1. Si alguna vez me enamoraba.

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Entré a la preparatoria sin muchas ganas de nada. Las vacaciones de verano habían llegado a su fin, y con ellas, el repentino regreso a clases había iniciado. Tan molesto.

Los estudiantes se saludaban alegremente, otros se abrazaban y unos cuantos hablaban con sus grupos. Apreté fuertemente las correas de mi mochila como si eso lo hiciera todo más soportable y suspiré cansado, no había dormido del todo bien.

Era mi primer año de preparatoria, finalmente y estaba dispuesto a hacer de él los mejores de mi vida. Corrí la mirada por cada rincón, conociendo su estructura, conociendo a sus estudiantes. Era más grande de lo que creí, y aunque la había conocido en el recorrido de la semana de iniciación, el asombro aún no se iba. Entonces una escena que particularmente llamó mi atención se desarrolló frente: una chica de largo cabello naranjo, que corrió a saludar a un grupo de chicas que la estaban esperando. Quizá habían llegado antes o eran mayores, no es que me importe mucho. La mayoría de mis amigos también habían conseguido el puntaje necesario para asistir en la misma escuela que yo.

Y rodé los ojos hasta ponerlos en blanco cuando vi que las chicas de dicho grupo comenzaron a dar saltitos emocionadas mientras se cogían de las manos. 

Por otro lado, miré a un chico de cabello castaño y piel morena. Muy guapo. Quien hablaba con algunos chicos que se encuentra, y los saludaba chocando sus pechos entre si. Lo vi reírse escandalosamente, para así luego subirse el cuello de su camisa en el aire, de una manera muy pretenciosa.

Instintivamente niego con la cabeza, y hago resonar mis zapatos contra el cemento del patio, buscando quitarle la atención que tenía. Muchos voltearon a mirarme, sonriendo como si se tratase de un saludo amistoso, o una aceptación por estar en tal preparatoria compartiendo aire con ellos. Pero las miradas nunca se fueron, continuaron escudriñándome.  Y los estudiantes se saludaban alegremente, se abrazaban y hablaban en sus grupos, también lo hicieron. 

Después de unos segundos de nada más que miradas sobre mí, el chico pretencioso se acercó hasta mí y me analizó descaradamente, de arriba a abajo. Debió encontrar algo en mí que le gustase, quizás la ropa, los zapatos, tal vez el sólo hecho que me reconoció, porque casi al instante me ofreció su mano.

—¿Nuevo, verdad?—saludó con una sonrisa ampliándose en su rostro—, soy Roy. 

—Emilio Osorio—me presenté, algo confundido por toda la situación en sí. Las risas se habían apagado cuando él se acercó a mí repentinamente, pues parecían querer ponerle suma atención a lo que él haría de mí. Roy asintió suavemente cuando estreché su mano y comenzó a alejarse de mí, caminando en reversa.

—Espero verte por ahí, Emilio Osorio—rió encantadoramente. Sólo cuando estuvo lo suficientemente alejado, dio la media vuelta. Y sin saberlo, el casi vago acercamiento con el tipo más popular de la preparatoria, había hecho de mí, el tema predilecto. Y para cuando dieron las doce del medio día, no había nadie que no supiera mi nombre.

Cuando Roy desapareció por las escaleras del primer edificio, las risas volvieron, al igual que las pláticas y saludos efusivos. Alcancé a distinguir a una pareja de chicas que se besaban obscenamente, con ímpetu, desesperación y algo que parecía necesidad. Y yo sólo fruncí el entrecejo mientras arrugaba la nariz con algo parecido al asco.

Desde que era pequeño, no tenía la menor idea sobre algo tan mundano como el romanticismo. No lo comprendía. Y eso me irritaba de un modo sobrehumano. No era la primera vez que le daba vueltas al asunto en busca de una respuesta aceptable, en realidad este mismo debate me venía sucediendo desde que cumplí mi décimo segundo cumpleaños, cuando había oído a mi amiga Valentina tan sedienta por un primer amor. Ocurrió cuando había asistido a la boda de mi tía durante las vacaciones de verano. Luego cuando había regresado a la escuela para el segundo año de secundaria, charlando con Adrian y enterándome en primera estancia de la relación que había en entre su antigua mejor amiga y Andrés, el que ahora sabía había dejado a la chica para confirmar su homosexualidad. Después cuando observé a Elaine  y Nikolas prácticamente devorándose el uno al otro en medio de los pasillos menos transitados, temiendo que la madre de Elaine se hiciera abuela antes de que la chiquilla se graduara. Meses después, durante una salida de estudios al museo, miré a Paola muy acaramelada con Diego Valle para mi gusto, preguntándome qué demonios ocurría con el mundo durante esos meses.

¿Realmente se sentía tan bien estar enamorado? Tenía la ligera sensación de que no era así. No después de contemplar la expresión de dolor en el rostro de la amiga de Adrian cuando miró a Diego besándose con un chico un año mayor a él, no cuando mi hermana Romi seguía tan fielmente rencorosa con su ex pareja. Jamás al haber visto a Valentina tan necesitada por la atención de sus estúpidos novios.

No cuando era yo quien abrazaba a mi madre hecha llanto cuando se sentía sola.

Simplemente, no podía encontrarle un lado bueno al estar a merced completa de algún individuo. No es que menospreciara ese sentimiento, la mayor parte de mi vida había tenido curiosidad ante aquel, incluso algunas veces deseé ser parte de los ilusos enamorados para saber que es lo que realmente sucedía, sin embargo, el paso de los meses y las circunstancias por las que pasaba me había arrebatado todo el antojo que alguna vez pude tener sobre el amor. Aunque soy completamente consciente de que aún me faltaba mucho por crecer, conocer, odiar, sentir, besar, disfrutar y vivir más de lo que había hecho a lo largo de mis dieciséis años.

—¡Emilio, hola!—me saludó una chica entusiasta la segunda semana de clases, como si me conociera de toda la vida  cuando en realidad la conocí el viernes en canchas. Ella tenía un largo cabello castaño claro hasta la cintura, llegando a mi lado junto con su hermana gemela—, ¿cómo estuvo tu fin de semana? ¿Te sucede algo?

Fruncí el entrecejo ante su insinuación y seguí caminando a su lado.

—¿Qué hay, chicos? ¿Oyeron el rumor?—preguntó Aidan. Él no era una persona a la que frecuentara mucho, pero no tenía una opinión exacta sobre ello. Muchos lo amaban, muchos lo odiaban. Por mi parte, no tenía muy en claro cual le ganaba a la otra. Parecía un buen sujeto, aunque algo egocéntrico y molesto.

—¿Qué rumor?—preguntó Regina, ladeando su cabeza con aspecto inocente.

—Dicen que Ricky fue bateado—rió levemente, mientras frotaba sus manos entre sí.

—¿Y? —riñeron Regina y Valentina al mismo tiempo, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados.

—¡Vamos chicas, estamos hablando de Ricardo Slim!—volvió a reír—, nadie nunca le rechazaría. Siempre ha tenido las cosas fáciles. ¡Él es el rechazador por excelencia!, y el que se lo hayan hecho a él, es hilarante.

—Deberías dejar de ser tan idiota—masculló María, quien iba pasando cerca del grupo. Sonreí. Ella siempre había sido muy amable con los demás—. ¿Por qué tanto odio hacia Ricky siempre? Ni siquiera lo conoces.

María cursaba un año más que yo. No era demasiado mayor, pero gustaba de salir con chicos de Universidad. Aunque siempre le rompían el corazón. Era absurdo, ella era bellísima, amable y divertida. Hasta la fecha no hablábamos mucho, sólo teníamos unas amistades en común. Sin embargo, habíamos hablado lo suficiente para saber que era una chica increíble. Era castaña, de grandes ojos verdes y labios bermellón. Me preguntaba cómo alguien que portaba tales bellezas podía sufrir tanto por los chicos de los que se enamoraba. Ella necesitaba a alguien que la cuidara y le entregara su corazón así como ella lo hacía siempre, que no se lo rompieran en mil pedazos, que la escucharan, que la contemplaran como una obra de arte. Ella necesitaba de alguien quien no la defraudara. Ella merecía un sujeto mejor.

—¿Y tú sí, muñeca? No lo creo—se burló Aidan, enfundado sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón—, puedo ser un idiota, pero escuché que te rompió el corazón el ciclo pasado y fuiste a buscar consuelo a los brazos de Andrés, ¿eso a ti en que te convierte?

—Vete a la mierda, Aidan—gruñó la preciosa chica antes de seguir su camino, pero aunque fingía que no le afectaba, yo sabía que sí lo había hecho. E incluso así, había salido con tanta dignidad como había llegado. No se había dejado intimidar. Y pensé que si alguna vez me enamoraba, deseaba que fuera de ella.

Aidan rió y volvió su vista hacia nosotros tres; —Como sea, debo ir a clases.

—O a ventilar los secretos de los otros—murmulló Regina con una ceja alzada, observando como Aidan le sonreía encantadoramente y se iba lejos.

—¿Es bastante lindo, no es así? Es una lástima que yo jamás podría ser correspondida por él... o, por nadie—suspiró Valentina, sorprendiendo a su hermana. Bufé y seguí mi camino a clases.

¿Realmente se sentía tan bien estar enamorado? Tenía la ligera sensación de que no era así.

NO CONTROL, emiliaco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora