Adrenalina.

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NARRA SAMANTA

En cuánto pisé el suelo tras saltar de la salida de emergencia al callejón, sentí la adrenalina en mi cuerpo y la razón en mi cabeza.

Evadir policías; a la mínima sospecha, correr; no disparar si no era necesario... Coger el pen drive y, sobre todo, volver viva.

Que Jessica hubiese accedido a que fuera sola significaba que no quedaba otra, que era la última y única opción de tener algo útil para acabar con todo aquel infierno. Porque tomar esa decisión, iba en contra de todo lo que ella quería.

En seguida vi todo el circo mediático que llevaba días instalado en la puerta de la central; su único objetivo era cazarme a mí o muchísimo mejor, a Jessica. Claro que, si veían a Jessica, la arrestarían en seguida sin darnos la posibilidad de demostrar su inocencia.

Cruzar la avenida, llegar al parque y salir por la zona este; sortear dos calles y en la esquina de la farmacia girar a la izquierda. El tercer local de la derecha. Las indicaciones estaban en mi mente, y el recuerdo de la vez anterior también.

Había dejado la placa con Jessica; me lo había dejado claro, no podía llamar la atención. Me aseguré unas veinte veces que llevaba una pistola en la sobaquera y otra en mi espalda. Si hubiese sido por ella, me hubiese armado con cinco. Pero si yo tenía cuidado, no tenía que pasar nada y muchísimo menos siendo de noche, dónde todo era más complicado de ver.

En cuánto dejé atrás la gran avenida, me di cuenta que dos siluetas venían tras de mí. Juraría que habían salido del entorno mediático frente a la central, pero no estaba del todo segura. Fue al llegar al parque cuando me escondí bajo dos arbustos y les escuché.

- Te digo que era su mujer – dijo uno de ellos – Se habrá escondido.

- Demos el aviso mejor; si es como ella, no vamos a poder.

Imaginé que ya se habían enfrentado con anterioridad a Jessica y que, obviamente, no habían podido con ella. Me mantuve agachada hasta que dejé de escucharles, ni voces, ni pisadas; nada. Aun así, antes de salir, me quise asegurar mirando por encima de los arbustos. Sabían que yo estaba en la calle, me tenía que dar prisa.

No corrí porque prefería tener el control de todo que correr a la desesperada para llegar antes. Probablemente Jessica me hubiese gritado por ello; pero me sentía más segura.

En las calles no había apenas gente, las farolas alumbraban desde hacía horas las aceras y sólo el ruido de los coches me impedían escuchar todo con mayor claridad.

Nada más girar la esquina en la farmacia, me encontré de bruces contra un coche policial. Y aunque hubiese podido salir corriendo, era demasiado tarde. Ellos ya me habían visto y no tenía pérdida.

- Hola – frunció el ceño uno de ellos - ¿Podría enseñarnos su identificación?

- Claro.

Yo no era la conocida, era Jessica. Esa frase retumbaba en mi cabeza desde que abrí mi cartera hasta que les di el carné. Miraron varias veces intercalándose entre el documento y yo; podía contar los latidos de mi corazón con los dedos de una mano, y es que si por algún casual habían visto las noticias esos días, sabrían quién era.

- ¿Hay algún problema? – pregunté.

- No – me lo devolvieron – Puede seguir. Que tenga una buena noche.

- Gracias, agente.

No esperé más, necesitaba llegar ya dónde el cuervo porque me iba a explotar el corazón. No quería perder los nervios y toda esa situación iba a provocar que lo hiciera.

- Llegas tarde – me dijo el cuervo nada más entrar – Me cae mejor tu mujer.

- Ya, bueno... Creo que por eso eres tan antisocial – me miró sorprendido – A nadie le cae mejor Jessica.

- ¿Ha borrado mis datos? – asentí – Bien, ten – me dio el pen drive – Sólo tenéis que conectarlo al ordenador, y esperar tres minutos; después quitarlo y ya estoy dentro.

- ¿Y a cambio?

- Dile a Jessica que esto no se lo cobro. Pero que no se acostumbre.

- Cuánta generosidad, gracias.

- No salgas por la avenida, estará lleno – asentí – Rodea el parque.

- ¿Nada más?

- Nada más.

Supuse que el hecho de que Jessica calculara todo tan rápido es porque sabía que el cuervo no se iba a entretener.

Me encontré a la misma patrulla que antes, pero acompañada de otros dos tipos, los del parque. En seguida me señalaron y lo tuve claro, era el momento: correr.

Por la calle contraria a la que tenía que ir, dando las zancadas más grandes que nunca y quitándole el seguro a la pistola que tenía en la sobaquera, pero sacando la que tenía a mi espalda. Escuché dos disparos que ni siquiera me preocupé en saber dónde habían impactado, lo único que supe es que a mí no me habían rozado.

Giré por varias calles, ni siquiera sabía a dónde iba, lo único que tenía claro es que tenía que huir de los que me seguían. No se habían escuchado más disparos, y sólo por eso supe que no querían hacer ruido, si iban a por mí, lo iban a hacer en silencio.

Tenía que deshacerme de ellos porque así no podía ni acercarme a la central, sabrían que estábamos allí y sería la perdición para todos. Tirando de las pocas energías que tenía, teniendo en cuenta que apenas había dormido y comido; corrí con todas mis fuerzas.

Miré hacia atrás teniendo a cincuenta metros la calle que daba a la parte trasera de la central. Venían lo suficientemente lejos como para despistarlos; era el momento. Giré por la calle contraria que daba a la central, atravesé la carretera teniendo la suerte que no iba ningún coche y entré en una calle de no más de diez metros de ancho.

Tan solo un cubo de basura en medio de la calle; eso era todo lo que tenía. Frené en seco y me hundí en la esquina tapada con el cubo de basura. Me ardían los pulmones mucho más que en toda mi vida, las piernas me empezaban a temblar por el esfuerzo; pero no podía bajar el nivel de adrenalina en ese momento.

Escuché sus voces retumbar en la pequeña calle, cogí una de las pistolas y me preparé para lo peor. Las pisadas se acercaban cada vez más; sólo tenía un objetivo en la mente: salir de aquella encerrona, con vida.

Gracias por leer otro domingo más.

Helena Mabbitt.

Miradas de amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora