Cap. 3

44 3 0
                                    

— Alex, ¿por qué no me dejas disfrutar de mi comida y te vuelves con tus amigos?

— ¿Qué gracia tendría eso? —dijo levantando una ceja— Además sé que te mueres de ganas de comer conmigo, ¿por qué no aprovechas esta oportunidad?

— Oh si Alex, me encantaría comer contigo —su sonrisa creció considerablemente hasta que dije alzando un poco la voz— ¿Pero estamos locos? Ni muerta como yo contigo, así que levanta el culo de la silla y pírate.

— Eres dura —dijo aún con su sonrisa característica— Pero como ya sabes, me encantan los retos y no voy a parar hasta que tú, Iris Delmónico, acabes en mi cama. Cosa que seguro que pasa antes de que acabe el mes —dijo en un tono confiado.

Sentía una rabia increíble, el mismísimo infierno ardía dentro de mí. Quería darle una paliza a ese niñato creído. Iba a explotar, estallar y no sería consciente de los daños que ocasionaría. En ese mismo instante me daba igual a quien me llevara por delante, siempre y cuando ese imbécil de Alex saliera perjudicado.

Me levanté, apoye las mano en la mesa y le dirigí tal mirada a ese cretino, que si las miradas mataran, él ya estaría metidito en su ataúd y enterrado a kilómetros bajo tierra. Cogí aire y dije sin apartar la mirada de la suya.

— Me tienes ya muy harta, eres un chulo que se cree que todas las tías caen rendidas a sus pies, que todas nos peleamos por ver quien te suena los mocos o te limpia el culo, que somos incapaces de resistirnos a ti y tus encantos, que vamos suspirando por las esquinas porque no nos prestas atención. Y sabes que te digo Alejandro Castro, que antes de acostarme contigo me coso ahí abajo y me meto a monja, antes de acabar en tu cama me subo al edificio más alto que haya en toda Barcelona y me tiro sin pensarlo dos veces.

Vale, ya lo sé. Puede que me haya pasado un poco, pero es que no soporto a los tíos como él. Además tiene el ego tan por las nubes que no le pasara nada si lo baja un poquito.

— Uff eso me ha dolido Delmónico, has sido muy cruel —dijo con un falso gesto dramático— Deberías pedirme perdón, ¿no crees? Yo que he venido para comer con mi chica especial, y ella me suelta eso sin casi pestañear.

Es lo que me faltaba por oír. Mi cara era algo así como: me estás vacilando, ¿no?

Pero no, no me estaba vacilando, lo estaba diciendo completamente en serio. Salí de la zona de la mesa con toda la intención de irme, pero justo cuando llegué a la barra vi un delicioso y gigantesco batido de fresa, con un montón de nata e incluso con la típica cereza roja que se colocaba en la punta. Lo acababa de preparar Silvia para un cliente que llegó con su hija de unos seis o siete años. Una gran y malvada sonrisa se dibujó en mi cara.

— Sabes, tienes razón. Me he pasado —dije con un tono ñoño y de falsa culpabilidad.

— ¿A si? —preguntó Alex extrañado sin girarse.

— Sí, no te mereces todas esas cosas que te he dicho. Tú solo has venido a comer contigo y yo he reaccionado muy mal —dije continuando con la farsa mientras me acercaba a él.

— Muy mal, has dicho cosas muy feas —repitió satisfecho.

— Sí, y por eso para compensar lo que he dicho, voy a darte esto —dije con el enorme batido en la mano— Toma aquí tienes.

Alex se dio la vuelta para ver que le daba, pero antes de que pudiera reaccionar le tire el batido encima manchando casi por completo a ese cerdo.

— Espero que lo disfrutes —dije con una amplia sonrisa mientras cogía la cereza de su cabeza— Y que aceptes mis disculpas.

Historia de una marginada socialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora