Los Muertos No Hablan

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Mi nombre es Stephen Reynolds, y cuando la policía encuentre esta carta ya habré acabado con mi vida.
Fue hace tan solo dos semanas y maldigo el día en que mi difunto amigo, Reagan Ford y yo nos metimos en algo que no nos incumbía y que nos ha llevado a la terrible decisión de quitarnos la vida.

Uno de los profesores de Ciencias Naturales de la Universidad de Oregon, Carl Morgan, había fallecido dentro de su propio hogar en su oficina. Se había suicidado colgándose. Una vez que su cuerpo fue llevado a la facultad de medicina de la Universidad de Oregon (Ya que era su voluntad que su cuerpo fuese donado a la universidad para realizar estudios), su casa fue rodeada con cinta policíaca.

Mi amigo Reagan Ford, quien era gamberro, entró en el hogar del recién fallecido Morgan por ahí de las 12:30 am con la esperanza de hallar algo de valor, cosa de lo que no fue muy afortunado porque el profesor Morgan era un hombre sencillo y su dinero, tal como decía en su última voluntad, pasó a manos de su hermana, ya que nunca tuvo hijos ni estuvo casado.

Al día siguiente de la muerte del profesor Morgan, después de la clase, Reagan me acompañó a mi hogar para contarme de lo que halló en la casa del profesor Morgan, cosa que solo me hacía sentir pena ajena. Me contó que su botín fue únicamente un reloj y una grabadora ya anticuada con un casete, y que la trajo para que escucháramos lo que sea que estuviese grabado. Le conecté unos audífonos y fue Reagan quien lo escuchó primero.

Cuando se empezó a reproducir, me dijo Reagan que lo primero que se escuchaba era el profesor Morgan diciendo que se encontraba en el cementerio local a altas horas de la noche, había hecho un agujero en una de las tumbas y bajó un micrófono a través de ese agujero para saber si hay alguna especie de ruido dentro de las tumbas. El profesor Morgan, pese a su Arminianismo, no era una persona demasiado supersticiosa ni fantasiosa, pero si era muy curioso, tenía dudas por cosas tan grandes como el causante del fenómeno del triangulo de las bermudas, hasta por pequeñeces como el contenido de una pelota de golf. Pensé que lo más probable era que solo hubiese un gran silencio, pues es imposible que los muertos puedan hablar... O eso creí.

Una vez que se empezó a reproducir lo que el profesor Morgan grabó del interior de la tumba, note cómo el rostro de mi amigo poco a poco se iba arrugado hasta convertirse en una expresión de horror, y cómo no pudo contener las lágrimas y estas se escurrían por sus mejillas en gordos chorros de sus dos ojos. Estaba completamente en shock.

-¡¿Qué pasa, Reagan?! - Le preguntaba tratando de que entrara en razón - ¡Vamos Reagan, dime qué pasa!

Detuve la grabadora y le quité los audífonos. Lo empecé a sacudir mientras le decía: <<¡Reagan, dime qué fue lo que escuchaste!>>. Por un momento su rostro volvió a la normalidad, pero con suma velocidad retiró el casete de la grabadora, lo estrelló contra el suelo y comenzó a pisotearlo hasta hacerlo trizas. Después de eso se tiró al suelo a llorar. Seguí intentando preguntarle qué fue lo que escuchó, pero solo lloraba. No me quedó de otra más que traer ayuda, llamé a la ambulancia y fue llevado a un psiquiatra.
Cuando su familia que se encontraba en Seattle se enteró, decidieron llevarlo con ellos para que ahí fuese tratado.

Tres días después del incidente se suicidó metiéndose una bala a la boca, dejando solo una nota que únicamente decía:

"No hay nada."

Ese suceso creó en mi una salvaje curiosidad sobre qué fue lo que escuchó. Me arrepiento completamente de eso, porque bien pude continuar como si nada hubiese pasado, pero fui terco en querer saber qué fue lo que grabó el profesor Morgan.

Pensé que probablemente en su hogar tendría alguna otra grabación ó algún escrito, pero desafortunadamente, el día del incidente de mi amigo Reagan, un incendio consumió la casa de Morgan y todo lo que estuviese adentro. Nadie sabe al día de hoy cuál fue la causa del incendio.

Recurrí a la hermana del profesor Morgan, la señora Mary Morgan, para preguntarle si el profesor le comentó algo sobre lo que hizo. Ella negó, dijo que nunca le comentó sobre algo que haya hecho. Entonces, por algún motivo, se me ocurrió preguntarle sobre si tenía una actitud extraña ó fuera de lo común en sus últimos días de vida. Ella me dijo que el profesor se sentía acosado por una extraña presencia y que sentía un olor horrible, un olor a putrefacción.

Pasé cinco días frustrado por la idea de que no sabría qué fue lo que escucharon el profesor Morgan y Reagan Ford que los llevó a quitarse la vida. Maldito el día que se me ocurrió buscar la tumba que usó el profesor Morgan.

Pude comprar un micrófono y un casete. Fui al cementerio local por ahí de las 12:50 am y 1:00 am. Me pude introducir sin que el velador se diera cuenta, y guiándome por la luz de una linterna de bolsillo me puse a buscar aquella tumba. Después de unos 15 ó 20 minutos encontré una tumba con una tapa de cemento y un agujero en medio, la tumba pertenecía a Harry Lockwood. Lo que estaba por hacer no me agradaba en absoluto, lo digo más por dignidad que por alguna superstición religiosa.

Saqué el micrófono y la introduje por el agujero de la tumba, lo conecté a la grabadora y comencé a grabar. No pasaron ni tres minutos de que empecé a grabar cuando el velador me pilló en el acto. Desconecté la grabadora y salí corriendo dejando el micrófono atrás. Entre tropiezos pude salir por donde entré y fui directamente a mi hogar.

Cuando llegué y después de haberme relajado para evitar que me diera un infarto (Aunque eso hubiese sido mejor que conocer lo que quedó grabado en la cinta), conecté los audífonos y me puse a escuchar lo que quedó grabado en la cinta... Ahí conocí el verdadero horror, cuando escuché esa voz rasposa, gelatinosa y podrida, acompañada de un sonido parecido al que hacen las uñas al arañar la madera, que decía entre sollozos:

-¡No hay nada! ¡Todo es tan obscuro y frío... ! ¡No hay nada!

Detuve la grabación antes de que la voz siguiera hablando. No pude evitar llorar como lo hizo Reagan, y al igual que él destruí el casete.

Traté de continuar mi vida como si nada hubiese pasado, pero cuando salía de mi casa sentía que me seguía alguien, y por si fuera poco esa presencia iba acompañada de un terrible olor a putrefacción. Quise pensar que era simple paranoia, pero luego recordé que lo mismo le había pasado al profesor Morgan. Traté de continuar de igual manera en los últimos seis días, pero cada día sentía esa presencia y ese olor cada vez más cerca, al punto que hasta la llegué a escuchar arañando la puerta de mi habitación. De hecho... Ahora mismo mientras escribo la estoy escuchando arañando la puerta de mi habitación y puedo sentir ese olor putrefacto, y a veces parece que trata de entrar.

Tengo ahora a la mano un frasco de pastillas. Las tomaré todas para morir de sobredosis, al menos así no sentiré dolor.

Lo único que sé ahora es que no hay nada...

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