Capítulo 12:

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—¿Por qué no le dices?

Erika se encontraba sentada a mi lado:

—¿Qué? —¿Por qué no le dices a Misael que gustas de él? Algo me dice que gusta tuyo también.

—Veo que el viaje te hizo cambiar de opinión -reí irónica. —No, sigo desconfiando de ese chico, pero por lo que veo tu no, además, te hace bastante feliz, así que no puedo entrometerme a menos que te vea realmente en un problema -se escogió de hombros.

—Genial -sonreí. —Bueno, respecto a la pregunta que me hiciste, no se si debería hacerlo -comenté con nerviosismo.

—¿Por qué no?

—No lo sé, simplemente creo que él sólo siente amistad por mi.

—No lo averiguarás hasta que lo confieses -rodeó los ojos.

La campana sonó y comenzamos a caminar por los pasillos. Fue en ese momento en el cuál alguien apoyó sus manos en mis hombros, me estremecí ante el contacto:

—Buenos días señorita.

Giré e inconsistemente abracé al pelinegro:

—¡Vaya! Si que me extrañaste -reí ante su comentario.

La rojiza observaba aquella escena sin saber cómo reaccionar, se podía apreciar que estaba bastante incómoda.
Misael la observó, sólo se concentró en mi:

—Mh ¿no se saludarán? -cuestioné y los 2 en sincronía negaron.

—¿Para que forzar algo que no es compatible? -aquel comentario de la pelirroja provocó que el ojos oscuros fijara su mirada en ella con desprecio.

—¿Cómo puede ser tu amiga? -preguntó con simpleza y ella se indignó. —¿Qué te interesa? No te metas en nuestra amistad chico con problemas mentales -le contestó.

Él rió con ironía, aunque pude notar como su mandíbula se tensó, antes de que aquello continuará alce la voz:

—¡Ya basta!

—Max, te dejo, nos vemos en el salón -ella escupió y se alejó.

Suspiré y coloqué una mano en mi rostro, agachando la cabeza:
En ese instante, él, cogió mi barbilla y la levantó, fijando sus ojos en los míos:

—Anímate, una vez que yo lo estoy -sonrió ampliamente, dejando al descubierto su perfecta dentadura.

Joder, ese hombre iba a matarme.

—S-Sí -tartamudee.

Recordamos que debíamos entrar a clase, por lo cual apuramos el paso. Al llegar al aula, me sorprendí al ver a Erika sentada con una chica de la cual me había hablado terriblemente mal.
Ella al verme rió y le susurró algo a su nueva compañera de banco, me encogí de hombros y caminé con Misael junto a los lugares donde nos sentaríamos. Pensé que él comentaría algo sobre lo acontecido, pero no pronunció ni una sola palabra, sólo recostó su cabeza sobre mi brazo hasta que el docente apareció.

Durante toda esa clase, de manera sutil había escuchado susurros o chismes sobre el pelinegro y yo, comencé a formular mi teoría, la conclusión de esta, me desagradaba.
Apenas el timbre que daba inicio al receso tocó, al salir de clase enfrenté a la rojiza:

—Dime que has dicho -la sostuve del brazo. —Nada, sólo la verdad, que has abandonado a tu amiga por un enfermito mental, el cual, te ha transformado en una.

Al escuchar aquellas palabras mi cuerpo se llenó de impotencia, no podía creer lo que estaba escuchando. Mi mano, soltó su extremidad con indignación mientra mis ojos la fulminaban:

—Sólo eres como las demás, una zorrita que abandona a su amiga por un macho.

No pude contenerme, golpeé su rostro con fuerza.
Sentía la traición golpeando mi pecho, la decepción aferrando mi garganta y la furia corriendo por mis venas.
Fue en ese segundo, en el cuál Misael apareció, se colocó a mi lado, mientras rodeaba mi cuerpo con sus brazos:

—Pensar que una basura como tu era capaz de juzgarme -escupió él.

La rojiza apartó la mano de su rostro, dejando ver un moreton en su pómulo derecho, debía ser sincera, no sentía culpa:

—Desde que tú llegaste arruinaste nuestra relación -Erika soltó, con la voz quebrada.

—¡Claro que no, yo siempre intentaba incluirte, pero eras tú la que comenzabas con tus comentarios negativos! -exclamé.

—Es irónico pensar, eres una chica sufrida, llena de inseguridades, tuviste a una chica maravillosa a tu lado, apoyándote, defendiéndote y haciendo hasta lo imposible para levantarte el ánimo y hacer que te valoráras, sin embargo, enves de agradecerle lo único que hiciste fue traicionarla -bufó. —Pero bueno, eso es lo malo de las mentes cerradas, siempre tienen la boca abierta.

Fulminó con la mirada a todas las personas que se hallaban escuchando y observando la situación, me cogió de la mano y me alejó de allí.

Una vez estuvimos los 2 solos me fundió en un abrazo:

—Lamento mucho que hayas tenido que pasar por eso.

Yo, levanté mi mirada:

—Gracias por estar ahí, muchas gracias -abracé con más fuerza su cuerpo.

Misael ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora