Capítulo IV

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Por la mañana Luciana se levantó temprano y salió de su casa no sin antes  despedirse de su abuela, ella era el único familiar que tenía

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Por la mañana Luciana se levantó temprano y salió de su casa no sin antes  despedirse de su abuela, ella era el único familiar que tenía. Su compañero Alex Velásquez se encontraba esperándola.


—Te ves muy hermosa hoy,  Reyes —comentó guiñándole el ojo.

Luciana sabía que él estaba coqueteandole, además su vestimenta no era extraordinaria ya que llevaba puesto el uniforme policial que consistía en un jean oscuro, una camiseta con el logotipo de la policía nacional, botas y su respectiva arma: Alex trataba de conquistar a Luciana cómo todos los días.

Luciana era una chica muy atractiva, inteligente y en ocasiones un  poco ruda. Su aspecto físico atraía a todos los hombres, era esbelta, ojos casi negros, tan oscuros como la noche, y su cabello rojo como el fuego.

—Déjate de babosadas, tenemos trabajo que hacer—respondió Luciana fingiendo molestia.

La verdad era que  se sentía atraída por su compañero, el cual era moreno, de cabello corto castaño, ojos color miel y corpulento, además Alex era  un hombre muy astuto. Alex sonrió ante su respuesta, le encantaba verla de esa manera. Subieron a la camioneta policial, donde pocos minutos después llegaron a la casa donde vivía  Felipe Castro: la primera víctima.

El entierro sería en la tarde así que aprovecharon hablar con la viuda.

—Margarita, ¿conoce usted si su esposo tenía algún enemigo o alguna información que nos pueda servir para la investigación? —preguntó Luciana.

Margarita limpiaba las lágrimas que aún resbalaban por sus mejillas.

—No tengo idea. Él salió como lo hacía todos los viernes a la cantina de Don Pedro a beber con sus amigos, aunque estas últimas semanas estuvo algo diferente, como si le preocupara algo — respondió recordando ese momento—. Le pregunté qué le pasaba, pero  él  esquibaba las preguntas así que no insistí.

El oficial Velásquez le pidió a la viuda los nombres de esos amigos de su difundo esposo, una vez lo tuvieron se marcharon a la cantina de Don Pedro. Cuando llegaron hablaron con  él, le preguntaron si había visto algo sospecho o si la víctima estaba actuando de una manera diferente a lo habitual. 

—No vi nada fuera de lo normal —les respondió—. Miren, ahí vienen Ricardo y Manuel, tal vez ellos sepan algo —dijo señalando a los hombres que ingresaban a la cantina borrachos .

—Don Pedro, una botellita para los dos,  debemos tomar fuerzas para ir a despedir a nuestro compadre —mencionó Ricardo.

Los oficiales decidieron aprovechar esta oportunidad.

—Necesitamos hablar un momento con ustedes dos —comentó el oficial Velázquez acercándose a su mesa.

—Por supuesto, oficiales, tomen asiento —pidió Manuel, que estaba menos borracho que su amigo

Los oficiales, luego de sentarse, les hicieron la misma pregunta.

— Hace unos días lo noté algo raro... estaba más feliz —mencionó Manuel—. Le pregunté el motivo de su alegría y me respondió que era porque había conocido a una jovencita muy hermosa en la cosecha de maíz y que tenía un romance con ella.

—¿Sabes su nombre? —Preguntó de inmediato  la oficial Reyes.

—Creo que se llama Anastasia Peralta —respondió Manuel.

Don Pedro se acercó a la mesa a dejar la botella de licor, los oficiales se despidieron de ellos.
Poco después subieron a la camioneta rumbo a la hacienda donde se llevaba a cabo la recolección de maíz.

El Misterio Del Velo NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora