|| Dos ||

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No supo cuánto tiempo estuvo dormido, pero, cuando despertó, recordaba palabras dulces y caricias en su mejilla que le daban la sensación de estar mejor que nunca, aunque era estúpido considerando que su pierna se encontraba con rasguños y pequeños hematomas.

Frunció el ceño y miró a su alrededor, no sabía dónde estaba ni tenía la menor idea de cómo había llegado ahí.

Examinó su cuerpo y notó que, si no fueran por varios rasguños que tenía, parecía estar como nuevo. Recordó a los lobos rodeándolo, lo cual le sorprendió ver su cuerpo tan ileso después de tantos minutos expuesto a mordeduras y arrancones de piel... ¿o sólo fueron unos pocos minutos y él los sintió como una eternidad?

Sonrió al recordar unos preocupados ojos verdes, ¿el pequeño joven había sido quien estuvo con él el tiempo que se encontró inconsciente? Por alguna razón quería que así fuera. Un pequeño ronroneo salió de su boca al imagina la delicada mano acariciando con ternura su mejilla.

-Así que ya despertaste -comentó un hombre de ojos grises abriendo lo suficiente la cortina para poder entrar-. El cachorro estuvo muy preocupado por ti, cosa rara considerando que hay peores heridos en la sala del hospital -comentó moviendo su mano como quitándole importancia-. Tengo la orden de llevarte a un lugar, te iré explicando la mayoría de las cosas en el camino.

El hombre separó por completo las cortinas que lo rodeaban, dando vista a muchas más cortinas cerradas y otras abiertas sin algún individuo dentro de la cama.

-¿Dónde estamos? -preguntó sentándose en su lugar.

-En la manada Gryffindor -contestó el pelinegro sonriendo de manera jovial-, la mejor manada de todo Hogwarts, si me permites decir.

-¿Hogwarts? ¿La ciudad?

-En efecto -contestó sonriendo-. Harry había mencionado que eras mago, así que no me sorprende que sepas del lugar, ese niño tiene un excelente talento deduciendo cosas con sus simples sentidos.

-¿Harry? -el nombre salió con devoción, casi ternura, una que Tom nunca había probado hasta ahora.

-El líder de nuestra manada -respondió ayudándolo a levantarse-. Vamos, en el camino te explico, se nos está haciendo tarde.

Tom asintió sin saber qué hacer en realidad. No tenía su varita, por lo cual no podría tratar de huir y su instinto decía que no lo hiciera, aunque, por otra parte, algo dentro de él quería conocer a ese tal Harry.

En el camino, Tom se dio cuenta que otras cinco personas estaban en su situación, uno de ellos con unas muletas mientras otro tenía su brazo enyesado. Todas esas personas eran acompañados por, lo que Tom suponía, algún miembros de la manada, tal vez explicándoles todo lo que había pasado, justo como su acompañante lo hacía.

El mayor se llamaba Sirius Black, un alfa que cumplía la función de ser la mano derecha del líder de la manada, quien resultaba ser un omega de veintidós años llamado Harry Potter.

El camino fue largo, pero no lo sintió ya que, saliendo de la enfermería, habían encontrado unas cuantas carrozas, las cuales los dirigirían a la Sala de Juntas, la cuando estaba en un punto del bosque prohibido.

Sirius comenzó a explicar cómo habían creado las manadas y la misma escuela Hogwarts después de haberse enterado que Tom era Maestro en ese lugar.

Tal parecía que Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff, Salazar Slytherin y Rowena Ravenclaw fundaron las cuatro manadas que estaban alrededor de la hermosa ciudad, cuidándola y protegiéndola. Todo el territorio pertenecía a esos cuatro amigos, fundadores de una de las mejores escuelas de magia y de las mejores ciudades mágicas que se podrían encontrar en el mundo.

Manada adoptivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora