Cuarto.

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Estaban todos, ancianos numerosos y Baek recién bañadito, merendando en el comedor del hotel. Era un ambiente quizás demasiado lujoso para él, quien había crecido rodeado de pollitos y caca de caballos. 

Pero en fin, la pasaba bien con sus amigos (sí, los consideraba su pandilla). 

Pasó la mayor parte del día abismado en sus pensamientos, tanto que la voz le sonó rara luego de horas sin hablar. —Jamás he probado unos bizcochos tan deliciosos  —fue lo primero que atinó a decir.

 —Tal cual, ni la comida del asilo me gusta tanto  —dijo Ellie, y se ganó miradas extrañadas por parte de todos.

 —Si te gusta comer estiércol, claro que sí  — agregó Harvey, levantando las cejas y acomodando su corbata. 

Por un largo rato continuaron hablando sobre comida, riendo porque Harvey era demasiado gruñón y porque BaekHyun había recibido una flecha con punta de oro, el mesero tenía ojos verde bosque. 

 "—Deberías hablarle, todos los chicos que usan moño son homosexuales.

 —Es el uniforme de trabajo, imbécil. " 

Byun blanqueó los ojos con una risita atorada en la garganta, y sin malgastar su estadía en el lugar, se acercó a pasitos de huracán hasta el mostrador. Primero hizo como que revisaba la vidriera, ojeaba los pasteles, asentía con la cabeza (todo acompañado de carcajadas; estúpidos ancianos) y preguntaba el precio de cada cosa. 

 —Disculpa,  ¿no estarás tú también a la venta?  — (más risotadas de fondo). 

 El muchacho de ojitos silvestres dudó un segundo, colorándose cuando comprendió lo que su cliente estaba intentando decir.  —No, pero podemos negociar... aunque no me dejan coquetear con los clientes.  — Ah, tenía voz de oropel, cuerdas vocales impregnadas en miel, unas pestañas que simulaban pétalos de flores y... SeHun. 

Estaba hasta en la sopa.

Su personalidad escandalosa se asomó por la habitación, brillando destellante para saludar a Baek.  —¡El pequeño Baekkie!  —  hablándole aún a metros de distancia, Byun deseó irse a su escondrijo, con el mesero. Claro estaba. Notó que su compañero de copas llevaba algo en sus manos, y cuando se acercó lo suficiente, supo de qué se trataba.  —Olvidaste tus pantalones en mi habitación, y no te encontraba por ninguna parte así que supuse que habías ido a pasear pero aquí te encuentro. El celeste te queda bien. — 

Baek se estiró la camisa y, evidentemente era celeste. Se sonrió, ocultándose del mesero bonito para que no viera que alguien más le había causado estragos en el estómago. Tomó su ropa con agresividad y la hizo un bollo con tal de que no parecieran pantalones.  —Eres tan oportuno... gritar que mi ropa estaba en tu cuarto suena convencional, sobretodo en público.  —

Los ojos del ex taxista se hicieron medialunas. 

 —¡Le bailaste en la cara a un muchacho anoche! —

 —Santo dios, SeHun. Cierra la boca. — compartieron rubores, Byun le estaba tapando la boca a Oh y la palma de su mano se llenó de saliva.  —No me lamas la mano... 

Se secó con su camisa celeste, llevando una mueca de desagrado. Se olvidó completamente del mesero guapo, con su mejor sonrisa invitó al conductor a su mesa con los jubilados. Le gustaba pasar tiempo con su nuevo amigo, aunque a veces era demasiado inadecuado, lamerle la mano no era algo normal y esperaba que no se repitiera.

Cuando tomaron asiento junto a su pandilla de abuelos, el ambiente se tensó. Aquella masa de panes arrugados no podían olvidar lo mal que SeHun hizo su trabajo esa tarde, Y Baek tampoco, pero sólo porque la remera que se puso el conductor, le marcaba mucho los músculos. Byun ignoró cada miradita mal intencionada, y les ordenó en lenguaje de señas que no hicieran comentarios fuera de lugar.

Juventud、sebaekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora