CAPÍTULO 8º. LA HISTORIA DEL VIEJO LENNY

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CAPÍTULO 8º

LA HISTORIA DEL VIEJO LENNY

         El viejo Lenny Arceneau ha vuelto a su cabaña y se ha encerrado dentro, temblando de miedo de los pies a la cabeza.

         En su mente una única imagen. La de Stwart Jenssen dando caza y muerte a los cuatro jóvenes excursionistas.

         -Dios sabe que intenté avisarles –se dice mientras cierra la puerta de su cabaña y pasea nervioso de un lado para otro en el interior de la misma.

         De repente, se detiene en el centro de su vivienda y clava sus asustados ojillos en la puerta. ¿Se ha movido el tosco picaporte de madera, o ha sido sólo producto de su imaginación?

         -¿Jenssen, eres tú, maldito cabrón? –Con paso lento y tembloroso, el nonagenario se acerca a la puerta y agarra el picaporte.

         Luego, lo suelta y vuelve sobre sus pasos hasta su posición anterior, en el centro de su humilde choza.

         -¿QUÉ MÁS QUIERES QUE HAGA, MALDITA SEA? –Grita de repente a punto de romper a llorar-. ¿NO CREES QUE ES BASTANTE MALDICIÓN PARA MÍ EL HABER NACIDO LA MISMA NOCHE DE TU MUERTE? –Ante sus angustiados gritos, Leonard Arceneau sólo consigue silencio, completo y absoluto.

         Pero en efecto, así es.

         Leonard Arceneau está condenado a vivir con una maldición, la de haber nacido la misma noche que un grupo de linchadores daba caza y muerte a Stwart Jenssen, condenando de esta manera al pequeño pueblo de Eaux Calmes a una muerte lenta pero segura.

         Leonard descubrió que era, por así decirlo, especial, a muy temprana edad. Con tan sólo nueve años.

         Su pesadilla propiamente dicha comenzó una noche del año 1929, la noche de su noveno cumpleaños.

         Su familia era una de las pocas que todavía permanecía en el pueblo tras la muerte de Jenssen, y él aún no sabía lo unido que estaba a la fantasmal figura.

         Esa noche, tras una sencilla celebración en familia, Lenny se fue a la cama a la hora acostumbrada.

         Eran tiempos duros, su familia era pobre y el tenía que levantarse para ayudar a su padre en la pequeña herrería situada tras la pequeña vivienda familiar.

         Estaba a punto de conciliar el sueño, cuando notó que alguien lo observaba desde la única ventana de su diminuto dormitorio y, muy despacio, volvió la cabeza hacia la abertura de la pared.

         Sólo pudo ver un par de ojillos negros que lo miraban desde el exterior.

         Fue más que suficiente.

         Leonard Michel Arceneau lo supo, supo toda la historia de Stwart Jenssen a pesar de que en su casa jamás había oído decir nada al respecto.

         A la mañana siguiente, mientras desayunaba junto a su familia, el niño se acercó a su padre y le preguntó en un hilillo de voz apenas perceptible.

         -Padre… ¿Quién era Stwart Jenssen?

         Su padre abrió y cerró la boca un par de veces sin saber qué decir y luego se sentó y colocó a su hijo sobre sus rodillas.

         -Stwart Jenssen fue un hombre malo, hijo. Pero ya está muerto, y no puede hacerte daño.

         -¿Seguro que lo está, padre? –Inquirió el pequeño clavando en el rostro de su padre sus azules ojos-. ¿Seguro que está muerto?

         Y aquí está ahora, ocho décadas después.

         -Esos malditos jovenzuelos –refunfuña mientras sale de nuevo de su vieja cabaña y monta otra vez en su destartalada motocicleta-. Puede que aún esté a tiempo de salvar a alguno de ellos. Quizás así mi condena no sea tan amarga –con estas palabras, Leonard Arceneau pone en marcha su ciclomotor, y se aleja en busca de los jóvenes universitarios.

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