I just don't want to let it go

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La última vez que lo había visto fue en aquella cena familiar de Navidad donde mis padres discutieron a causa de que él no estaba siguiendo las reglas de la familia, ya que no tenía un empleo convencional o siquiera ganaba suficiente dinero para poder mantenerse de una buena manera, pues vivía en un departamento demasiado pequeño y constantemente desordenado a causa de su ocupación.

A mí me gustaba, no le veía nada de malo a lo que hacía mi hermano, simplemente había desarrollado un talento y lo hacía crecer cada vez más, haciendo pinturas casi diario, empleando diferentes estilos sobre el lienzo blanco que la mayoría de veces yo había visto cómo tomaba color, ya fuese cálido o frío, brillante u oscuro. Siempre me iba de su lugar con la satisfacción de haber visto finalizada una de sus obras.

Pero esto mis padres no lo entendían, y tampoco querían hacerlo, provocando que mi hermano se molestara, lo cual era raro en él, porque era de las personas más pacientes y tranquilas que en mi vida había conocido. Siempre con algo en la cabeza, desvelándose para poder plasmarlo en un dibujo, en algún poema o en alguna pintura al óleo.

–¡Es mi puta vida y estoy haciendo algo que me llena!–lo había oído decir desde mi habitación después de que mis padres me pidieran que subiera, ya que no era un tema de conversación que un puberto debiera oír, pero era imposible no hacerlo.

–¿Consideras eso algo bueno para ti? Estás echando a perder tu vida, y se está pasando el tiempo. Podrías hacer algo más que tus cosas. Eso que haces no es un trabajo, es un hobbie que va a hacer que mueras de hambre.–había reclamado papá, y desde la oscuridad de mi habitación, pude hacerme una imagen mental de él apretando los puños, poniéndose un poco rojo por el coraje, aparte de tener esos ojos de decepción clásicos en él cuando se trataba de mi hermano mayor.

–Pues si muero de hambre será haciendo algo que me gusta y no por trabajar en una maldita oficina de siete a cinco, rodeado de personas aburridas que te gritan y ordenan qué hacer. En lo que yo hago puedo seguir mis propias reglas, sin necesidad de que alguien esté detrás de mí, cuidando lo que hago o no.–seguía defendiéndose, pero sabía que era un caso perdido.

–Hijo, sabes que te amamos, por eso queremos lo mejor para ti, y creemos que eso de conseguir otro trabajo es bueno...Uno que sirva para bien.–mamá estaba un poco más calmada, pero era obvio su objetivo: mi hermano no podía ser artista.

–¿Saben qué? No quiero seguir con esto, no está llegando a ninguna parte esta discusión y es una estupidez lo que proponen. Me voy a mi casa, y no quiero verlos hasta que entiendan que esto que hago es mejor que otras cosas porque me hace feliz.

Los reclamos de papá no se hicieron esperar mientras escuchaba los pasos de mi hermano subiendo por las escaleras, dirigiéndose a mi habitación, la cual abrió tras haber tocado dos veces, dejando que lo viera con la sonrisa más falsa de todas, pero era evidente que no quería asustarme, porque supongo que creía que no entendía nada de lo que pasaba cuando era más que obvio que lo hacía de sobra.

–Hey.–se acercó a mí, abrazándome con fuerza y sin que lo esperara, pues me costó algo de trabajo corresponder al gesto.

–¿Ya te vas?–pregunté para disimular que sabía la respuesta, aparte de que me dolía cada vez que él debía de irse de la casa o yo debía irme de su apartamento.

Quería demasiado a mi hermano, y recuerdo que cuando yo era pequeño, él se mudó, dejándome triste por un buen tiempo hasta que nos visitó un fin de semana en el que terminamos yendo por helado mientras me contaba cosas sin sentido, o tal vez con un poco de ello, pero que yo no podía entender a causa de la edad. Sin embargo, conforme fui creciendo, me di cuenta que me dolía su ausencia en casa, y que no me bastaban las pocas visitas que teníamos mutuamente.

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