que ocultar la vergüenza de su desliz con la usual máscara de irritación.

"¡¿Qué pasa?!", soltó.

Muda,  la asistenta empujó el platito con la taza de té con cúrcuma a través del escritorio.

Jema gruñó, apretándose la frente. Se había retrasado. Tenía que releer la última pila de reportes y aprobarlos.

Aún tenía que reseñarlos y hacer un resumen para Cardia para la sesión de la corte de pasado mañana, la primera después de haber dado a luz a su princesa heredera, cuyo larguísimo nombre oficial había sido acortado por Spada con el mote cariñoso de Prim.

Lo más seguro era que la corte pasaría horas felicitando a su soberana pero ella tenía que enfocarse en los problemas pendientes, ajustes a legislación, protocolos para ceses abruptos en caso que ella necesitara descansar, hacer revisiones de antecedentes de las nodrizas,  aunque si Cardia necesitaba tomar un receso, su consorte, ese rufián de Siegfried podía deliberar y debatir con Jema sobre las posibilidades de los veredictos. 

Se frotó los ojos cuando Marcelle salió de su despacho y se aplicó las gotas medicinales que sus otros asistentes le habían ayudado a adquirir.

Suspiró. ..

Tanto que hacer...

Tantas responsabilidades...

Apretó el frasquito de la medicina ocular...

Pero no podía fallarle a su reina, era su hermana, 

Y no le cedería ese privilegio a nadie (bueno, tal vez al caballo o al perro de Spada) ni aunque tuvieran diez o cien personas dispuestos a hacer su trabajo.

Si tan solo hubiese algo en lo que pudiera depender exclusivamente de ella...


Volvió a suspirar y bebió el té fuerte de de Marcelle. Sería una larga noche.

Las Cuatro Reinas - Reina de DiamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora