Capítulo 5: Decoración de homicidio.

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La agente Kim aparece frente a mí cuando salgo de mi oficina.

—Jefa, el agente Muelles la busca, acaba de traer a la sospechosa. Están en la sala de interrogatorios N°3.— Me informa.

—Estaba de camino.— Respondo sin parar a ver siquiera su rostro. Sigo caminando un par de metros más y dobló a la derecha, pasó por dos puertas y en la tercera entro. Colocó las carpetas sobre la mesa y miro a la mujer que ya se encuentra allí.

—Soy la detective González.— Me presento. —¿Le han dicho, señorita Hergueta, por qué está aquí?

—No, pero no es necesario— Contesta con calma. —Sabía que tarde o temprano me descubrirían.

No puedo evitar sorprenderme, tras dos meses siguiendo este caso, estaba segura de que el culpable sería un completo demente... Pero sinceramente, después de todas las complicaciones y pistas falsas, también había pensado que era más inteligente. Muelles, apoyado en una de las paredes de la sala me mira con la ceja alzada. Su expresión casi me hace adivinar sus pensamientos "Acaso, después de todo esto, solo... ¿Se entregará?"

—Sí...— Responde, como si hubiese leído nuestras mentes. —No soy idiota, sé que tienen pruebas suficientes en mi contra así que ¿Por qué fingir?— Pregunta con desinterés.

—Entiendo. Confesará para deshacerse del problema lo antes posible ¿No?

Ella asiente, se acomoda como puede sobre la incómoda silla de madera y empieza con el relato, sin abandonar su actitud aburrida. —Fue el jueves. Recién volvía del parque y había tenido un día tan tranquilo... Todo empezó como una pequeña discusión, nada fuera de lo normal... No sé en qué momento perdí el control.— Contó. —Juro que hice todo lo que pude por mantener la calma.— Siguió, su voz por un segundo incluso, pareció temblar con algo de desesperación. —Repetí el maldito mantra hasta hastiarme e incluso intente alejarme.— Dijo. Era casi increíble que tuviera la desfachatez de molestarse. —Pero ella seguía gritando. Amenazando... Repasando cada error en mi vida... Y la de ella, que supuestamente, también era mi culpa... Se regodeo tanto en mi miseria que simplemente me enfade demasiado y no pude soportarlo. La golpeé... Lo hice hasta que mis manos estuvieron empapadas en su sangre... Caliente y pegajosa.— Su sonrisa se volvió brillante, como si me estuviera contando su más maravillosa aventura. —No pude parar... No quise parar.— Se corrigió. Sus ojos verdes recorrieron la habitación, escaneando mi expresión y la de mi compañero que a pesar de llevar incluso más años que yo en este rubro se veía consternado. Y es que ciertamente aquella sonrisa parecía demostrar orgullo hacia sus propias acciones. —En algún momento se desmayó. Fue ahí cuando me asusté, de mi misma y lo que había hecho... Pero después pensé, ¿Porque, después de todo lo que nos hizo, ella tendría derecho a vivir?... ¡Es más! ¡Ella debería saber cómo se siente! En ese mismo momento lo decidí. Iba a matarla pero primero, la haría sufrir. Aproveché que estaba inconsciente y la até a una silla. Había imaginado tantas veces una oportunidad así que ni siquiera tuve que pensarlo demasiado, hacía mucho tiempo que esos planes habían tomado forma en mi mente. Supe muy bien qué hacer. Fui a la cocina y busqué una cuchilla, velas, fósforos, ají picante... Hielo... Los llevé al comedor y al ver que todavía no despertaba volví por una jarra de agua fría. La volqué sobre su cabeza y sentí como sus gritos volvían a deleitar mis oídos.— Hizo una pausa mientras se acomodaba los mechones negros que escapaban de la trenza en su cabeza hacia su rostro.— Empecé con las velas, las usé para quemar la yema de sus dedos, quería que no pudieran, o al menos, tardaran en identificarla. Incluso le saqué los dientes. Uno a uno.— La azabache siguió relatando, con cada palabra parecía más entusiasmada, como si el simple hecho de recordar los gritos de su madre le fascinara. —Hice varios cortes en su cuerpo, pequeños, quería que durara.— Siguió, como si torturar a alguien hasta su muerte fuera lo mismo que jugar a las cartas. —De a ratos perdía la consciencia, así que paraba por tres horas para comer y descansar. Si no despertaba le tiraba con agua hirviendo... Su cuerpo tenía un ¿50? ¿60%?— Dudó —Cubierto en rojizas y asquerosas ampollas, habían partes que ya ni siquiera tenían una mínima capa de piel, solo músculo sangrante...

La mujer quedó en silencio por un momento, mirando a mi compañero que para el momento había perdido todo el color de su cara. Pero realmente sus ojos no parecían estar concentrados en él, como si en verdad estuviera intentando repasar la historia, intentando no olvidar ni el más mínimo detalle. Sus pies se mantenían quietos, al igual que sus manos. Estaba tranquila, claramente no sentía remordimiento alguno. Era escalofriante. Muelles se separó de la pared cuando su sofocante mirada fue demasiado para él.

—Voy por café.— Anunció, retirándose a tropezones.

El momento fue tan incómodo que por un segundo ni siquiera supe qué hacer. Así que respiré hondo y volví a mirar a Alicia. Y entonces entendí porqué mi compañero se había ido, su ojos, su mirada, daban una sensación tan apabullante, que incluso yo misma sentí ganas de correr. Sus orbes parecían un portal divino hacia el mismísimo inframundo.

Una carcajada cínica retumbó de repente y mi cuerpo se sacudió al instante. La muchacha volvió a callar de súbito. —Perdón.— Se disculpó inocentemente. —Pero tienes razón, esa es la mejor parte.— Dijo, girando la cabeza a la izquierda, claramente hablándole a otra persona, una que al parecer solo existía en su imaginación. —¡Cuando sus ojos se apagaron!— indicó con entusiasmo. —¡Si! Definitivamente esa fue la mejor parte. Claro, también fue un poco decepcionante, yo quería que sufriera más. Pero de un momento a otro simplemente, sus gritos, su cuerpo entero, se detuvieron. Sus ojos se apagaron, murió...

Los Mundos De Gyo (En corrección).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora