CAPÍTULO 7º
LA CABAÑA DE STWART JENSSEN
Mientras, Sean y Bonnie, ajenos a los hechos ocurridos en el campamento, siguen la búsqueda de sus dos compañeros de raza negra.
-Puede que tomasen el desvío equivocado en la carretera –musita Bonnie mientras su compañero permanece en silencio en medio del camino de tierra que se adentra en la zona pantanosa.
-No lo creo –replica por fin Sean mientras camina de regreso a la furgoneta seguido de su guapa compañera-. Por mucho que diga Denny, Axel jamás se equivoca de camino. Es un don.
-¿Entonces?
-No tengo ni idea.
Por unos segundos, ambos jóvenes permanecen en silencio sin saber qué decir o qué hacer.
Finalmente, Sean vuelve a subir a su furgoneta, dispuesto a regresar al campamento donde cree les esperan Denny y April.
-Vamos, sube. Volveremos al campamento.
-¿Por qué no llamas otra vez a Axel? –Pide Bonnie sin decidirse a subir de nuevo al vehículo-. Quizás ahora sí te lo coja…
Y Sean, que ya ha puesto el motor de la furgoneta en marcha, vuelve a apagarlo y saca de nuevo su moderno móvil de pantalla táctil.
Marca el número de Axel y espera a recibir el tono de llamada.
En vez de eso le llega el irritante mensaje de móvil apagado o fuera de cobertura, y con gesto frustrado apaga el aparato.
-¿Qué, te lo ha cogido esta vez? –Pregunta Bonnie con aire esperanzado.
-No –furioso sin saber muy bien por qué, Sean golpea el volante de su furgoneta con las palmas abiertas, haciéndose daño.
-Eh, vamos, tranquilo –Bonnie, con gesto tímido, pone su mano en la nuca del joven, y lo atrae hacia sí-. Seguro que están bien. Axel sabe cuidarse.
-Lo sé –Sean intenta sonreír, pero sólo logra esbozar una mueca.
Está a punto de volver a poner el motor de la furgoneta en marcha, cuando los agudos ojos de su compañera ven algo a lo lejos, entre los cañizales que los rodean.
-¿Ves aquello de allá? –Inquiere Bonnie señalando lo que parece ser una delgada columna de humo blanquecino.
-Sí… -Sean aguza la mirada y añade en un tono de voz lleno de perplejidad-. Parece humo. Quizás de una chimenea o de una fogata.
-¿Crees que hay alguien más acampando por la zona?
-No lo sé –vuelve a detener el motor del automóvil, y esta vez saca la llave del contacto y se la guarda en el bolsillo de las bermudas.
Luego, baja del vehículo y dice mientras vuelve a mirar hacia la extraña columna de humo, haciendo visera con la mano derecha sobre los ojos.
-Puede que se trate de alguna cabaña. Si es así, tal vez estaría bien ir a preguntar si han visto a alguien extraño por los alrededores.
Como única respuesta, Bonnie se encoge de hombros y desciende también del vehículo.
Un instante después, tras cerrar con seguro la furgoneta, ambos jóvenes se encaminan hacia la delgada columna de humo.
Veinte minutos más tarde llegan a una pequeña cabaña de madera y cañas, cuya desvencijada puerta golpetea rítmicamente contra la pared, abierta de par movida por la suave brisa.
-¿Hola? –Sean es el primero en entrar en la solitaria cabaña, tanteando bien el suelo que pisa para comprobar que la madera no está podrida y en mal estado-. ¿Hay alguien?
No obtiene respuesta, y se vuelve hacia su compañera.
-Aquí no vive nadie –le dice mientras se aparta para dejar paso a Bonnie-. Esto debe llevar abandonado hace tiempo.
-¿Estás seguro de ello, Sean? –Inquiere la joven señalando la chimenea donde arden un par de gruesos troncos.
Entonces, algo más llama la atención de los dos amigos.
La mochila de Axel sobre la única mesa de la cabaña, una mesa vieja y corroída por la carcoma y la humedad.
-¡Mira! –Exclama Sean cogiendo el petate de su amigo por las correas-. ¡Es la bolsa de Axel!
-Sí… -Bonnie, sin embargo, se muestra reacia a acercarse, y señala algo que a su amigo parece habérsele pasado por alto-. Pero mira, está manchada de sangre…
Al instante, y como si en vez de una simple mochila fuera un escorpión venenoso, Sean la deja caer al suelo.
-¿C-crees que es sangre de Axel? –Inquiere Bonnie que, de repente, ha empezado a notarse observada dentro de la cabaña.
-N-no, no lo sé –responde su compañero mientras va retrocediendo hacia la puerta con su joven amiga agarrada fuertemente de su mano.
Salen de la chabola tan corriendo, que ninguno de los dos tiene tiempo de ver como la puerta de madera se cierra tras ellos, y manos invisibles la atrancan luego con un grueso tronco.