En un intento de aprovechar la tarde del miércoles, Gustavo decidió reunirse con su amigo Oliver para tomar unas cervezas y desconectar de sus respectivos trabajos en una cervecería con varias mesas en el exterior. Los días empezaban a crecer, y con ellos el ambiente en las calles.
Oliver Spinster era un viejo conocido de Gustavo, amigos ambos en su juventud y aún conectados por sus respectivas profesiones, pues Oliver era psicólogo y profesor en una universidad, lo cual le era muy útil a Gustavo cuando necesitaba una segunda opinión con respecto a alguno de sus pacientes.
El psicólogo tenía 47 años, y también estaba casado. De hecho, ambos varones se habían invitado a sus respectivas bodas cuando estas se celebraron. Tenía dos hijas gemelas y un hijo, todos ellos algo mayores que George, el hijo de Gustavo.
–Menudo elemento te ha tocado, ¿no? –preguntó Oliver al escuchar la explicación de su amigo acerca de la conducta y forma de pensar de Eli.
–Sí... es una forma de verlo –contestó el terapeuta–. ¿Alguna vez has visto algo parecido? Porque yo no.
–Tampoco es algo tan extraño –banalizó el psicólogo–. Por lo que me has dicho, se trata de un joven retraído, inmaduro, con baja tolerancia al fracaso, y una importante dosis de narcisismo, por no hablar de su negatividad, que no es poca.
–Pero esa rabia hacia las mujeres porque no le dan sexo... –subrayó Gustavo–, ¿a qué crees que puede responder algo así? ¿Creencias machistas quizás?
–Fíjate que yo lo veo más bien como un crío con una rabieta porque no puede tener el juguete que se le ha antojado –señaló Oliver–. Aunque qué duda cabe que entender que la mujer te priva de sexo es machista a niveles incalculables.
Gustavo dio un trago a su cerveza en lo que pensaba cómo plantearse mejor aquella difícil terapia. El caso Eli se tornaba más complicado por momentos, pues ya habían consumido la mitad de las sesiones y los avances parecían ser mínimos.
–Hasta ahora he estado incidiendo en su actitud hostil hacia las mujeres –explicó Gustavo–, planteándole otros sentimientos y experiencias que asociar a ellas que no sean el deseo y frustración sexual.
–Bien.
–Pero creo que me quedo sin tiempo –añadió el terapeuta–. Quiero decir, necesitaría trabajar con él mejores formas de manejar la frustración, ayudarle con su autoestima, desarrollar las habilidades sociales... Y todo ello sin dejar de intentar modificar esa visión tan distorsionada de la realidad que tiene.
–La gente es la hostia, quieren conseguir en cuatro días lo que lleva meses y meses de tratamiento y trabajo continuo –señaló Oliver–. Por eso también fue por lo que elegí la enseñanza en vez de las consultas. Para el tratamiento de una lesión o enfermedad física nadie protesta, pero cuando se trata de la salud mental resulta que siempre tardamos mucho.
–Qué me vas a contar –dijo Gustavo dando un nuevo sorbo a su cerveza–. Aunque debo decir que en este caso no es culpa del cliente, sino de su jefe, que es quien paga la terapia.
Oliver dio del mismo modo un sorbo a su bebida, mirando hacia los lados para desconectar ligeramente de la conversación que estaba teniendo lugar.
–Y digo yo, si quieren soluciones rápidas... Bueno –planteó sutilmente el psicólogo. Gustavo lo miró interesado y expectante en aquel momento–. Quiero decir, si su problema es que sigue siendo virgen... –trató de aclarar Oliver de forma igualmente discreta.
–¿Qué propones?
–Dios, Gustavo –dijo Oliver balanceando su cabeza hacia los lados–. Hay mujeres que...
–Oh, no, no –denegó al instante el terapeuta.
–Ya sé que no soluciona el problema, pero...
–No creo que sea algo tan simple como tener sexo de la forma que sea –afirmó Gustavo zanjando el debate en clave que estaban teniendo acerca de la prostitución como vía para solventar el problema–. Y no seré yo quien aconseje a un paciente consumir esa clase de servicios.
–Vale, era solo una idea –se justificó Oliver.
La conversación se desvió a partir de aquel momento, pues a ninguno de los dos profesionales se le ocurrió una forma de afrontar el difícil caso de Eli.
Después de casi media hora hablando de temas triviales, Oliver pidió la cuenta y ambos amigos se quedaron en silencio unos segundos a la espera del recibo para pagar. Gustavo se sumió entonces en sus pensamientos justo cuando el camarero volvía con un pequeño plato.
–Ten –dijo Oliver pagando.
–No, Oliver –intervino entonces Gustavo cogiendo su cartera.
–Eh, eh –insistió el psicólogo–. Llévatelo, y quédate con el cambio –le dijo al instante al camarero para que se fuera.
–El próximo día invito yo –se reafirmó Gustavo.
–Me parece bien –accedió Oliver–. Escucha, este fin de semana voy a investigar un poco a ver si encuentro algo parecido a lo que le pasa a tu chico, ¿vale? Tal vez haya algo que se nos está pasando y pueda ayudarte con él.
–Sí, te lo agradecería de veras –respondió el terapeuta.
–Pues vámonos –concluyó el psicólogo poniéndose en pie.
ESTÁS LEYENDO
El terapeuta: y el joven que no amaba a las mujeres
RandomEli Barnes, un joven editor de imagen de 23 años empleado en un periódico local en San Antonio (Texas), será obligado por su jefe a asistir a una terapia como condición para no perder su empleo. La razón: un episodio de agresión verbal misógina cont...