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Los días de clase pasaron lentos y aburridos, pero eso no era nada raro. Sí, Julien y Sally adoraban la carrera que habían elegido y sabían que eso era lo que querían hacer con su vida, pero por mucho que les gustase, la voz de los maestros a veces terminaba por dormirlos, y ese viernes, el letargo de la última clase era particularmente fuerte.

Eran alrededor de las dos y media de la tarde, saldría de clase dentro de una media hora y tendría el tiempo suficiente y justo para ir hasta la residencia a cambiarse y pasar rápidamente por su casa a recoger la bicicleta que, le había dicho su madre, ya estaba lista para volver a usar.

Para ser honestos, a pesar del aburrimiento de aquella ultima clase del día en que su ventana había sido minima y las clases estaban prácticamente pegadas, una creciente ansiedad en su pecho había impedido que se durmiera en medio de alguna charla importante del profesor; tenía un muy extraño presentimiento que hacía que sus ojitos bicolores se movieran inquietos de un lado a otro y su pie diera repetidos golpes contra el piso, mientras su pierna opuesta se sacudía a un ritmo acelerado: un set de ticks nerviosos que la verdad no tenía idea de donde venían.

Oyó unos ronquidos por allí y vio a un compañero cabecear por allá, en realidad nadie estaba prestando demasiada atención, y de cualquier modo aquella clase había sido solo un repaso para un pequeño quiz que se realizaría la siguiente semana, y para el que Julien sabía que estaba más que preparado, pues había estudiado los objetivos con su mejor amiga como cinco millones de veces.

En el momento en que el profesor dio la clase por acabada, el chico corrió a firmar su asistencia y salió de la facultad a paso rápido, luchando contra la masa estudiantil que se movía en todas las direcciones a la vez. Alcanzó a ponerle un mensaje a Sally apenas llegó a su residencia y saludó a Juan, diciéndole que se vieran en su casa y que no olvidara la bicicleta. Ella contestó casi de inmediato con unos emojis de pulgar arriba y una carita riendo. Julien no se molestó en tomar un baño, simplemente se cambió la camisa y el sweater que estaban un poco sudados y se aplicó colonia después de lavarse la cara para alejar un poco el cansancio. Arregló su desordenado cabello castaño y, tras tomar las llaves, salió corriendo hacia su casa.

No iba tarde, todo eso le había tomado apenas veinte minutos, y llegó a su destino media hora después de haber salido de clase. Nora lo esperaba en la puerta, con una bicicleta azul opaco reluciente recargada contra la pared. Él no pudo evitar sonreír al momento de verla: había obtenido esa bicicleta como regalo de navidad cuando tenía trece, pero con todo el ajetreo escolar y la innegable pereza, nunca había llegado a usarla mucho, aunque se consideraba muy hábil a la hora de montarla.

Julien se acercó a su madre y la abrazó en saludo y agradecimiento. Luego de unos segundos, ella lo separó tomando su rostro entre sus manos, con sus brazos levantados por la diferencia de altura, y acarició su mejilla con su pulgar, mostrándole a la vez una orgullosa y sincera sonrisa que su hijo no pudo hacer más que corresponder.

—Estás creciendo muy rápido, mi vida- le dijo casi que al borde del llanto. Recordaba perfectamente cuando tenía que acompañarlo haciendo tarea porque William casi nunca estaba en casa entre semana, cuando se mostraba nervioso al conocer gente nueva, el momento en que su mirada brillaba cuando recibió su diploma de graduación de la escuela, y ahora recordaría cuando entró a su primer trabajo. Sí, crecía muy rápido, pero se alegraba de, a pesar de todo, haberlo visto sonreír la mayor parte de ese corto tiempo de 19 años y poco más.

Julien sintió la nostalgia y recostó su rostro en una de las manos de su madre, tocando esta con su propia mano.

—Aún tengo la inteligencia emocional de un niño de diez años, mami-. Nora no pudo evitar soltar una risita mientras sus ojos terminaban de aguarse, y Julien se le unió con un poco menos de volumen.

Amor a DomicilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora