Capítulo 2.

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—Estaba tan desconcertado como tú, pero ahora entiendo, las manchas de sangre y los trapos pequeños... todo cobra sentido.

Se mantuvo quieto, y atento a lo que Plutarch decía. Reviviendo la situación en su mente.

—Tu hija es tan... pequeña, desconfiada y estoy seguro que es gracias al carácter de su padre—bajó la mirada—, pero lo especial lo tiene en los ojos, son idénticos a los de Effie.

Arqueó una ceja. Esforzándose en mostrar una indiferencia que no sentía.

—¿A dónde quieras llegar?

—Ya hice todos los arreglos para que pueda vivir contigo—añadió, analizando el lugar con la mirada—, la mayoría pensó que fue una idea fatal por la forma en la que vives, pero...

—No—interrumpió.

—Haymitch... —suspiró, cansado de insistir—. Corre el riesgo de ir a parar con una familia desconocida, unos extraños que por odio le harían tener una vida que no merece.

Su mirada seguía fija en la botella de whisky.

—Effie habría querido que seas tú quien la tenga a su cuidado.

Plutarch siguió esperando alguna reacción cuando dejó la carpeta sobre la mesa, sin embargo, no hubo ninguna.

—Escucha, aquí está todo lo que pudimos averiguar de su captura—abrió la puerta—, y sobre la niña, te daré tiempo, pero cuando creas estar listo ve al Distrito 4.

Abrió los ojos.

Seguía tendido sobre el suelo de su habitación.

No recordaba siquiera el haber sido capaz de llegar a la cama, y para su buena suerte, las pesadillas no atacaron esta vez.

El teléfono seguía sin dejar de sonar.

Se volvió más frecuente estos últimos días. El dolor de cabeza que molestaba a Haymitch se debía más a ello que al alcohol.

Johanna seguía insistiendo en comunicarse.

Sabía que se trataba de ella por como Katniss lo había obligado a escuchar desde el primero hasta el último mensaje en la contestadora. Lo que tenía entendido es que hubo una persona que se ofreció como voluntaria para cuidar de la niña hasta que Annie regresara del Distrito 7.

A todos les costó creer que la madre de Katniss podría hacerse cargo de alguien, luego de haber huido a otro distrito, dejado a la única familia que le quedaba a su suerte.

Un largo suspiro se dejó ir. Se negaba a pensar algo más relacionado a su hija.

Había sucedido más en esos días que en todo esos meses, cuando todavía no sabía de su existencia.

Le tomo un segundo darse cuenta que era la primera vez que la pensaba de esa forma.

Su hija.

—Effie... —susurró—, ¿en qué demonios estabas pensando, cariño?

Había pasado mucho tiempo desde que logró pronunciar su nombre.

La culpa se le envolvía como una soga en el cuello.

Se puso de pie, cruzando el espejo e ignorando el hecho de que cada día estaba más delgado a pesar de todo lo que lograba beber. La camisa mal abotonada, llena de manchas de vómito que llevaba fuera del pantalón, el cabello sucio y una barba que no se molestó en desaparecer.

Mi Razón de VivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora