3:45 am, las cosas salieron justo como lo había planeado: luego de una noche bastante movida y llena de un redescubrimiento de mi parte, por fin tengo el gusto de tener a Pedro frente a mí, atado a una silla de la cual no podría zafarse por más que lo intentara; las cuerdas están cuidadosamente enrolladas en sus piernas, torso y manos. Supongo que es cuestión de tiempo para que por fin despierte, digo, le proporcioné somníferos suficientes para que despertara justo antes de las 4:00 am… Sería tan fácil romperle el cuello, masacrarlo con el filo de un cuchillo o golpearlo hasta que su cuerpo no reaccione, sería tan fácil que lo más prudente para mí, en este caso, es quedarme a meditar en el lugar donde lo observo; no puedo matarlo aún, no importa si mis entrañas lo exigen…
He estado esperando por esto durante mucho tiempo. He contado cada semana, cada día, cada hora y cada maldito segundo, con la única intención de equilibrar la balanza con mis propias manos, después de todo, si no lo hago yo, ¿quién más lo haría?
Dos metros de distancia nos separan. Ambos nos encontramos postrados en sillas demasiado rígidas y molestas, son de las antiguas, similares a lo que suelen llamar taburetes, pero el pedazo de tabla donde reposa tu brazo. Todo aquí me es incómodo, no sé qué será peor, si el estar sentado en esto o ver el tono naranjado con el que están pintadas las paredes.
Después de un transcurso de unos tres minutos, por fin logro ver su cabeza moverse. ¡Por fin! Solo he esperado durante siete minutos a que este tipo despertara, pero lo he sentido como si hubiera sido una eternidad; soportar estas ganas de asesinarlo de mil formas posibles me ha costado demasiado, he jadeado, he cerrado mis ojos, apretado mis dientes y mis puños con tal de controlarme.
—¿Eh? ¿Qué hago aquí! —dice Pedro, muy desconcertado. Se ve a su mirada tan desesperada por buscar respuestas del porqué está en esta situación. Su silla se estremece, balanceándose de un lado para el otro.
Pobre chico, el miedo lo invadió.
—Por fin despiertas—digo, sonriendo.
—¿Quién carajos eres tú, y qué hago atado a una silla?
Me le quedo viendo a los ojos sin decir una sola palabra, sin moverme ni un sólo milímetro, quizás ni esté sintiendo que estoy respirando. Y parecía estar angustiado, hasta que gritó: «Si no me sueltas, te mataré a ti y toda tu familia. No sabes con quién te estás metiendo, bastardo».
Antes que continúe con su acto de valentía, interrumpo su amenaza con un: «Cállate».
Siento ira en sus ojos, siento como si él quisiera apoyar sus manos en mi cuello y apretarlo hasta destrozar mi garganta. Siento como disfrutaría ver mi rostro colorado y mis manos intentando zafarse de su aprehensión; ver cómo me mata la falta de aire y el destrozar parte de mi tráquea.
—Mis amigos te encontrarán —afirma, demasiado confiado y con una sonrisa muy inquieta mientras se va calmando.
—Raúl murió, su casa tuvo un pequeño incidente esta noche, al parecer alguien dejo la llave del gas encendida y algún inconsciente arrojó un cigarro, entonces todos los que habitaban en su casa murieron. Tony también falleció, si mal no recuerdo le dispararon diez veces con un silenciador después de salir de la reunión que tuvieron a las 11:00 am en el depósito. Richard fue degollado, no entraré en muchos detalles, pero te aseguro que no querrás ver eso. Y, por último, Mario murió cuando cruzaba una calle oscura, detrás de una escuela; pobre tipo, faltaban unas cuadras para llegar a casa. ¿Por qué hay personas tan irresponsables al volante? Lamento mucho lo que pasó con tus amigos —digo con mucha seriedad.
—¿De qué hablas...?, e-ellos están bien —responde, indignado—. ¿C-cómo sabes sus nombres...?
—¿Qué más quisiera que poder darte buenas noticias? Pero no puedo—respondo al tiempo en que le lanzo una docena de fotos donde sus amigos se hallan muertos—. Ninguno logró sobrevivir.
Por fin puedo sentir su miedo; su jadeo tan intenso, que pareciera respirar en mi oído; su pecho bombeando tanto aire, que pareciera que fuese a estallar en cualquier momento; sus ojos tan abiertos, queriendo salir de sus órbitas, siendo egoístas tras querer escapar y salvar su propio pellejo, o, en este caso, sus retinas; sus ganas de llorar por la impotencia.
—¿P-por qué lo hiciste? ¿Qué es lo que quieres...?
De inmediato sucumbo ante una ansiedad por estallar en carcajadas: “¿Qué pasó con el hombre valiente?”.
—...
—¿Acaso ya te acabas de enterar que el miedo existe? —digo, molesto.
Lo miré directo a los ojos, pero este echó cabeza al piso.
—¿Q-qué es lo que quieres de mí?
—Sólo quiero equilibrar la balanza. Verás, has hecho cosas que no están bien —respondí, sonriendo leve.
—¿Eh? ¿Te hice algo? —pregunta, muy extrañado.
—Fue hace mucho tiempo, en noche de octubre. Hiciste un robo junto a tus hombres, eras el chófer —me quedo callado durante unos segundos—. Curioso, ¿no? Eras el líder de tu grupo y al mismo tiempo el chófer; por lo general el conductor nunca es el que organiza todo.
—¿Era tu joyería? Te pagaré lo que te robamos..., pero no me hagas nada.
Muevo mi cabeza de un lado para el otro, discrepando de lo que dice.
Él no tenía la menor idea de lo que hizo, y la verdad es que por el momento preferiría las cosas así.
—¿Sabes qué es el efecto mariposa? —dije en tono seco.
No me dijo mucho, parecía muy apartado del concepto. Por favor, no le hablaba en otro idioma, y era obvio que era un ignorante para otras cosas que no fueran robos. Ya lo había investigado antes, y no era precisamente una joyita como las que hurta; no llegó a sexto de primaria y tenía dos entradas a prisión.
—Es un concepto de la teoría del caos. La conclusión es que cada acción o decisión pequeña puede generar cosas de gran magnitud. El ejemplo más claro es el de la mariposa que aletea, y esto produce un tornado al otro lado del mundo. Y tú, querido Pedro, fuiste esa mariposa, y yo, la casita al otro lado del mundo que fue arrasada por el tornado que tú iniciaste —digo, molesto.
—¿Eh? ¿De qué hablas? No sé a qué te refieres..., ¿qué tiene que ver conmigo? ¿E-estás loco o qué? ¿Qué tiene que ver las mariposas conmigo…? Estás demente…
Me molesté demasiado cuando dijo eso, por ello me levanté de golpe, observándolo con fino detalle y tratando de respirar profundo para no asesinarlo antes de tiempo. Entonces, volví a sentarme.
—Tiene todo que ver contigo —respondo—. Fuiste el conductor y el líder del grupo, tú diseñaste la ruta de escape y la hora en la que cometería el hurto.
Sé perfectamente que él escudriñaba en los rincones de su cabeza para encontrar un porqué, una pista o una mínima razón para que justificara el que lo tuviese a mi merced. Yo, solo me levanté y extendí mis brazos a los lados, miré a mi izquierda con un movimiento suave, haciendo una pausa y sonriendo al mirarlo; miré a la derecha e hice lo mismo. Mi intención era que se diera cuenta en dónde se encontraba, mas no tenía ni la mínima idea y mi señal no fue suficiente para abrirle los ojos.
—Cruzaste por donde yo estaba, y las cosas empezaron a acabar para mí ese día —le digo con una ligera sonrisa.
Arrugó el contorno de sus ojos mientras me observaba.
—¿Recuerdas a Héctor? —le pregunto al mover mi cabeza en dirección a él.
—E-el que cruzaba con... - me alcanza a decir antes de poner mi dedo sobre sus labios, interrumpiendo sus palabras con un: «Shhhh».
—¿No querrás que me ponga agresivo o sí? —dije en tono amenazante.
—¡Yo no le...! —protesta Pedro.
Sus ojos parecían desorbitados, buscando de aquí para allá.
—¿M-mi casa…? —grita, muy alterado—. ¿Qué hacemos en mi casa?
Había tardado tanto en darse cuenta de que todo este tiempo había estado en su propia casa. Pensé que le tomaría menos tiempo, pero a fin de cuentas me tocó señalar con la cabeza el lugar en donde nos encontrábamos.
—Quise que nuestro encuentro fuera un poco familiar —dije, sonriendo con picardía.
De inmediato comprendió que las cosas estaban peor de lo que parecían. ¡Por fin piensa rápido este tipo!
—¿D-dónde está mi esposa e hijos! —grita, muy desesperado.
—Justo de eso quería hablarte, Pedro. Tu familia está a unas cuadras de aquí, justo dentro de la casa abandona al lado del taller —afirmo, apretando ligeramente mis labios—. Me habría encantado que estuvieron aquí reunidos, pero eso no era parte de lo que te quería enseñar, pues, ellos son sólo unas personas inocentes que se cruzaron en el camino de una persona que perdió el sentido de la vida.
—N-No les hagas daño... —implora.
Suspiro y lo miro a los ojos antes de decirle que lo siento.
—¡S-si les haces algo, te juro que te mataré! —responde, con su voz entrecortada.
Si me preguntas, nunca imaginé que me volvería alguien como lo que soy hoy en día; sin embargo, la vida es así, te lleva por senderos inesperados, y a veces el destino es un completo indiferente a tu felicidad.
—Esa noche, ella y yo íbamos de la mano hasta que me detuvo en una esquina para confesarme algo —dije.
—¡Yo no la maté!
Al no poder controlar la ira que me invade, pateo su pecho con tal fuerza que cae de espaldas. Se escucha un gemido cargado de dolor. Agitado y con sus ojos tan abiertos como faroles, me mira estando muy desconcertado.
—Sé que no fuiste tú. Sé el nombre completo de quién lo hizo —digo con un ligero susurro.
—¿E-eh? S-si sabes que no fui yo, ¿por qué me tienes aquí? —respondió.
La verdad es que todo ocurrió hace varios años, sin embargo, no había podido hacer algo al respecto para ese entonces, todo gracias a situaciones desafortunadas que me sacudieron. De igual forma, no habría hecho esto para ese entonces. Yo no tenía ni una pisca de valentía, y de estratega no tenía ni la «e», o al menos no estaba enfocado en idear este tipo de planes macabros. Aunque para mí no es tanto una atrocidad, solo es justicia, una muy ruda.
—¿Sabes?, no te diré mucho porque, aunque fuiste el aleteo de la mariposa que armó todo este huracán que acabo con mi hogar, con todo lo que más quería en la vida y hasta con mi cordura (fatal coincidencia), simplemente, no supiste mucho de lo ocurrido, pero claro, has de haber estado muy contento tras imaginar que atraparon al que no era —dije.
—¡No fue mi culpa que te haya pasado todo eso!
—Eres el viento que derribó la hilera de fichas de dominó. Si no hubieras cruzado por ese preciso lugar y a esa hora, ¡nada de esto habría pasado!
Mueve su cabeza de lado a lado, negando lo que digo, y entre lágrimas, con voz hueca, me dice: "E-estás loco...".
Con mucho enojo tiro de su cabello hasta levantarlo con todo y silla, sin importarme en lo absoluto que esté quejándose de dolor.
Después de soltarlo, me dirijo a tomar mi bolso y buscar un pequeño portátil que guardo.
—Aquí está tu familia —digo, después de encender el pc y mostrarle la grabación de una cámara en directo, donde estos aparecen atados al igual que él.
—...
Estalla en llanto.
—P-por lo que más quieras... —suplica, a lo que yo respondo con un golpe en su pómulo izquierdo.
Al otro lado de la pantalla se encontraba su esposa e hijos atados a sillas, pero con vendas en sus bocas y llorando por no saber lo que pasará con ellos.
—Ya perdí todo lo que más quería…Y ahora es tu turno.
Reí tras haberle dicho eso. Y no era para más, puesto que me sentía tan frustrado de haber perdido tanto en tan poco tiempo… ¿Qué es de un ave si no tiene alas? Así me sentía desde hacía ya varios años…
No sentía remordimiento alguno, y sabía de lleno que tampoco lo llegaría a sentir con el pasar de los años, es más, me era placentero sentir el miedo que producía, su indignación, su impotencia..., su dolor.
Saco de mis bolsillos un par de guantes oscuros que combinaban con mi camisa negra, y me los pongo cuidadosamente. Esto es algo que me enseñó el tío Saúl. No era mi tío, pero así es como lo conocen en el bajo mundo, o al menos los que son de su confianza. Me había dicho muchas, en varias ocasiones, que uno nunca debe dejar de ser demasiado precavido, y como él decía: «Si vas a robar un banco o incriminar a alguien, debes ir un par de pasos adelante de los detectives y pensar como ellos piensan, porque sólo así puedes ser invisible ante la ley». Lo sé, no son cosas que enseñaría un tío, pero él es así.
Después de ponerme los guantes, saco un encendedor, un cigarro, un contenedor de dos litros hecho de plástico, un cuchillo y un control remoto.
—Llegó la hora —digo, poco antes de poner el contenedor sobre sus piernas y atarlo a su torso.
—¿¡Q-qué es esto!? —pregunta, alterado.
—No me lo creerías si te lo dijera —afirmo, al tiempo que enciendo el cigarrillo y lo llevo a mi boca.
No pasan dos segundos antes de que empiece a toser a causa del humo saturando mis pulmones.
Pedro se inquieta mucho, observándome de una forma curiosa y, al mismo tiempo, muy indignado.
—¿Nunca habías fumado o qué?
—No..., y me arrepiento de haberlo hecho —respondo mientras me dedico a toser.
De inmediato saco el cigarro de mi boca.
—¡Qué mierda tan asquerosa!, no sé cómo le puede gustar esto a las personas —afirmo mientras miro el cigarro y lo pongo en la silla.
Saco una cinta de mi bolso, y entonces me dirijo hacia donde se hallaba Pedro. Trataba de mover su cabeza en todas direcciones, al tiempo en que gritaba que no lo hiciera. Era en vano; luego de unos pocos intentos lo amordacé.
Me alejé, dando pasos hacia atrás, para luego coger rumbo hacia la ventana de sala; entonces la abro para tomar aire fresco, y así poder sacar ese humo amargo.
Me quedé unos segundos observando todo a mi alrededor. Solo alcazaba a divisar casas y casas, y casas, y más casas desde esa ventana de un cuarto piso.
—«La ciudad debería tener más árboles; no hay lugar con aire más agradable que debajo de un árbol» —me digo, y vuelvo a cerrar la ventana.
Después de quitarle la cinta a Pedro, tomo el control remoto y le sonrío, justo antes de presionar el botón que detona una bomba debajo de las sillas que soportaban el peso de su esposa e hijos. El estruendo hace vibrar y chillar las ventanas con un sonido tan agudo que es agradable; muchas no llegan a soportar la vibración y se rompen inevitablemente. Por su parte, los autos empiezan a hacer sonar sus alarmas de modo que es exasperante.
—¡Nooo...! —grita Pedro, entre un llanto incontrolable. Su grito fue tal que incluso podría compararlo con el de la detonación.
Quizás haya sido algo enfermizo, pero la cuestión es que su dolor me llenaba de tanto gozo y alegría, que se me hizo imposible contener este choque de emociones, así que estallé, aunque en carcajadas. Es que verlo de ahí de esa forma, tan destrozado, me daba un alivio imposible de describir, sólo sé que me encontraba tan feliz que mi garganta y pecho rechinaban de alegría.
Luego de tratar de menguar mi risa, tomo el cuchillo y me dirijo hacia Pedro, sin quitarle el ojo de encima. Se ve temeroso, pero, más que todo, se ve abrumado por la conmoción; su pecho parecía tener vida propia, pues palpitaba de modo que también lograba estremecer sus hombros.
—H-hazlo en mi cuello para que muera rápido… —grita, retándome.
Niego.
Apuñalo el contenedor que arroja gasolina a chorros sobre su ropa. El miedo lo invade, por ello me suplica que basta, que no siga con esto, que ya le hice todo el daño posible.
—Deberías estar orgullo de ser el único de tus amigos que me vio a los ojos.
Tomo mi bolso, dándole la espalda.
—Por cierto, esta es la marca de tu cigarro favorito, lo traje por ti. Quizás te de calma —digo, al mirarlo de reojo.
Después de regar en su ropa lo que resta de gasolina, cojo el cigarro en la mesa y lo lanzo contra su pecho.
La chispa empieza a cubrir su cuerpo con ese tono amarillo y rojo tan característico del fuego. Sus gritos son tan fuertes que pareciera dejarme sordo. Siento en mi nariz un olor nauseabundo a ropa y carne quemada; escucho ese sonido agrietado que sólo el fuego produce cuando la grasa entra en contacto con el mismo; pero no me inmuta en lo más mínimo (él se merecía esto y mucho más).
Pedro se retuerce con tal brutalidad, que la silla cae de costado, producto de su impetuoso zarandeo. Solo podría compararlo con una larva, aprisionada por las garras de una lechuza que planea devorarla viva.
¿Qué sentirías al morir de esa manera? Viendo cómo tu piel es acariciada por el ardor del fuego; ver como tus ojos se derriten ante las sofocantes llamas, sintiendo el desespero de no poder hacer más que rogar porque todo acabe pronto.
Antes de abandonar la sala, le echo un último vistazo a Pedro.
Su voz parece ahogarse con el hervir de la sangre en su garganta. Su piel sangra al estar desgarrada por el contacto con el fuego, y esto no hace más que alimentar el incendio. No hay más sonido de su boca, sólo de su piel despellejándose a medida que se oscurece cada vez más.
Para ese entonces, gritos ya no representaban un problema que pudiera afectar mis planes, así que abrí la ventana próxima; igual, no quería intoxicarme antes de salir de esta mediocre edificación.
Yo sólo quería que sintiera el ardor que sentí alojarse en lo más profundo de mi pecho, carcomiendo todo mi ser, mis esperanzas y mis ganas de vivir. Quería que sintiera el cómo moría mi alma, sufriendo por el dolor de ver cómo perdía todo lo que más amaba en el mundo entero. Y sí, una atrocidad de mi parte, sin embargo, la justicia también suele ser imparcial.
Luego de empezar a bajar las escaleras, logro escuchar las sirenas acercándose.
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🦋 Despedazando mariposas 🦋
AçãoLa sociedad tiende a señalar y prejuzgar los actos más mórbidos que pueden llegar a ejecutar algunos sus integrantes. Sin embargo, hay mucho más detrás de ello, hay historias, deseos insaciables por exigir justicia, por exigir tener devuelta esa paz...