Snowflakes

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Correr dejando las pisadas demasiado visibles en la nieve, dar grandes zancadas para incrementar la velocidad, experimentar asfixia por el aspirar del aire helado, quemándole los pulmones, pijama es lo que la vestimenta nada protectora para el hiemal, sobre todo cuando los copos de nieve impiden visibilidad, los pies congelados por no estar protegidos por zapatos. Correr hasta que ya no pueda soportarlo o que evada completamente la persecución, teniendo diez años, no usa otro instinto que no sea el de escapar para sobrevivir, sabiendo del rastro dejando atrás, y los perros de caza deseando clavarle los colmillos, sin embargo tenía excelente condición física para su corta edad. La agitación comenzaba a nublarle la vista, veía sus manos tornarse púrpuras, necesitaba huir lejos, encontrar algún refugio o morir de neumonía. Cada vez que parecía flaquear, oír los gritos detrás llenaban nuevamente de energía todo su ser, y sabe que está muy lejos de la ciudad, adentrándose en la vegetación congelada, estaba a punto de treparse a un árbol, el suelo se abre cayendo a una especie de trampa, o eso creyó hasta ver a un hombre cubierto por una capucha gastada cerrar la puerta del sótano, puede notar la nieve cubriéndola. Asustada retrocede hasta la esquina del pequeño lugar, donde solo había un colchón sucio, cobijas hechas de piel de lobo, algunos trastos, una fogata en em centro donde podía verse la tierra, y algunos víveres enlatados y empaquetados. El hombre descubre su cabeza, mostrándole el rostro, era tan blanco y de ojos azules como ella, cabello ondulado castaño rojizo, la barba le resaltaba los labios agrietados, tan demacrado, él le sonríe, mostrando perfectos dientes blancos, era una sonrisa amable.

Él comenzaba a comunicarme con señas, entonces comprendió que éste era mudo, pudo notarlo por la forma muda en que articulaba y la falta de lengua. Eso le hizo confiar cuando él le ofreció una taza de té, olía bien y no pudo resistirse, en cuanto lo bebió la calidez fue reconfortante volviéndole el sonrojo a sus mejillas, también la cubrió con una cobija y al tenerlo cerca, nota la placa en su cuello, muy antigua lo que significaba había sido un militar. Al pasar las horas sentía el silencio agradable, veía leer al hombre, notando la pila de libros cerca del colchón, ladea la cabeza y él le vuelve a sonreír teniéndole uno, llamado "Thus Spoke Zarathustra", hablaba de que éste abandonó su patria y se marchó a las montañas, allí gozó de su espíritu, soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo hasta que todo en él trascendió, un ermitaño. Como el hombre frente a ella que le demostró lo maravillosa que puede ser la lectura, su admirable mentor, quien le enseñó a aprecia la soledad, pero que también la soledad puede llegar a ser una sádica criminal, y los recuerdos son aun peor, que una bala en el corazón.

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