LEER LO ULTIMO POR FAVOR
—Amo fabricar bebés —dijo Diego, estirando sus brazos y colocándolos detrás de su cabeza, sobre la almohada. —No puedes ser tan pervertido —le dije. Diego se había tomado en serio lo de tener un hijo y desde hace dos meses se había puesto “en campaña”. Aunque sólo él, a mí me arrastraba en su locura a veces, pero la mayoría del tiempo lo evadía, en serio él quería un hijo. —¿Dime que tú no? —no le respondí, si le decía la verdad me sentiría muy avergonzada, pero si mentía, de todas formas él lo descubría. —Iré a preparar el desayuno —le dije. —¡No te olvides de la prueba, estoy seguro que esta vez es la vencida! Me levanté y me dirigí al baño antes de ir a preparar el desayuno. Sí, estábamos hace dos meses intentándolo… y en estos dos meses no había ocurrido nada. Entré al baño con los nervios de punta, habíamos acordado que si esta vez las cosas seguían igual, iríamos al doctor para ver cuál era el problema. Y eso me tenía aterrada. —¿Ya? —me preguntó Diego, entrando al baño también. Habían pasado 15 minutos después de hacerme el test, tiempo suficiente para ver la respuesta, pero tenía tanto miedo de que diera negativo otra vez que, sin darme cuenta, estaba contra la pared conteniendo el aliento. Asentí y Diego se acercó al test. Lo miró y bajó la mirada, una pesadumbre cubrió su rostro. Ya me imaginaba que volvería a pasar. Se me acercó y me besó en la frente, dándome un fuerte abrazo de su parte. —Creo que tendrás que conseguir uno de esos horarios, tal vez lo estamos haciendo en la fecha incorrecta —le correspondí el abrazo para darle seguridad de sus palabras, porque ni yo me las creía. Como muchas otras veces, fuimos a la cocina y preparé el desayuno. La decepción se respiraba camuflada de calma y sueño, ninguno dijo nada. Comimos en silencio y antes de darme cuenta, Diego ya se despedía para ir a la escuela. No quise decirle nada de mis sospechas, así que me arreglé para ir al doctor por mi cuenta. Tenía hora temprano, así Diego volvía para el almuerzo y seguiría como que estuve trabajando. Me había tomado el día libre en la pizzería, Don Donatello no había puesto objeción alguna. M iría en autobús por si alguna de las chismosas de la calle le decían a Diego que había tomado el auto. Pasaría más desapercibida. Las manos me sudaban y sentía mucho frío, a pesar de que no lo hacía para nada. El miedo de las múltiples posibilidades se apoderaba de mí a medida que me acercaba al hospital. Tuve que reunir toda mi fuerza de voluntad para mover los pies, pero al final logré entrar. Arreglé el asunto del papeleo y la cita con el Dr. Klauss. Me llamaron en menos de diez minutos, el doctor era amigo de mi madre así que haría cualquier tipo de examen hoy para salir de dudas lo antes posible. —¿Lodovica Dominguez? —asentí cuando una enfermera me llamó en medio del pasillo. Algunas personas se me quedaron mirando con las risas reprimidas, seguramente el apellido Dominguez las hacia alguna gracia, aunque para mí era perfecto porque le pertenecía a Diego. —¡Lodovica, mira cómo has crecido! —exclamó el Dr. Klauss en cuanto me vio. Lo recordaba en fragmentos, no lo veía desde los 14 años cuando a mamá le dio con llevarme por mis “problemas de desarrollo” —. ¿Qué te trae por aquí? ¿Sigues teniendo problemas con…? —No, nada de eso. Pero el problema es similar, verá… —entramos a su consulta y nos sentamos cada uno frente a un extremo de su escritorio. Comenzó a escribir de inmediato—. Lo que sucede es que, con mi esposo, hemos estado hace dos meses intentando tener un hijo, pero no sucede nada. —¿Cuántos test te has hecho? —se apresuró a preguntarme, sin levantar la vista. —Con el de esta mañana, unos seis o tal vez más —y ahí si que levantó la cabeza. Su mirada lo decía todo: era grave. —De acuerdo, te mandaré a hacer unos exámenes, estarán listos en una cuantas horas, y esperemos que no sea lo que estoy pensando. —¿Qué cosa? —le pregunté con inocencia. Me miró con culpabilidad. —Sólo esperemos que no sea —se limitó a decir. Me dirigió a otra habitación, tomaron pruebas de todo. Al final, estaba lo suficiente mareada por las muestras de sangre como para creer que me habían embarazado con la jeringuilla. Luego de dos eternas horas, donde estuve con la ansiedad a flor de piel y los nervios destrozados, tanto por el resultado como por no llegar a tiempo antes que Diego, otra enfermera me volvió a llamar al despacho del Dr. Klauss. Su rostro fue como un balde de agua fría, toda su expresión me revelaba el resultado. Abrí la boca para decir algo, para dejar escapar las lágrimas, pero me quedé callada mientras él me decía el problema y negaba con la cabeza. (…) No recuerdo cómo logré regresar a casa sin llorar todo el maldito camino, pero llegué a tiempo. Ni siquiera me molesté en cambiarme de ropa, sólo me tiré sobre la cama y me dormí, sin llorar ni sollozar, no sentía nada más que un vacío en mi interior, en mi vientre. Me desperté porque Diego me zarandeaba el hombro con delicadeza, seguro que lo hacia hace rato y no había logrado nada porque era muy suave el movimiento. Fue como una caricia en medio del dolor, me lancé a su cuerpo y lo abracé con fuerza, con miedo de que él dejara de existir como la posibilidad de que formáramos una familia. —Lodovica… ¿Por qué estás llorando? —me preguntó asustado. Mi voz y mi alma se quebraron al mirarlo a los ojos, no podía, era demasiado para soportarlo—. Lodovica… ¿Qué te ocurrió? Me besó en los labios y por fin dejé que el dolor brotara, lloré con ganas contra su hombro, ocultándome en su cuello, bajo su cabello, mientras él intentaba consolarme de algo que aún no conocía. —Lodovica… por favor… no sabes cómo sufro al verte así. Sus palabras agotaron mis lágrimas y me hicieron caer ante la más dura y fría realidad. —Diego… no… —¿Cómo dices, cariño? —estuve a punto de ahogarme cuando lo oí decir “cariño”. Sólo me decía así cuando estaba realmente angustiado. No lo soporté más, tenía que decírselo de una vez para que no se hiciera más ilusiones, para que no soñara más con un felices por siempre. —Diego… yo no… yo no puedo tener hijos —no pareció asimilarlo en seguida, sino que siguió susurrando que le contara lo que me ocurría. —Ya, sabes que puedes confiar en mí, ¿ no? —Diego,, no puedo tener hijos. —No te preocupes, lo que te esté haciendo daño, ya pasará. —¡No puedo tener hijos, jamás seremos padres, ¿acaso no lo entiendes?! Guardó silencio. Sí, ya lo había entendido y deseé que jamás lo hubiera hecho.