La Marcha

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Recuerdo a mi hermano, pero los demás no...

Cuando tenía nueve años de edad, mi hermano, Gerardo, era un estudiante universitario de medicina. Me sentía muy afortunado de tenerlo como hermano mayor. Aceptaba jugar conmigo cuando mis amigos no podían, me ayudaba con las tareas más complicadas (Sobre todo las de matemáticas), me llevaba siempre a la escuela y me recogía en la salida, y siempre en el trayecto de regreso me compraba una golosina en la tienda de doña Apolonia, la madre de Luis, su mejor amigo y compañero de clase. Siempre fue cariñoso, y como hijo era ejemplar, siempre fue educado y obediente, nunca hacía enojar a mis padres... o por lo menos no siempre.

Mi padre fue educado a la antigua y siempre muy conservador. Por eso votó por el que era en ese entonces presidente, Arturo Mondragón; dicho gobernante me parecía muy curioso de niño, aun cuando no me interesaba la política, puesto que siempre aparecía en la televisión, en los carteles y en la radio, hablando de todas las obras que había hecho. Por ejemplo, una vez dijo que en mi ciudad había construido una clínica, donde podrían incluso hacer trasplantes de órganos, cuando lo cierto es que en el lugar donde decían haberla construido solo había un terreno baldío.

Mi hermano era más liberal. Siempre renegaba de nuestro presidente, llamándolo un abusivo, un derrochador, fanfarrón y déspota. Esto molestaba a mi padre y muchas veces discutían. Con cada día que pasaba, las discusiones eran más hostiles, tanto que un día casi llegaban a golpearse, una vez que mi padre lanzó una bofetada que mi hermano pudo esquivar. A partir de ahí, mi madre prohibió estrictamente que se hablara de política en la casa.

De lo que más renegaba mi hermano era del recorte de los fondos en para las instituciones de educación pública. Todo para invertirlo en infraestructuras y monumentos que sólo servirían para darle una buena imagen al país, no para su desarrollo. Gerardo, junto con su novia, Vanessa, y Luis, participaba en marchas para protestar. Muchas veces regresaba con golpes que le eran propiciados por granaderos.

En los medios de comunicación siempre difamaban a los estudiantes que participaban en las marchas, asegurando que eran alborotadores que cometían muchos actos violentos. Cuando en realidad la violencia era de parte de los granaderos que enviaban para reprimir las protestas.

Pero todo esto nadie lo recordaba. Ni siquiera mis padres. De hecho, ni siquiera recordaban a mi hermano.

Me explico.

La última vez que vi a Gerardo fue cuando salió a participar a otra marcha, durante la noche. La marcha iniciaría a las 8:00 pm y marcharían hasta la plaza del centro.

No volverían hasta las 12:00 am. Por lo menos vivíamos cerca del centro de la ciudad.

Gerardo salió, como siempre, con Vanessa y con Luis. Antes de salir nos pidió que, si no llegaba a volver, reportáramos su desaparición. O por lo menos nos lo pidió a mi madre y a mí, ya que mi papá ni siquiera se despidió de él.

Pasaron las horas, habíamos terminado de cenar y yo debía estar dormido desde las 10:00 pm, pero me quedé mirando la televisión con el volumen lo suficientemente bajo para que no se dieran cuenta de que aún estaba despierto.

A las 12:00 am dejaron de transmitir mi programa favorito. Fue entonces que apagué el televisor y me dispuse a dormir. Apenas me había acostado cuando escuché unos sonidos que provenían de la calle, y estaban algo lejanos. Provenían de la plaza. Era sonidos que sonaban como fuegos artificiales, pero además de esos sonidos, también se podían distinguir gritos. No eran gritos de euforia, sino de horror.

Tenía miedo de asomarme por la ventana, pero lo terminé haciendo, sin encender las luces. Vi cómo un muchacho, como de la misma edad de Gerardo, golpeaba la puerta de cada casa que encontraba con desesperación, y gritando por ayuda. Esperaba que alguien le diera asilo. Lo peor fue cuando apareció un militar y acribilló al muchacho. Al ver eso me aterré y me agaché. Esa escena jamás la borraré de mi mente.

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