Una chica sin fé

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Hay días que simplemente no se pueden imaginar, como hoy, el día en que me quedé sin lágrimas, pensé que estaba preparada para enterrar a papá después de verlo enfermo por seis años, casi lo deseé en los momentos en que la leucemia lo carcomía, porque peor que sufrir por él era verlo sufrir a él.

La tarde estaba lluviosa, como si la naturaleza nos entendiera y llorara con nosotras, mi madre iba al frente junto a Rubí, mi hermana quien no paraba de sollozar, cada cierto tiempo buscaba mi muñeca para apretarla, ella creía que me hacia sentir acompañada, pero no era así, no después de que mi mejor compañía yacía en un ataúd.

Todas las “hermanas" de mi madre estaban ahí, consolándola a ella y a mis hermanas, recibiendo mis miradas toscas, las mismas que mi padre les lanzó desde que las conoció, realmente no había vínculo sanguíneo entre ellas y mamá, pero eran parte de su aquelarre cuando era joven, tenían un lugar en su corazón como si fueran su familia.

-Jade -Escuché- ¿Comiste algo? estás más pálida -Preguntó Jason.

-Sí -mentí.

El asintió, acercándose de nuevo a su callada esposa, mi hermana mayor, Mera, ella no se permitía sufrir, no podía, tenia tres meses de embarazo, no quería que nada afectara a su anhelado primer hijo, el primer nieto de papá que no conocerá.

Siempre supe que este día llegaría, desde que pude entender lo que sufría papá entendí que moriría por ello, supongo que eso me da ventaja ante mis hermanas y madre, ellas mantuvieron sus esperanzas vivas, creían que sus dones salvarían al hombre de nuestras vidas, tenían tanta fé en cada nueva poción espesa que preparaban con el pasar de los años que las llegué a envidiar, quería tener esa capacidad para creer con la cuál no nací.

Pero si tuviera la fé de mi familia, estuviera sufriendo más, siempre era mejor no fiarse de la magia, el poder de la naturaleza era impredecible, nada exacto, algo que yo jamás querría en mi vida, menos ahora.

Mamá dió su último adiós, todas seguimos, quise llorar, gritar, pero me sentía seca por dentro, ni siquiera podía tener a mis amigos cerca, no con ese montón de brujas con sus costumbres extrañas rondando, por ello papá siempre me llevaba a verlos desde niña o a buscarlos para ir a lugares divertidos con él, era esa clase de persona que le gustaba ver feliz a los demás.

Cuando era niña detestaba las historias de princesas, aún más los cuentos de magia, por ello papá se volvió experto en historia por mi, me contaba una nueva historia real cada noche, gracias a él nunca tuve porque aprender magia, desde que nací él profesaba que yo no sólo había heredado sus rizos castaños sino también su completa humanidad, cosa que me hacia sentir profundamente feliz, no quería ser como las brujas de los cuentos.

Mis hermanas sin embargo eran talentosas, tenían dones que su Diosa les había obsequiado, mamá era feliz compartiendo parte de su pasión con ellas, mientras yo me alejaba, sabia que era real lo que hacían, pero no quería que eso creciera en mí.

Cuando volvimos a casa la soledad me embargó, las hijas del aquelarre de mi edad quisieron acercarse a mí, yo subí, vi a papá en cada objeto, suspiré hasta que volteé a ver a Mera quien me veía desde la puerta.

-Jason y yo pospusimos la mudanza -Anunció- Nos quedaremos un tiempo más.

-Se mudarán a dos cuadras -recordé- No es necesario que lo pospongan, estaremos bien.

-Cariño, no estaremos bien, sé cuanto lo extrañas.

-También lo extrañaba cuando estaba hospitalizado o en cama.

-En ese momento había esperanzas -Respondió ella sin fuerzas.

-No para los que no creemos en plantas verdes y pócimas marrones -Reproché.

Mera suspiró, sabia que no encontraría una respuesta buena si me hablaba de sus creencias, se acercó a la ventana y el pequeño matero que mantenía ahí empezó a florecer manifestando su don.

-Rubí también esta molesta, cree que si ella hubiera encontrado un hechicero dispuesto a  ayudarnos esto no...

-Es una tontería -Resoplé- Los hechiceros no caen de los arboles ni hacen consultas por lástima, son arrogantes y peligrosos.

La sola idea dejaba ver lo soñadora y ambiciosa que era Rubí, los hechiceros veían a todos con superioridad, vivían en secreto, igual que nosotras, eran menos, pero excepcionales, sumamente poderosos, capaces de hacer cosas increíbles, a pesar de que las brujas tenían mas tiempo en este mundo y de que los primeros hechiceros fueron brujos, no nos estimaban porque ellos eran quienes tenían una milésima gota de sangre de Dioses, de la Diosa de las brujas en realidad ¿Por que nos harían un favor tan grande? ¿Que necesitarían de nosotros? ¿Para no enemistarnos? Podrían destruirnos con unas de sus rimas estúpidas y no tendríamos oportunidad alguna.

-Hablas como si conocieras muchos -Respondió dulcemente.

-No, pero sé que si quisieran ya el cáncer ni siquiera existiría.

-Tienen otro tipo de poder que acarrea mayores responsabilidades.

-Nada es más importante que la vida -Recordé.

-Llamé a la escuela para que pudieras tomarte el día de mañana -Dijo dándose por vencida- Descansa pequeña.

Su vientre tenia un ligero bulto apenas perceptible con ropa ajustada, ella lo tocó como si le molestara, luego sonrió ligeramente y salió de la habitación.

Me esforze cuanto pude para dormir, era imposible, trate de alejar todo el dolor de papá de mi mente, recordar las miles de cosas buenas que vivimos, Sonreí y volví a llorar hasta quedarme dormida, quisiera decir que descanse pero tuve muchas pesadillas que me lo impidieron, ninguna con papá pero todas con Mera en medio de un charco de sangre.

ContinuumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora