Tercero

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Micaela

El blanco techo era lo único que contemplaban mis ojos. Lo conseguía conciliar el sueño a pesar del pasar de los minutos. Me acomodé de lado, observando la pared pegada a mi cama y pensando en lo vacía que estaba la casa. Eso desde hace tantos años.

A pesar de que vivía sola, y la casa era pagada por mis tíos, seguía sintiendo ese vacío que dejó mi familia dentro de mí. La típica chica a la que molestan, pero nadie sabe nada de ella.

Elevé mi torso de golpe y volteé a la ventana, donde podía ver la iluminación de la tenue luz de la luna. Un cielo estrellado tras tantos días de tormenta. Se veía hermoso. Solté un suspiro y jalé la suave manta, descubriendo mis desnudas piernas, al menos hasta el pequeño short rosa de pijama.

Apoyé mis pies al fresco suelo y me levanté, dirigiéndome al armario a seleccionar la vestimenta. Me arreglé rápido y sin escoger mucho. Un short mezclilla negro, y una camiseta blanca. Coloqué mis tenis negros, y me abrigué con una chamarra blanca.

Salí a paso ligero de casa, la frescura de la ciudad no cambiaba, a pesar de la noche despejada seguía igual de fresco. Oculté por instinto mis pálidas manos en los bolsillos de la chamarra y solté un suspiro en forma de vapor.

Mis piernas sentían la frescura en el ambiente, pero supongo que el "instinto" femenino de querer verse bien, no quería que regrese a la casa.

Observaba los coches ir y venir a mi izquierda. Incluso a estas horas había personas que daban su paseo, o volvían del trabajo. Me preguntaba si alguna de esas personas tampoco conseguía dormir. O quizá era lo que querían. Llegar a casa, cenar en familia, conversar y luego dormir, como cualquier familia.

- Excepto la mía...

Murmuré, perdida en mis pensamientos.

Quizá debí haber corregido esa idea, "como cualquier familia normal" se habría escuchado mejor. Mi familia no entra en ese ámbito de lo "normal". Aunque quizá tampoco en el ámbito de "familia".

Detuve mis pies frente al semáforo, observando el color verde en el foco. Mis ojos quedaron perdidos ante aquella iluminación, ese verde color me recordaba a aquel día soleado. Mi padre sostenía mi mano mientras caminábamos por la acera. Mi madre estaba al otro lado de papá, ambos hablaban mientras yo, infantilmente, contaba los automóviles rojos.

Una brisa recorrió en aquel momento. Mi padre avanzó por el camino peatonal, yo de manera continuaba viendo los coches que recorrían de izquierda a derecha en la calle de mi derecha. Entonces, regresé mi vista y el foco blanco del semáforo que estaba en la otra esquina había captado mi atención.

Era una niña, pero sabía lo que significaban los colores de los semáforos, sabía que no debíamos estar cruzando la calle. Y como niña, creía que sus padres podían defenderme de todo, y quizá era así, pero en el momento que el empujón de mi padre me aventó hacia la cuadra que acabábamos de cruzar, el grito de mi madre que había generado el detener de cualquier otro sonido, la sangre en la calle, el cuerpo inmóvil de mi padre, me hizo ver que si ellos me defendían de todo, nada los defendía a ellos.

El semáforo cambió a rojo, y eso me distrajo de mis recuerdos. Avancé hacia la otra esquina.

Mi vista agachada observaba la acera. Un fresco viento recorrió mi cuerpo, lo que me hizo encoger en hombros y protegerme del frío.

- Vaya noche.

Me quejé mientras avanzaba y un viento fuerte y fresco impactaba en mi cara. Instintivamente, descubrí mi derecha del bolsillo y cubrí mi rostro mientras caminaba un poco más lento e intentaba visualizar la acera, así evitar algún choque con alguien.

La bruta brisa calmó, bajé mi brazo, y a mi frente apareció la espalda cubierta por una negra chaqueta. El poco viento, arrastro un poco de su rico aroma. Me detuve a unos centímetros de chocar y alejé un poco. Por un segundo habría chocado con esa persona, habría sido vergonzoso, pero entonces, para mi sorpresa, aquella persona volteó.

Mi corazón subió a mi garganta cuando pude captar el rostro de Alex. Sus azules ojos se cruzaron a los míos, y entre ambos se provocó un silencio de unos segundos que parecieron minutos.

- Perdón.

Dejé salir de mis labios, no había pensado al momento de decirlo. El sonrió con amabilidad.

- No pasa nada.

No pude evitar sonreír un poco, pero ya no quería incomodar más aquella situación. Así que, en silencio, y con la vista agachada, lo rodeé para continuar el camino.

- ¡Espera!

Me detuvo su voz.

Volteé y noté como se acercaba unos pasos a mí.

- ¿Tú eres la de la biblioteca?

Preguntó, sorprendiéndome de que lo recordara.

- Sipi.

Contesté, en un intento de provocarle ternura, intento que me provocara cierta vergüenza de no pensarlo antes de hablar.

- Me preguntaba si querías ir conmigo al baile.

Mi corazón se paralizó en aquel momento. No nos conocíamos, y se atrevía a invitarme al baile.

- Todos mis compañeros tienen pareja, y les mentí diciendo que tenía, así que como no se enteraron quien era, quizá...

Mis emociones se habían ido en aquel momento. Todo era más claro.

- Quizá si invitabas a alguien que nadie conozca, tus amigos entenderían porque no sabían quién era.

Terminé por él con un tono molesto. Y pensar que mi ilusión se había esfumado en un momento, debí haberlo supuesto.

- No dije eso.

- Pero eso es.

El dio un suspiro y se limitó al silencio de sus labios sellados. Realmente era eso.

Ya no quería verlo, mis sentimientos se habían volteado, y de la peor manera. Lo rodeé y aceleré el paso de mi caminata, regresando a mi hogar. Ignoré los llamados que hacía hacia mi nombre, no quería volver a escuchar su voz. Ya tenía una razón para volver y dormir, una razón suficiente.

Hilo Rojo: JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora