Bienvenidos Al Infierno

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Es increíble el tiempo de reacción de la policía cuando estallas una bomba. Por desgracia, no siempre son tan veloces. ¿Te imaginas las vidas que se salvarían si se tomarán la delicadeza de ver toda llamada en el 123 como una urgencia? Pero bueno, han de tener sus razones.
Sirenas de bomberos, ambulancias y policías inundan el lugar. Ya veo esto en el primer informe de la mañana: «Atentado terrorista en el barrio Centenario». 
Decido salir por la puerta del patio, dado que ese lugar me da la opción de salir de ese lugar, pasando desapercibido porque hay árboles y arbustos de coral que dificultan la vista. En cuanto quedo frente con las paredes que encierran el patio, me cambio la camiseta negra por un suéter que tenía dentro del morral, y procedo a guardar la que me había quitado hace un instante.
Era obvio que no podía simplemente saltar el muro que me separaba de la calle (sería una fatal imprudencia), por ello, después de subir a este, presto fina atención al ruido que producen los pasos de las personas cuando cruzan de prisa. Pasados un par de minutos, decido bajar con cuidado; quizá nadie se hubiese percatado de mi presencia aquí, aunque hubiera bajado en el momento en que tantos corrían, pero mejor prevenir que lamentar.
Me saco los guantes y los alojo al interior del bolso que, poco después, oculto tras los arbustos que adornan un parque cercano. Entonces, tomo rumbo hacia la zona del atentado, aunque no lo hago con el fin de no levantar sospecha ni mucho menos, solo quiero ver que todo haya quedado como lo planeé, y que las especulaciones que se hagan a partir de este incidente puedan estar generando el impacto social que deseo.
A medida que me acerco, observo como los bomberos corren a apagar el incendio que quiere expandirse hacia las casas más cercanas. No imaginé que se incendiaría tanto, pero bueno, así es la guerra; en ocasiones se sale de las manos.
—¿Qué pasó aquí? —le pregunto a un paramédico, el cual estaba cerca de la cinta de seguridad con la que acordonaron la zona de peligro.
—Parece que estalló alguna pipeta de gas dentro de la casa, y eso produjo una explosión, o eso creemos —alcanza a decir, antes de que se escuche a un oficial gritar: «¡Hay heridos!». De inmediato se apresuró a preparar las camillas.
Las autoridades ya tendrán una vaga idea de lo que ha ocurrido esta noche.
Levanto la cinta lo suficiente para lograr adentrarme en el sitio y procedo a acercarme un poco para ver de cerca el cómo las llamas van consumiendo el lugar. Sin embargo, un policía grita que me aleje, no sólo a mí, sino a todos los que están cerca. Así es como difiero que las cosas salieron como quería.
—¡Abandonen el área! Retroceden para facilitar el procedimiento —nos informa el oficial, a todos, por segunda vez. Esta vez lo dijo con un tono más fuerte, y acompañado de más policías que nos obligan a retroceder.
No tengo nada más que hacer en este lugar, ya vi lo que tenía que ver.
¡Casi lo olvido!, si me quedaba algo por hacer.
—¡Oh no, la casa se está incendiando en el cuarto piso! —grito, imitando una desesperación para nada mía.
En un instante, todas las miradas redirigieron su atención hacía la ventana donde sólo se podía observar el humo que emanaba de esta, el mismo que era resultado de la atrocidad que enmarcó los últimos segundos de vida que acompañaron a Pedro hasta su lecho de muerte. Es lo malo de vivir en una casa de cuatro pisos, donde solo vives tú y tu familia; en esa última planta, nadie escuchará con claridad tus gritos de dolor, estando cerradas las ventanas, y, mucho menos, si es de madrugada, justo en la hora donde hasta quien sufre de insomnio se haya profundamente dormido.
Los bomberos intentan abrir la puerta que dejé con llave (tampoco les iba a dejar tan fácil su labor).
Al cabo de unos minutos logran entrar.
No puedo imaginar el miedo y perturbación que han de sentir los primeros en ver la escena, pero pagaría por verla.
Minutos después, policías y paramédicos, aumentan sus esfuerzos por trabajar más rápido, he de suponer que ya les informaron sobre la joyita que se encontraron en lo alto de aquel inmueble.
Ya después de este pequeño alboroto, recojo el morral y tomo rumbo hacia mi casa, pero obviamente no me iré caminando durante 25 minutos para poder llegar, sino que me quedaré a esperar algún taxi.
Antes de quedarme en la acera, esperando transporte, voy hacia donde tenía ocultas mis cosas. Entonces, saco de mi bolso una camisa de salir, la cual me pongo encima del suéter que traía puesto; después, saco una bolsa de mi maletín y cuatro botellas de cerveza que tenía dentro (solo una tiene contenido, las demás están vacías), entonces tomo un poco, alojando esa bocanada de líquido en mi boca, sin tragarlo durante unos diez segundos, con el fin de que mi aliento tenga aroma a alcohol; el morral lo doblo alrededor del cuchillo porque así evito que rompa el plástico; luego, dejo el morral en el fondo de la bolsa, a modo que no se note mucho y que pueda sostener todo lo demás, excepto el portátil, dado que este lo oculto en mi abdomen, por debajo de la camiseta y entre mi piel y pantalón.
Ya con todo guardado como debe ser, y dándome cuenta que no había moros en la costa, salgo de esos improvisados matorrales a hacer la parada. Y qué suerte la mía que el vehículo llega como si lo hubiese pedido con la mente; al cabo de unos cuantos segundos, ya está uno en frente de mí.
—Buenos días, señor, ¿sabe lo que acaba de pasar en esa cuadra de al lado y la que está más arriba? —pregunta el taxista.
—Oiga, hermano..., la verdad es que no sé mucho, sólo escuché el estruendo cuando estaba en el bar..., y me dio mucho miedo, por eso es que tengo prisa por llegar a casa —le digo al taxista, mientras trato de imitar a un ebrio; y parece que se come el cuento porque su respuesta fue que hice bien al irme de inmediato, ya que además «me encuentra algo pasado de tragos», no el tipo super borracho que apenas se sostiene, sino uno que sabe tomar.
Después de 5 minutos llenos de charlas sin sentido y tocar temas acerca de la peligrosidad que representan los incendios, por fin llego a casa: es de un piso, pero tiene terraza; su color es de un llamativo azul, es llamativo porque es la única en ese tono por estos lares; por dentro está desordenada, pero así es como me gusta (lo que importa es que es fresca y reconfortante, dado que es el único lugar donde puedo tener recuerdos bonitos, aunque me sea nostálgico y doloroso a la vez).
Mi hogar es un desastre muy ordenado; todo está donde debe estar, y, a pesar de su aspecto, sé dónde se encuentra cada cosa. Lo único organizado en mi casa es mi habitación porque ahí es donde tengo mis libros para estudiar, hojas con proyectos para mis planes y cosas así, que no pueden perderse por nada del mundo; no porque vengan a mi casa y descubran toda esta escritura llena de atrocidades hechas y por hacer, sino porque me ayudan a mantener al pie de letra cada una de mis acciones, sin cometer ningún error ni dejar de un lado todos esos detalles que parecen insignificantes, pero necesarios para un fin.
Tomo las hojas donde tengo escrita toda la información del atentado contra la banda de Pedro y las guardo en el armario; son las primeras que alojo en ese lugar, pues son mi primera acción a gran escala.
Al mirar el reloj me doy cuenta de que dentro de unos minutos serán las 6:00 am, entonces bajo rápidamente a la sala para encender la tv y esperar el boletín del día. A lo mejor y la noticia haya llegado a los medios. Quiero saber que dicen acerca de lo que pasó hoy. Pero antes, a tomar un buen vaso de yogur de melocotón con cereal, nada más nutritivo para iniciar el día. Vaya, soné como un anuncio publicitario.
—Ven conmigo, señor yogur —le digo a la bolsa que guardo dentro de una jarra.
Ya cuando estoy sirviéndome en un vaso, escucho la tv decir: «Última hora: tres incendios fueron intervenidos por los bomberos en colaboración con la policía y los paramédicos. Al parecer fueron producidos por criminales en horas de la madrugada por un reajuste entre bandas, esa es la hipótesis que manejan las autoridades. En ambos lugares hallaron varios muertos de los que no se maneja información alguna. Se cree que uno de estos delitos fue producido por la detonación de una bomba. Más adelante les daremos más información acerca de los homicidios».
— Vaya, vaya, no está nada mal, las cosas van por buen cami... —afirmo, antes de ser interrumpido por la tv.
—«En otras noticias, en lo corrido de la noche ocurrieron una serie de asesinatos y muertes que están sin esclarecerse, debido a que una parte de los decesos pertenecen a la banda de los Orcos. Aún no sabemos si esto tiene que ver con el doble incendio de la madrugada y el que fue producido horas antes en la misma localización».
—¿Por qué habrá tantos conflictos en este mundo?, ojalá atrapen a esos criminales —le digo a la tv, antes de estallar en risas.
Después de terminar mi desayuno, me relajo un poco en mi cuarto, mirando el techo apenas pestañeando un poco y estando inmóvil como si fuera una momia.
Han pasado 18 horas desde que salí de la casa de Pedro. No he salido ni a la tienda en todo el día y resto de noche, tampoco he dormido, y aún no sé cuándo será el momento de hacerlo. No tengo insomnio por lo que hice ni mucho menos; llegué a un punto en que no siento remordimiento, igual, nadie necesita de esos ampones. Le hice un favor al mundo. Aunque no he dejado de pensar en lo que haré y cómo lo haré; me gusta ser meticuloso en todo lo que hago y que todo tenga un porqué. Así, las cosas, tienen más sentido.
Hace años no me imagina estar involucrado en estas cosas, siendo que mi mayor delito era cruzar el semáforo en rojo. Admito que me sentía bien malote cuando lo hacía, era algo como decir: «Adiós mortales». O así les decía a todos los que esperaban pacientemente al cambio de luces (se los decía en mi cabeza).
En aquel entonces mi vida era muy diferente. De hecho, las cosas han cambiado en un giro de 180 grados, aunque la transición fue lenta y cruda.
Vivía feliz, no tenía problemas y mi vida era prácticamente todo lo que cualquiera cualquier hombre soñaría: un trabajo estable que no me consume, una bella novia que me amaba hasta el cansancio; y muchas sonrisas. Era así como vivir el día a día, pero sin el veneno aburrido de la rutina, sin embargo, para este entonces, convivir en monotonía no sería ningún problema si fuese a su lado... No puedo olvidar sus regaños cuando me decía en forma seca: «Héctor». Apretaba sus labios y me veía molesta, aunque siempre sonreía con mis abrazos sin importar su estado de ánimo.
La vida es tan difícil que en ocasiones el suicidio parece la mejor opción. Por suerte, ya no pienso en esas cosas, después de todo, hay un mundo de personas que deben pagar la tiranía con la que me sometieron hasta el borde de la locura. Lo cierto es que no temo a la muerte, pero no por ello voy a andar desesperado por darle la cara. Lo último que necesito es estar bajo tierra.
Me levanto de la cama y salgo a la terraza para ver cómo se encuentra el cielo. Hoy no hay estrellas, el cielo está inundado por las nubes. Quizás llueva o quizás no; a veces la lluvia sólo es un cuento de políticos, al menos por estos días, lo digo porque prometen y no siempre cumplen. ¿Pero qué se puede hacer? Supongo que cruzar los dedos y esperar que pase lo mejor. Lo cierto es que hace tiempo dejé de pensar así, creía que, si las cosas que uno quiere no vienen, era porque no las necesitábamos con el alma, pero entre tanta incertidumbre, me di cuenta de que, si el mundo y la vida no te dan lo que esperas, sólo debes poner las cosas de cabeza y obligar al mundo a que te de lo que quieres. Cualquiera podría decir: «Moldea al mundo a tu antojo». Y la verdad es que hay cosas que no pueden moldearse, y deben romperse para que sean como lo que deseamos. Al menos Hitler lo intentó así, y le duró poco; sin embargo, al final acabó vivito y coleando por allá en Argentina. Bueno, eso es solo la historia del cómic Tierra. Aquí en Arreit las cosas son diferentes. Pero si un tipo con bigote extraño pudo conseguir tanto debido a sus dones de elocuencia, yo podré doblegar todo lo que me plazca.
No suelo encender los bombillos, así que me encuentro a oscuras y con las cortinas entreabiertas.
El sonido de los autos que cuando pasan van dejando una estela de luz que cruzan las paredes de mi habitación en hileras fugaces, adornan mi noche. Me gusta estar aquí, todo es tan tranquilo.
Un auto se detiene en frente de mi casa, sus luces entran por los espacios descubiertos que hay entre cortina y cortina, y, en una gruesa línea de luz, enfoca un periódico que tengo postrado en la pared. Resalta una noticia de hace mucho tiempo: «Hombre capturado tras asesinar a su pareja para poder escapar de la policía: la universitaria Artemis Gajeel, quien al parecer pertenecía a un grupo de delincuentes, fue asesinada por su novio Héctor Allen, en plena persecución policial».

🦋 Despedazando mariposas 🦋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora