Capitulo 4: El cuento de un ángel.

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Ríos rojos pintan la blanquecina piel de sus delgados brazos, la conciencia escapa de su cerebro, como arena de una bolsa rota. Su llanto es cortado por momentos a causa de la irregular respiración que aún posee su cuerpo. La luz que emana de debajo de la puerta de su cuarto se corta en dos pequeños espacios, alguien lo espera al otro lado.

La tormenta no se detiene, el dolor no disminuye e incluso el zumbido en sus oídos se puede escuchar aún más fuerte a causa de la soledad que lo rodea.

La sombra se mueve llamando su atención, golpea la madera y Alec casi puede imaginarse a su hermanito, con un gran puchero sobre sus labios esperando impaciente mientras sostiene uno de los miles de peluches que tiene.

—Un momento, Max.— Escucha su voz casi sorprendido, se ve a sí mismo moverse del oscuro rincón al baño, es consciente del agua fría que entumece sus manos y cara. Cualquiera que lo viera pensaría que es un robot o un zombie... El muchacho para nuevamente frente a su puerta y piensa unos segundos. Baja la tela de sus mangas y abre.

Allí de pie, con una manito en su boca y la otra sosteniendo un panda rosa se encuentra su hermanito, Max. El se agacha para quedar cara a cara con el pequeño.

—¿Qué es lo que ocurre?— Pregunta con una sonrisa —¿Has vuelto a tener pesadillas?— El niño asiente moviendo las hebras doradas de su cabellera. Alexander lleva su mirada hacia atrás, a su desordenado cuarto y luego la vuelve a su hermanito. —¿Por qué no traes un libro?... Y agua.— Le anima tratando de ganar tiempo.

La sonrisa del niño pareció iluminar todo su rostro y pronto los pequeñitos pies se comenzaron a mover de vuelta a su propio cuarto en busca de los tesoros que el contrario había mencionado. El azabache se dirige al pequeño baño para lavar sus brazos hasta los codos, coloca vendas y cambia su ropa lo más rápido que puede. Pasa a su cuarto arrastrando los pies como un muerto... Porqué... Bueno, así se siente.

Escucha los pasos de su hermano bajando las escaleras y recuerda que no tiene tiempo, abre la ventana y echa perfume a montones con la estúpida esperanza de que eso aleje el olor a tabaco y marihuana. Esconde las latas de cerveza dentro del armario y patea justo a tiempo el frasco casi vacío de Diazepam. La puerta se abre sin aviso. Max corre hacia él derramando la mitad del agua en el camino, lo mira inocente y le enseña el libro. "Cuentos del abuelo y sus platos de colores".

El mayor asiente y toma el libro, sube el cuerpecito del niño a la cama y se sienta a su lado.

—Mejor no.— Pronuncia el menor. —Hoy contaré un cuento yo.— Dice despacito.

—¿Ah, si?— Pregunta algo temeroso el ojiazul. —¿De qué trata?— Pregunta de nuevo, con curiosidad.

—Trata sobre una familia... Una familia rota.— Responde el pequeño, su voz sigue siendo suave pero ha adquirido un toque de seguridad que obliga al mayor a prestar más atención. La cara de evidente sorpresa no pasa inadvertida para el niño.

—En esta familia, como en muchas otras... Había una mamá y un papá.— Sigue. —Ellos tenían dos hijos, una niña y un niño con un solo año de diferencia en su edad.— Alec se estremeció al instante, se dijo a sí mismo que no quería escuchar y estuvo a punto de decírselo a Max pero, el niño le miró a los ojos y su voz pareció esfumarse. —Cuando el niño, que era el mayor, cumplió diez... El papá se fue... La mamá tuvo que trabajar en su lugar, para que sus hijos estuvieran bien. Ella pensó que no debía cerrar su corazón por alguien malo, así que empezó a ver a otro hombre... Él era todo lo que ella quería... Ella se enamoró.— El pequeño de ojos grises paró de hablar y estiró su mano para agarrar el vaso de agua, tomó un sorbo y se lo devolvió a su hermano. —Después de un tiempo la mamá volvió a tener un hijo y el hombre que le llevaba flores cada fin de semana ya no se fue de la casa. Era el nuevo papá de la familia... Los primeros hermanos no querían al nuevo papá, aunque no dijeron nada. Temían que al quejarse su madre se enfadara o que aquel hombre se llevará a el bebé, así que prefirieron callar.

Para estas alturas Alexander volvía a llorar como si llevará horas cortando cebollas. No podía entender cómo su pequeño hermanito sabía todo aquello ni mucho menos como lo entendía a su corta edad.

—La mamá se enteró de que el hombre le llevaba flores a otra mujer... Le dolió mucho, pero lo perdono... La familia volvió a romperse, igual que el corazón de la mamá... Ella empezó a tomar mucho jugo de uva, creía que era una poción que sanaría su corazón... Pero no fue así... Cuando el niño cumplió quince el nuevo papá tomó todos los tesoros de la mamá y como el primer papá se fue de la casa... La niña también se fue ese día, al cielo...— Max comenzó a llorar también pero no paró de hablar. —Ahora la familia no solo estaba rota también se había hecho más chiquita... Tiempo después el corazón de la mamá se rompió del todo y ella ya no se volvió a despertar... La familia volvió a hacerse aún más pequeña...

El rubio se mantuvo en silencio varios minutos, con la mirada clavada al frente.

—¿Cómo termina el cuento, Max?— Le preguntó Alexander cuando al fin encontró su voz.

—No lo sé- Respondió el menor alzando los hombros y las manos.

Solo entonces Alexander notó que sus manitas habían estado en sus propios brazos, acariciando las vendas y jugando con la cinta que las mantenía en su lugar.

—Creo que no quiero que termine.— Dijo Maxwell acomodándose a su costado para dormir.

Los Mundos De Gyo (En corrección).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora