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30 de noviembre 1999

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30 de noviembre 1999

Aquel sábado de noche apuré mis pasos mientras caminaba por las calles repletas de personas haciendo sus tempranas compras para navidad, recordando que pronto tenía que salir a comprar antes de que se agotase todo. Entré a mi casa rilando de frío debido a la fría llovizna que caía sobre Nueva York, se decía que iba a ser uno de los días más friolentos antes de que la nieve comenzara a caer sobre la ciudad ya que estábamos por comenzar diciembre, el mes favorito de todos pero uno de los más fríos.

—¡Oh, Isabelle! mira lo empapada que estas—exclamó mi madre preocupada al verme temblar.

Me quitó la chaqueta rápidamente y me empujo hacia el baño enseguida.

—Toma un baño caliente o te enfermarás—me dijo preocupada—Te traeré ropa seca,

Salió del baño luego de que pusiera a calentar el agua y mientras esperaba por la ropa, ya me había comenzado a quitar las cosas de los bolsillos traseros de mi pantalón para luego retirar la fría y mojada prenda. La puerta del baño se abrió y una mano se entrometió entre el pequeño espacio abierto, para depositar la ropa limpia encima del lavabo, le agradecí mientras me quitaba la remera. Metí primero mis pies en aquella bañera y luego mi cuerpo se sumergió dentro del agua caliente. Cerré los ojos y suspiré relajándome, había sido uno de los días más complicados en el trabajo

—¿Isabelle? ¿Te encuentras bien?— se oyó la voz de mi madre a través de la puerta.

Me había dormido, sin darme cuenta y lo que parecía agua caliente anteriormente, se había convertido en lo más semejante a el mismísimo Ártico, estaba totalmente helada. Me levanté con precaución de no resbalar y envolví mi cuerpo congelado-mojado en una toalla.

Con mi pijama ya puesto, salí del baño y fui directamente a mi habitación. Encima de mi mesada de madera reposaba un recipiente con una sopa caliente lista para ser consumida. Me acerque al cesto de ropa sucia y tire mis prendas anteriores dentro. Agarre el recipiente con sopa y debajo de ella se encontraba una carta, deslice tallando mis dedos sobre ella leyendo su destinatario.

—Es para ti—dijo una voz gruesa detrás de mí sobresaltandome.

Dirigí mi mirada hacia mi padre y le sonreí como saludo, y volví a mirar la carta con el anteriormente mencionado destinatario «Isabelle Smith».

No se acostumbraba a recibir cartas en aquella casa y mucho menos que fueran enviadas para mí. No teníamos familia, por lo tanto era imposible recibir aunque sea un Feliz cumpleaños, ¿amigos? Muy pocos, la única razón por la cual se nos acercaron era por el dineral que había heredado el hombre de la familia: mi padre, por la lamentable y trágica muerte de mis abuelos.

Espere a que mi padre se retirara de mi habitación y extrañada abrí la carta, esta contenía unas pocas fotos y un papel doblado, observé las fotos detalladamente.

Primera foto: bañándome. Mis manos temblaron

Segunda foto: desvistiéndome. Mis ojos se cristalizaron.

Tercera foto: durmiendo. Mis piernas flaquearon.

Cuarta y última foto: Foto familiar. Mi cuerpo vibraba.

El miedo se había apoderado de mi cuerpo, las lágrimas corrieron por mis mejillas, no hubiera temido tanto si estas fotos hubieran sido sacadas de lejanía, pero para mi sorpresa y mala suerte estas fueron sacadas a escasos metros de mí. Desdoble el papel y leo lo que tiene escrito en él.

Espero que te hayas despedido de lo único y último que te queda, probablemente te sea arrebatado. Ten cuidado y observa muy bien a tu alrededor, Isabelle, nada es lo que parece.

Pronto nos volveremos a ver.

– M

Un estruendoso sonido proveniente del piso de abajo hizo eco por toda la casa. La carta cayó de mis manos al oír dos disparos, y salgo de mi habitación corriendo, temiendo lo peor.

—¡¿Mamá?! ¡¿Papá?!—grité sollozante.

El alma cayó a mis pies, el temor que sentía antes, se ha intensificado, no podía describir el dolor que me había invadido en ese momento. Nunca había pensado revivir este sentimiento, la primera y última vez que percibí ese dolor fue cuando perdí a mi único mejor amigo: Chester, mi perro siberiano.

Mi rostro palideció cuando vi a mis padres en el suelo, sobre su propia sangre. Corrí hacia ellos ahogada en lágrimas, observé a mi alrededor cautelosamente buscando algo o alguien, pero lo único que pude observar, eran dos orificios en la pared, allí reposaban las dos balas que arrebataron la vida de mis padres.

Abrace sus cuerpos sin vida. En un solo maldito segundo se habían ido y llevándose consigo sus más bondadosas almas. Me negaba a soltar a mis padres, no podía despegar mis brazos de sus cuerpos, no sabiendo que iba a ser mi último abrazo. Sus cuerpos habían quedado fotografiados en mi mente junto con mi dolor, los cuales nunca se borrarán.

Podía sentir la rabia correr por mi sangre, mi corazón bombeaba a una velocidad extrema,, las palmas de mis manos estaban rojas marcadas por mis uñas y sentía como se tensaba mi mandíbula.

Un 30 de noviembre a la noche, me arrebataron lo último que tenía

Habían muerto.

Los habían matado.

En mi propia casa.

Y yo estando ahí...

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