Izuku era un joven príncipe y uno de los mortales que más devoción mostraba hacia los dioses. Sin embargo corrió el irónico infortunio de ser poseedor de una belleza sobrehumana, provocando la ira de uno de ellos y haciendo que fuera sentenciado a u...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El día fatal en que Izuku sería entregado como sacrificio había llegado. Esto se convirtió en noticia para toda Anatolia, la cual se sumió en una gran luto por perder a su adorado príncipe. Otros creyeron verlo venir al asegurar que era un castigo por pasarse de listo con los dioses. El peli verde quiso pasar un último instante en el templo rogándole al dios recibidor de gran parte de de su devoción por así sea una pizca de misericordia.
Pero no hubo más que silencio, ni siquiera una mínima señal.
El joven suspiró con frustración, ya habiendo perdido toda esperanza de ser salvado se retiró del templo para unirse al séquito que lo acompañaría y lo dejaría a su suerte en la cima del monte. Probablemente sería devorado por algún monstruo o criatura.
Fue un camino largo y tortuoso. A pesar del agradable clima que hacía y los lujosos ropajes que vestía el pecoso, el ambiente se sentía pesado y lúgubre. Desde la visión de Izuku todo se veía tan gris y desesperanzado, nunca pensó que él asistiría prácticamente a su propio funeral.
Por otro lado, surcando los cielos se hallaba Shouto, en busca de su desdichado objetivo. Era de las primeras veces en que el bicolor sentía genuina lástima por aquel joven que sufriría las repercusiones de la ira de su padre, por más que fuera uno más en aquella amplia lista. Lo que más le molestaba profundamente era sentirse utilizado para hacer el trabajo sucio, más que todo ya que se trataba de jugar con el corazón de un mortal. Su función era traer la dicha y belleza del amor a los mortales, no utilizar esto como una herramienta que los llevaría a la desgracia.
Por eso odiaba tanto a su padre, no solo le bastaba con intervenir en las vidas humanas sino también en la suya. Simplemente lo veía como un ente útil para hacer su voluntad y, por más de que múltiples veces hubiera tenido el ferviente deseo de revelarse, siempre terminaba acatando sus ordenes. Prefería evitarse problemas graves con él así que había llegado a un punto donde llevaba una vida con resignación.
Conociéndolo sería capaz de hacerle un maleficio o correrlo del Olimpo por el resto de la eternidad.
Inclusive le pareció irónico preguntarse si él, siendo el hijo de la diosa del amor, llegaría a experimentar aquel sentimiento en algún momento, o si quiera si era un sentimiento sincero. El único acercamiento al amor que había tenido era ver a los humanos bajo el efecto de sus flechas.
Pero ese no era el momento de preguntarse por su existencia pues ya había logrado divisar un conglomerado de gente en el monte escoltando al joven príncipe. Así que rápidamente descendió de los cielos y se ocultó detrás de unas piedras para esperar a que la concurrencia se marchara.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
