miento al responder

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"¿Qué es lo mejor que te ha pasado en la vida?", me preguntaron una vez.

"Las oportunidades que me ha dado la vida para crecer", respondí.

"Conocerte", pensé.

Pasado el fin de semana y llegado finalmente el lunes, Renato se despertó con una boba sensación de alegría porque sabía que hoy Gabi empezaba a trabajar en su casa durante varias horas.

Él iba al turno de la mañana, "por suerte para mi", así que básicamente ya se había hecho la idea de que iba a compartir mucho con su nuevo-futuro amigo, y eso estaría genial. Jamás había sido una persona de demasiados amigos, aunque él siempre lo intentaba: amaba socializar.

Simplemente sentía que, a veces, no le caía bien a la gente de su edad y por eso tendían a burlarse de él. Le hacía mal pensarlo, así que prefería simplemente dejar de buscar amigos y quedarse con los poquitos que siempre había tenido.

Renato fue hijo único hasta sus 16 años ya muy cumplidos, y fue allí cuando llegó Bruna -que ahora mismo tenía un año y medio de edad-. Tato toda su vida había sido el nene de mamá, el único, el más mimoso y al que le ponían toda la atención; ya era costumbre para él, era lo común y a lo que estaba adaptado.

Sin embargo, ahora tenía clarísimos sus sentimientos hacia su hermana menor: Bruna era, sin ninguna duda, la luz de sus ojos y el motor de todos sus días.

De chiquita había pasado por muchos médicos y varias intervenciones quirúrgicas, donde su papá -quien estaba separado de su mamá desde sus 11 años- había estado todo el tiempo con ellos, ayudando económicamente y cuidando a Renato algunos ratos por día. Habían sido épocas tremendamente difíciles para él, ver a su mamá tan triste por la salud de la bebé había repercutido en Renato con mucha fuerza: le iba muy mal en el colegio, era un poco agresivo con las personas fuera de su familia...

Y, en realidad, el único que había estado todo el tiempo con él había sido Gustavo - su mejor y, por qué no, único amigo de verdad. El chico de la sonrisa enorme y sincera, y el de los padres que también lo querían como a un hijo más.

Dado todo esto, Renato tampoco tuvo demasiada vida social ya que no tenía muchos amigos más allá de Gus y un par de chicas, pero eso jamás había impedido que el menor fuera tremendamente feliz con cosas chiquitas. Como por ejemplo hoy, que justamente el chico estaba feliz porque iba a ver a Gabriel e iba a poder volver a presenciar esos espectaculares ojos, raros y muy verdes.

Ese motivo fue suficiente para que se levante a las seis y media de la mañana dando saltitos por su pieza, ordenando la mochila y eligiendo qué ropa se pondría hoy para estar lindo.

Esa tarde de septiembre era absolutamente soleada y todo parecía muy lleno de vida. Su casa estaba a unas 15 cuadras de su colegio, así que él generalmente iba caminando o, como hoy, usaba su bicicleta para disfrutar del paseo.

Giró en la esquina del instituto y sonrió cuando reconoció un auto blanco brillante e inmaculado estacionado a unos metros. Ya hacía como cinco meses que Gus andaba con este... hombre, y en ese lapso de tiempo Renato había podido comenzar a diferenciar entre los seis (o siete... u ocho) autos que Juan tenía.

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