capítulo 5:

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Parte I.

Cómo cada lunes Ana fué al trabajo. Aún seguía ausente, dentro de sus pensamientos. Por la noche creyó que aquella propuesta de matrimonio sería su única oportunidad de casarse.

«—Pero... ¿Qué dices mujer? —dijo Guillermo cuando Ana le comentó si no habría sido un poco estúpida al rechazar a Sebastián.

—Pues... ¿Quién querría salir conmigo?

—Deberías de dejar de pensar en cuentos con finales felices y empezar a vivir sin tanto cuento.

—A veces es bueno vivir soñando para no morir de realidad—susurro con la cabeza baja.»

Dió un suspiro y siguió caminando por el vestíbulo del edificio hasta el ascensor. Se metió al cubículo y pucho el botón número cinco. La máquina subió y abrió sus puertas de par en par en el piso indicado. La costumbre de Ana siempre fue la de llegar antes que todos, incluso antes que Sebastián y más cuando quería distraerse.

Cuándo entró a su oficina abrió la boca, sorprendida. Un girasol grande y amarillo como el sol, destacó sobre su escritorio entre una montaña de papeles. Fue hasta su escritorio y se sentó sobre la silla con ruedas en las patas. Tomó el girasol y aspiró, cerró los ojos. El aroma fresco de la flor inundó sus fosas nasales. Estaba tan concentrada observando la belleza de la flor que no se dió cuenta cuando alguien entró.

—¿Te gusta?—preguntó Sebastián desde el marco de la puerta.

Tenía las manos dentro de los bolsillos delanteros de su pantalón, y el hombro y la cadera sobre el marco de la puerta con las piernas cruzadas.

—Es bonita—dijo sin verlo. 

Sebastián mostró media sonrisa.

—Lo siento—Ana alzó la mirada y lo vió directo a los ojos—, por lo del viernes pasado.

Y aunque le dolía saber que realmente Sebastián jamás quiso casarse con ella, le regalo una enorme sonrisa.

—No pasa nada, estabas desesperado.

—Es difícil cuidar niños—dijo en un suspiro, recordando lo sucedido.

—¿Cómo le ha ido con ellos?

—Ayer los levante a las siete y media para ir al zoológico e ir a tomar un helado para después ir al cine... Salimos a la una de la tarde de la casa. Todo salió completamente mal—se quejó.

»Cuando fuimos al zoo, perdí a Matteo porque un mono no soltaba a Teddy, su oso de peluche y claramente no me dí cuenta hasta que Patricio preguntó por él. Patricio estaba enfadado porque no podía llevarse un gatito, si un gatito con garras enormes, Dios mío, ¿quién en su sano juicio quiere un León? Los tres ensuciaron su ropa con helado, Jonatan hizo popo y no sabía dónde cambiarlo, Patricio quería ir al baño y Matteo se hizo pipí en los pantalones. Tuvimos que regresar a casa más temprano de lo acordado y por supuesto, tenía a un Patricio muy enojado.

Terminó de relatar con la respiración agitada y la voz cansada; como si estuviera reviviendo cada segundo de lo ocurrido. Saco sus manos de los bolsillos y se restregó la cara con ellas. Ana se levantó de la silla y fue hacía él.

—Necesita un abrazo.

Temerosa pero decidida rodeó con sus brazos la ancha espalda de Sebastián. Él, por su parte la estrechó contra su pecho y oculto el rostro en el hueco que había entre su hombro y el cuello. Ana sentía la respiración cálida e irregular de su jefe en el cuello, y supo que estaba llorando silenciosamente, de frustración. Ana sentía el corazón oprimido. Estar sólo, sin saber prácticamente nada del hogar debía ser como ir a la guerra sin armas. Después de unos minutos sin decir nada y estar abrazados, por fin se separaron.

Papá Soltero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora