Capítulo 3:

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Sebastián y Ana se quedaron solos en el comedor. Después de mandar a los niños a la cama, por fin; Sebastián pudo entablar una conversación más íntima con Ana.

—Los niños te quieren—dijo Sebastián mientras sorbia de su café. Ana suspiro, tarde o temprano le diría su pequeño secreto.

—Patricio siempre llamó a la oficina desde...

—¿Qué tiene que ver eso con...

—Si me deja terminar, lo sabrá—Sebastián asintió—. Patrick ha llamado desde los seis años nueve meses, pero no fue hasta hace tres meses que él y yo somos amigos—Sebastián fruncido el ceño, ¿a qué se refería ella?—. En una ocasión él llamó mientras lloraba,—la garganta se le seco por la anticipación, ¿cómo le diría a su jefe que sus pequeños le habían contado las constantes peleas de su padre con su madre?—, yo sé que usted es muy reservado y que no le gusta que sus hijos sean mostrados al público, de hecho, nunca los conocí hasta el día en el que me mando aquí —aclaró cuando Sebastián la vio con intensidad—, y mucho menos que su vida privada deje de serlo pero, los niños me dijeron que su madre y usted peleaban constantemente y ese día su madre había gritado a Jonathan hasta hacerlo llorar, realmente me sentí muy mál por no poder ayudar así que invente algo...—dijo afligida— Por esa razón, jamás le mencioné que Matteo y Patricio siempre me llamaban a las tres y media de la tarde para hablar de lo que hacían, simplemente era alguien que escuchaba sus historias.

—¿Me está diciendo qué es amiga de mis hijos?—preguntó incrédulo—¿por eso no la asustaron el día que la mandé aquí?

—Si, y de hecho no fue por eso, les mentí y les dije que era un duende que hablaba con niños que lo requerían, eso por miedo a que usted lo supiera. La verdadera causa por la que no me ahuyentaron fue por que los traté como querían ser tratados. No se imagina la cantidad de veces que he hablado como si tuviera un retraso mental. Aunque hace una semana les confese que el duende Wilson era la secretaria de su padre, al principio estuvieron desconcertados pero lo aceptaron.

—Jugaste con ventaja, los conocés—dijo sonriendo, imaginando a su secretaria riendo por lo que le contarán sus hijos.

—Eso hacen los amigos, conocerse—Ana suspiro ruidosamente—. Debería ponerle más atención a sus hijos. 

—No necesito que me digan cómo educar a mis hijos—farfulló molesto. 

—¿No? —dijo encolerizada—¿sabe la cantidad de veces en la que los niños me han llamado para decirme lo solos que se sienten?

—Sólo quería una familia.

—Exacto sólo quiere pero no la mantiene.

Sebastián guardo silencio, sintiendo una puntada de remordimiento. La idea de que Ana fuera esposa suya le vino con fuerza.

—Cásate conmigo—dijo bruscamente.

—¿A caso no me ha escuchado?

—Si, pero te necesito, ellos te necesitan—murmuró.

—Es usted un descarado, ¿qué le hace pensar que no tengo novio? Pero sobre todo que cobarde es usted.

Vaya, Sebastián nunca pensó en eso y se negaba a creer que Ana tuviera novio, aunque los constantes rechazos de ella hacia Ignacio deberían tener otra explicación, por otro lado ¿por qué lo llamó cobarde? Sin embargo, Sebastián sonrió y tomó la mano de Ana. 

—Entonces abandonalo—dijo y beso el dorso de su mano—, y no soy cobarde.

—¿Está usted loco? Acaba de divorciarse—retiro su mano bruscamente y negó con la cabeza en desaprobación—. Nunca había visto a persona tan débil emocionalmente—Sebastián parpadeo y la vio resentido.

Papá Soltero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora