C4. Tercera sesión

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Gustavo leyó en voz alta la lista escrita por Eli cuando dio inicio la tercera de las sesiones. En ella aparecían los nombres de varias mujeres que formaban parte de su familia y alguna profesora, así como la médico de cabecera del muchacho y una compañera de clase que le había ayudado a copiar en un importante examen.

–Esta última me ha gustado –confesó el terapeuta aludiendo a la muchacha que le había dado la respuesta en aquel examen mientras sonreía–. Me refiero a Lucy.

–Ah, sí –contestó Eli sonriendo también.

–La verdad, está muy bien, Eli –elogió Gustavo–. Aunque confieso que esperaba que pusieras también alguna cantante o actriz que te inspirase, tal vez alguna autora. Pero está muy bien, de verdad, has hecho un buen trabajo.

–Lo hice ayer por la noche en cinco minutos –confesó el paciente–, así que tampoco crea que me he complicado con ello.

–Son muchos nombres para cinco escasos minutos –subrayó el terapeuta.

–Bueno... No sé.

–Me gustaría saber si te ha servido para ver las cosas con algo más de perspectiva –dijo Gustavo.

–¿A qué se refiere?

–Me refiero a las mujeres, al sexo opuesto.

Eli suspiró, recostándose de nuevo con cierta incomodidad en su expresión. Saltaba a la vista que sus esquemas no iban a cambiar tan fácilmente, si bien se pensó algo más la que iba a ser su respuesta.

–Esas mujeres son de mi familia –dijo el muchacho tras la pausa–, no cuentan.

–Todas no –remarcó el terapeuta.

–Las profesoras nos ven como niños, y es su obligación tratarnos bien.

–Pero aquí no has puesto a todas las profesoras que has tenido –volvió a insistir Gustavo–, solo a las que se han volcado más en ti.

Eli suspiró. –¿A dónde quiere llegar? ¿Quiere decir que las mujeres son maravillosas y yo un demonio por no verlo así?

–Sería muy presuntuoso por mi parte decir que todas las mujeres del mundo son maravillosas –contestó Gustavo–, del mismo modo que lo es decir que todas son malas.

–No digo que no haya ninguna que no sea una arpía –aclaró entonces el joven–, pero que haya alguna buena no cambia que la mayoría sean unas...

El terapeuta guardó entonces silencio, valorando la mejor forma de reconducir aquella conversación hacia algo más productivo de cara al avance con la terapia. Antes de proseguir, Gustavo se levantó para beber algo de agua y ofreció un vaso a su paciente, que en aquella ocasión aceptó.

Sentado de nuevo, el terapeuta dio un último sorbo a su agua. Consciente de que había pasado un tiempo prudencial, se dispuso a continuar con la conversación diciendo: –bien. Creo que hemos hablado mucho sobre las mujeres, ¿qué te parece si ahora me cuentas algo de los hombres? ¿Cómo es la relación con tu padre?

–¿Con mi padre? –preguntó Eli–. Es buena.

–¿Y con tus amigos?

–Pues... Buena.

–¿Tienes muchos amigos? –indagó Gustavo.

–Lo cierto es que no –confesó el muchacho–. Tengo a George, que es mi amigo desde noveno grado, y... a Grayson, de la academia de matemáticas.

El terapeuta: y el joven que no amaba a las mujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora