El Rey Harold

8 0 0
                                    

El rey Harold de Garadia comenzaría a reinar a la edad de 30 años, siendo el monarca más joven que tendría el reino de Mertlán y el sexto gobernante del mismo desde su fundación. Pese a su origen humilde y sin haber recibido educación alguna, Harold traería prosperidad a su país, al aprovechar sus costas abundantes de toda clase de peces comestibles y explotando sus minas ricas en oro, plata y piedras preciosas. Pelearía contra cada una de las naciones enemigas venciéndolas y consiguiendo que Mertlán se consagrase como una nación poderosa y digna de respeto. Con las otras naciones haría pactos diplomáticos. Harold no dejaría ningún crimen impune, procurando traer justicia tanto a ricos y pobres, y se caracterizaría por siempre estar atento a las peticiones de sus ciudadanos, tanto en la capital como en el resto de provincias y sin importar su posición.

La esposa del rey, Viola de Cartus, era la hija de un importante terrateniente de la provincia de Cartus. Contrajo matrimonio con Harold dos años después de que éste ascendiera al trono. Ella tenía 20 años. Sin embargo, Viola era estéril, pero esto no impedía que Harold la amara profundamente por su ternura, su sinceridad y su belleza. Por 30 años fueron, a la vista de todo el mundo, la pareja más unida que haya habido jamás. Posteriormente, una epidemia de peste amenazaría al país, pero gracias a las medidas sanitarias y de contingencia lograrían controlar la peste, y esta sólo se llevaría la vida de 22 personas. Sin embargo, una de esas 22 personas sería Viola.

Tras la muerte de su esposa, Harold sufrió un cambio repentino y se dejó consumir por sus excesos. Sobreexplotó las minas para cubrir todas las salas del palacio real con oro, además de que pedía que se le cubriesen todas sus vestimentas con piedras preciosas, incluyendo sus armaduras. No le importaba en absoluto los tratos que llegasen a recibir los mineros, ni que estos muriesen debilitados. Hizo muchas declaraciones de guerra a sus antiguos enemigos con tal de destruirlos totalmente, sin aceptar tregua alguna y sin tomar prisioneros; incluso le declaraba la guerra a sus aliados. Millones de hombres, mujeres y niños fueron liquidados sin piedad, y sus ciudades saqueadas.

Cada noche en el palacio se realizaban fiestas en las que asistían todos los funcionarios gubernamentales y los generales del ejército, bebían cerca de dos mil tinajas de todo tipo de vinos y realizaban orgías en las que se acostaban con más de mil mujeres. Estas orgías hicieron que Harold fuese el padre de 122 hijos, quienes serían peores que su padre en todo aspecto; una suerte para el pueblo de Mertlán que ninguno de ellos llegase a gobernar.

Mientras que Harold nunca pudo aliviar el dolor de la soledad que le provocó la muerte de su esposa con sus abundantes riquezas, sus numerosos hijos y nietos, ni con sus sucias victorias militares, llegando a sentir una total apatía por la corona y la labor de gobernar dejó de tener sentido para él. Poco a poco dejaba de atender a las peticiones de sus ciudadanos. Cuando se cumplieron 70 de su llegada al poder, el pueblo se vio azotado por otra epidemia de peste, y en lugar de tomar las clásicas medidas sanitarias y de contingencia, se encerró en su palacio dejando al pueblo a su suerte. Aún después de superada la peste, Harold no salía de su confinamiento, ya no hubieron más fiestas ni orgías. Dejó de hablar y permaneció sentado en el trono por 30 años, levantándose únicamente para comer y usar la letrina. Sus hijos serían quienes "atenderían" a las necesidades del pueblo, cometiendo innumerables abusos al cobrar excesivos impuestos, aceptar sobornos y violando a las esposas e hijas de los campesinos.

Cuando se cumplieron cien años de la llegada de Harold al poder, un terrateniente de la provincia de Balron llamado Eduardo, harto de los impuestos, llamaría a todos los habitantes de la provincia a organizar una rebelión contra la corona, una idea que todos aceptaron sin dudar, y decidieron que Eduardo sería el próximo rey. Enviaron a todas las demás provincias este llamado donde recibieron la misma respuesta positiva de parte de los ciudadanos sin excepción alguna, inclusive por parte de los gendarmes y los soldados, por lo que no tuvieron ninguna dificultad en capturan a todos los hijos y nietos de Harold, los cuales fueron ejecutados. Los adultos fueron decapitados, las mujeres empaladas y los jóvenes ahorcados. Los cuerpos después fueron incinerados y las fosas donde arrojarían las cenizas posteriormente se convertirían en letrinas.

"¡Hemos exterminados a todos los hijos bastardos, ahora sólo nos queda el padre de estos impíos!" exclamaban. "¡MUERTE AL LINAJE DE HAROLD!" era su lema, lema que gritarían a viva voz cuando rodearon el palacio real, siendo más de 300 mil furiosos hombres armados los que estaban eufóricos y ansiosos por derribar la puerta y convertir el interior del palacio en un infierno del cual brotarían mares de sangre que harían que la tierra adquiriera un color rojizo.

Los siervos del rey fueron a advertirle de la gran turba que había afuera del palacio, pues pensaban que si había alguien que podría vencer a todos esos rebeldes (a pesar del número) sería él, si es que el tiempo no hubiese oxidado sus conocimientos del arte de la guerra. Tras 30 años de silencio, Harold por fin hablaría, pero su respuesta no fue para nada satisfactoria.

-Déjenlos entrar. Abran la puerta y no luchen contra ellos. – Diría, con una voz fúnebre – Que entren al palacio.

Al abrirse la puerta del palacio, los rebeldes se sorprendieron al ver que nadie salía a atacarlos, pero de todos modos corrieron al interior del palacio hasta encontrarse frente al trono donde yacía Harold. Eduardo, quien iba al frente, desenfundó su espada y se aproximó al rey para decapitarlo mientras los rebeldes gritaban "¡MUERTE AL LINAJE DE HAROLD!". Sin embargo, todos en la sala se paralizaron atemorizados cuando escucharon la sombría y decrépita risa del rey, quien se levantaría de su trono y se pararía firmemente frente a la multitud.

-Ustedes son unos idiotas si piensan que temo a la muerte – Dijo –, es algo que he estado esperando por más de 70 años. Pero además de eso, ustedes son unos pobres miserables si piensan que con esta rebelión podrán tener una mejor vida y que traerán una nueva era de prosperidad. No saben gobernarse a sí mismo, y no sabrían siquiera qué es lo que realmente necesitan aunque estuviera frente a ustedes. Por eso les digo, que si yo los goberné por cien años con mano de piedra, quien me suceda los gobernará por mil años con puño de hierro. Morirán en la miseria con la falsa esperanza de que algún día todo mejorará, creerán en las falsas profecías y discursos sobre un día mejor, cuando la única solución que tendrían sería que los devorara la tierra o que las montañas les cayeran encima.

Mientras volvía a reír, Eduardo alzaría su espada y lo decapitaría velozmente. El cuerpo del rey caería inerte sobre su espalda, mientras que su cabeza, aún en el suelo, seguiría mirando hacia la horrorizada multitud y su quijada seguiría moviéndose como si aún pudiese reír, hasta que después de unos segundos dejaría de moverse.

CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora