Capítulo 1

1.1K 32 6
                                    



Molly Moon se miró las piernas rosáceas y llenas de manchas. No era el agua del baño lo que les estaba dando ese color y ese aspecto de fiambre enlatado; siempre las tenía así. Y tan flacas. Tal vez algún día, como un patito feo que se convierte en un cisne, sus piernas patizambas se convertirían en las piernas más bonitas del mundo.

Eso sí que era ser optimista.

Molly se echó para atrás hasta que su pelo castaño y sus orejas quedaron debajo del agua. Se quedó mirando el tubo de neón fluorescente que había encima de su cabeza, el papel de la pared lleno de moscas que se estaba despegando y la mancha de humedad del techo donde crecían extraños hongos. Se le llenaron las orejas de agua y el mundo le pareció entonces brumoso y lejano.

Molly cerró los ojos. Era una tarde de noviembre normal y corriente, y estaba en un cuarto de baño siniestro en un edificio ruinoso llamado Hardwick House. Se imaginó que volaba por encima de él como un pájaro, y que veía su tejado de pizarra gris y su jardín lleno de zarzas. Se imaginó que volaba más alto, tan alto que podía ver la ladera de la colina donde se extendía el pueblo de Hardwick. Subió y subió hasta que Harwick House se convirtió en un puntito minúsculo. Veía toda la ciudad de Briersville detrás. Conforme Molly volaba cada vez más alto, veía el resto de la región, y también la costa, con mar por todas partes. Su mente voló hacia arriba como un cohete, y entonces se vio volando en el espacio, mirando a la tierra, abajo del todo.
Y allí se quedó.

A Molly le gustaba alejarse volando del mundo con su imaginación; era relajante. Y a menudo, cuando estaba en ese estado, se sentía diferente.
.
.

Esa noche tenía una extraña sensación, como si estuviera a punto de pasarle algo emocionante o extraño.
La última vez que se había sentido especial, había encontrado una bolsa de golosinas medio empezada en la calle, en el pueblo. Y la vez anterior había conseguido ver dos horas televisión por la noche en vez de una.

Molly se preguntó qué sorpresa le aguardaría. Entonces abrió los ojos y se encontró de vuelta en la bañera. Miró su reflejo distorcionado en el tapón metálico.
Buf, madre mía, ¿Tan fea era? ¿Esa masa blanda y rosa era su cara? ¿Esa patata era su nariz? ¿Esas lucesitas verdes eran sus ojos?
...

Alguien daba martillazos  en el piso de abajo. Qué raro, aquí nadie arreglaba nada nunca. Molly cayó entonces en la cuenta de que los martillazos que oía eran el ruido que hacía alguien al golpear la puerta del baño. Problemas.

Molly salió despedida hacia arriba y se dio un coscorrón con el grifo. Los golpes de la puerta eran ya muy fuertes y venían acompañados de un feroz ladrido:

–¡Molly Moon! ¡Abre la puerta in-me-dia-ta-men-te! Si no lo haces, tendré que utilizar una llave maestra.

Molly oía el tintineo de unas llaves en un llavero. Miró hasta dónde llegaba el agua de la bañera y suspiró. Había sobrepasado muchísimo el nivel permitido.
Se levantó de un salto, quitando a la vez el tapón de la bañera y cojió su toalla. Justo a tiempo.

La puerta se abrió. La señorita Adderstone entró y se precipitó como una víbora sobre la bañera, arrugando su pelada nariz al descubrir la enorme cantidad de agua que se escapaba por el desagüe. Se subió la manga plisada y volvió a poner el tapón.

–Como yo sospechaba... –siseó–Desobediencia intencional de una norma del orfanato.

Los ojos de la señorita Adderstone brillaron maliciosamente cuando se sacó un metro del bolsillo. Sacó la tira metálica haciendo ruidos con la boca mientras pasaba la lengua por su dentadura poztiza, y midió cuánto sobrepasaba el agua del baño de Molly el límite rojo pintado en la bañera.

A Molly le castañeaban los dientes. Sus rodillas se estaban poniendo ahora azules y llenas de manchitas.
Y a pesar de una corriente de aire helado que se colaba por la ranura del marco de la ventana, empezaron a sudarle las palmas de las manos, como le pasaba siempre que estaba contenta o nerviosa.

La señorita Adderstone sacudió el metro, lo secó en la camisa de Molly y lo cerró de un golpe seco.
Molly se preparó para enfrentarse a la enjunta solterona que, con su cabello corto gris, y su cara peluda, más parecía un señor que una señorita.

–El agua de tu baño llega a los 30 centímetros.–anunció la señorita Adderstone–Contando con la cantidad de agua que ya has hecho desaparecer mientras yo estaba llamando a la puerta, calculo que llegaba a los 40 centímetros. Sabes que sólo está permitido tomar baños con un nivel de diez centímetros de agua.
Tu baño era cuatro veces el nivel permitido, con lo cual ya has gastado el agua de tus tres próximos baños. De modo, Molly, que te prohíbo que te bañes durante las tres próximas semanas. Y como castigo...–la señorita Adderstone cogió el cepillo de dientes de Molly, quien se llevó un gran disgusto. Sabía lo que venía después: El castigo favorito de la señorita Adderstone.

La señorita Adderstone miró a Molly con sus ojos negros y sin vida. Su boca se torció de una manera monstruosa mientras se quitaba con la lengua la dentadura postiza y la hacía girar por toda la boca antes de volver a colocarla en su lugar. Entonces le tendió el cepillo de dientes a Molly.

***

Molly Moon, y el increíble libro del hipnotismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora