-Lamento las molestias en su clase señorita Cox- -Entiendo que no sabía de la condición de Paul-.
Tras blancas cortinas blancas dentro de la simple enfermería, se escuchaban voces que el de ojos hazel reconoció mientras presionaba un algodón lleno de alcohol sobre su labio reventado. El muchacho recogía sus piernas sobre la angosta camilla. Sus ojos se mantenían cerrados a la par que recuperaba el aliento como si nunca antes hubiese respirado.
Pobre chiquillo.
La blanca persiana fue retirada dejando ver una cabellera rubia y unos ojos muy preocupados. Sus brazos se dirigieron abiertos hacia McCartney, provocando que este le observara y rodease igualmente.
-Dios mío Paul- -Tan pronto me enteré salí de clases para verte-
Pareció no querer responder aún cuando sintió por fin el nudo en su garganta desatarse en finas lágrimas que llegaban como lanzas al hombro contrario.
-Ya todo está bien-
Deslizó su mano por la espalda de Paul en un intento vano por calmarlo.
-¡Fue horrible Roger!- -¡Esa mujer no tuvo ni la más mínima consideración!-
En momentos como estos no podía decir nada más que un "todo pasará", pero es que la verdad James estaba harto de escuchar la misma repuesta luego de cada ataque de ansiedad; sin embargo, ahí se encontraba su amigo susurrándole, tal cual se le susurra a un niño que se ha raspado las rodillas.
-Mírame, Paul-
Los brillantes zafiros que el rubio tenía por ojos le observaron dulcemente. Tantos años lidiando con el problema de su amigo le había hecho nacer esa mirada tan linda y apacible, esa sonrisa tan pura cómo las promesas de amor de cualquier verdadero amante.
¡Que chico!
Pensaba Paul. Al final sentenciaba cayendo en la serenidad tan deseada.
-Hoy te acompañaré a casa-.
Se mantuvieron así por un momento y de pronto Roger empezó a exagerar su forma de respirar acompañado de una agria mueca.
-Vámonos- -Este lugar huele a medicamentos asquerosos-.
Una pequeña curva hacia arriba en los labios del chico apareció luego de esas palabras.
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-En la tarde te caeré para el trabajo de historia-.
Le comentaba Roger mientras caminaban ya después de la hora indicada. El camino a casa de Paul era relativamente corto, por lo que al rubio no se le presentaba mayor problema acompañarle. Además cerca había de todo, incluyendo una pequeña cancha pública en la que se reunían los chicos distintas escuelas después de clases.
Las rejas que protegían ese lugar de recreación habían sido retiradas para mantenimiento y los muchachos que dentro jugaban bajo el caliente sol de medio día, hacían lucir sus habilidades en el juego.
Un balón desgastado fue a parar frente a sus pies. Ambos se miraron entre sí y luego escucharon un silbido tras ellos.
-!Preciosa, patea el balón! ¡Hey, rubia!-
El ojizarco frunció el ceño mientras volteaba a la par de Paul.
El tercero al ver que aquel cabello largo, rubio y ondulado no era perteneciente a una despampanante mujer, sino por el contrario a un enojado muchacho, abrió sus ojos y estiró su boca, avergonzado.
-Atrápalo inútil-
Pateó el balón con todas sus fuerzas hacia el chico frente a ellos, como resultado que no atrapara correctamente el balón y se estrellara en su estómago.
