NARRA JESSICA
- No sabía que la policía de vez en cuando tenía detalles así, la verdad.
Asentí dejando mi servilleta al lado del plato. El hotel más caro de la ciudad, una cena a la altura de la reina de Inglaterra y con una exclusividad que ni Cristiano Ronaldo. Samanta sabía disimular muy bien; básicamente porque estaba maravillada con cada cosa que veía o el trato que nos daban. No es que yo estuviera acostumbrada; es que sabía que cuando Jaime y el cuerpo hacían algo así, es porque había pasado algo.
- ¿Me vas a contar de una vez por qué estamos aquí?
- Porque Jaime ha querido – contestó mirándome – Ya te lo ha dicho él mismo.
- Sí; pero se te olvida que sé cómo funciona todo esto. Y que se tomen tantas molestias no es por una sola disculpa. Sé que tú lo sabes.
- Puede... - sonrió encogiéndose de hombros.
- ¿Qué pasa?
- Todavía no te lo voy a decir...
Y sin borrar su sonrisa, agarró la botella de vino que había en la cubitera y se levantó. Directa a los ascensores; no sabía si para ir a la habitación o porque se le había ocurrido otra cosa. En cualquier caso, me levanté entre corriendo y desesperada.
La última planta fue el destino de Samanta en cuanto entramos en el ascensor; y una vez que se cerró la puerta sabiendo que nadie más iba a subir con nosotras, me agarró de la cintura sin soltar la botella y rozó mis labios. Intenté besarla, pero en seguida se echó hacia atrás ligeramente con esa sonrisa que tanto me gustaba.
- ¿Has llamado a tu padre? – preguntó rozándome los labios.
- Sí... - tragué saliva.
- Mejor, porque no quiero que nadie nos moleste.
Hizo de nuevo el amago de besarme, pero lejos de la realidad, estuvo más preocupada en morderme el labio inferior que de besarme.
- Me estás poniendo muy nerviosa, Sammy – dije mirándola directamente la boca – Y sabes lo que pasa cuando me pones así...
Tras mostrarme una de esas sonrisas suyas tan pícaras, se mordió su propio labio; pero no dio tiempo a nada más porque las puertas del ascensor se abrieron. Me agarró la mano, dado que sólo ella sabía a dónde iba. Una puerta negra, que daba a unas escaleras de metal... La única manera que había de subir a la azotea del hotel.
No era el edificio más alto de la ciudad; pero era lo considerablemente alto como para poder ver la mayoría de las azoteas. En una noche dónde ni siquiera había luna, las estrellas se contaban con los dedos de una mano y es que las grandes nubes presagiaban que iba a ser una noche... Tormentosa.
- ¿Qué hacemos aquí?
- Ven – sonrió llevándome al borde - ¿Dirías que Jaime es el hombre más poderoso del cuerpo?
- Sí, claro; ¿a qué viene eso?
- Y detrás de él, ¿quién viene?
- Pues... Depende de muchas cosas.
- ¿Quién puede decidir por todos sólo teniendo a Jaime por encima?
- El jefe de inspectores – contesté algo desesperada – Esto lo estudiaste en la academia, ya, dime qué pasa.
- Estoy refrescando la memoria – sonrió – O sea que el segundo más poderoso era Samuel, ¿no?
- Samanta – fruncí el ceño – Ve al grano.
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Miradas de amor.
General FictionLas relaciones son complicadas. El amor todo lo puede. Eso dicen, ¿no?