Sentado en la butaca color caqui de su oficina, Gustavo Bennett ojeaba los informes del que sería su nuevo paciente. Gustavo contaba 42 años de edad, y llevaba 13 trabajando como terapeuta, siete de ellos en su propio despacho, ubicado en la ciudad de San Antonio.
El terapeuta estaba casado y tenía un hijo de seis años. Cuando sus pacientes le preguntaban no dudaba en admitir que su propia vida era, a sus ojos, satisfactoria por aquel entonces, si bien ayudarles era más que un trabajo para él. Hacer que las personas encontrasen un proyecto de vida con una salud mental óptima suponía para Gustavo un reto que se tomaba como algo personal.
Nada más llamaron a la puerta, Gustavo se puso en pie y se acercó a aquella para abrirla. Frente a él pudo ver a un joven veinteañero de estatura media, pelo corto y moreno y mirada perdida que lo saludó sin demasiado entusiasmo.
–Buenos días –saludó el terapeuta sonriente–, tú debes de ser Eli. –Al ver que el muchacho asentía sin decir nada, el hombre estrechó su mano y añadió–: soy Gustavo, pasa, por favor.
Con una actitud algo desinhibida, Eli se dejó caer a plomo en el sofá blanco frente a la butaca del terapeuta, comenzando a mirar las paredes del despacho y los títulos exhibidos de Gustavo. El terapeuta, por su parte, se sentó en su butaca con suavidad, volviendo a coger su carpeta negra y sacando de ella un folio con el informe del muchacho.
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El terapeuta: y el joven que no amaba a las mujeres
RandomEli Barnes, un joven editor de imagen de 23 años empleado en un periódico local en San Antonio (Texas), será obligado por su jefe a asistir a una terapia como condición para no perder su empleo. La razón: un episodio de agresión verbal misógina cont...