Prólogo

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Los rayos del sol caían débilmente sobre la piel ligeramente morena del pequeño, metiendose entre su sueño y empujándolo a salir de este. Con fastidio, el niño intentaba evitarlos y alejarse de ellos para continuar durmiendo, y se las arregló para esconderse de la luz dorada que lo perturbaba bajo su almohada. Sin embargo, su escapada no duró mucho. Sintió una cálida y conocida voz llamándolo, y un momento más tarde sintió una mano delicada  y suave retirar su almohada y despeinar sus castaños cabellos.

—Vamos. Arriba, Julien. No puedes llegar tarde al primer día de escuela.

El nombrado se removió incómodo entre sus sábanas, pero, incapaz de ocultarse de la luz solar, se rindió y abrió perezosamente los ojos.

—Ya voy, mami. Ya voy.

Retiró sus sábanas aún medio dormido y se dirigió al baño con su pijama de superhéroes puesta. Su madre rió enternecida y lo interceptó para evitar que se bañara con la ropa.

Julien definitivamente hubiera preferido quedarse en cama. Se había mudado hace poco, y eso solo significaba nueva casa, nuevos vecinos, nueva escuela; pero también significaba el tener que socializar con personas nuevas e intentar hacer nuevos amigos. El pequeño castaño nunca fue de muchos amigos, solo los justos y necesarios, pero tampoco era alguien muy antisocial, por lo que se encontraba en un estado entre muy nervioso y muy ansioso, y eso se notó en sus manos temblorosas al vestirse con su nuevo uniforme y en su modo apresurado de bajar las escaleras cuando oyó a su madre llamándolo para comer.

Desde arriba, alcanzó a ver a su familia preparándose para el día. Su padre, un hombre un poco entrado en edad, con algunas canas ya visibles en el pelo castaño claro, era el responsable de la mudanza. Había sido algo muy repentino para toda la familia cuando recibió una llamada del trabajo que lo reubicana en la sucursal principal de su empresa a modo de ascenso, sucursal que se encontraba casi al otro lado del país. Su madre, una pelinegra de aspecto agradable y facciones tiernas, preparaba unos huevos con tocino y jugo mientras movía sus caderas a un ritmo que ella tarareaba. Y más allá estaba su hermana mayor, la cual le llevaba unos diez años, poco más, poco menos. Ella ya estaba en la universidad el el extremo opuesto del país, cerca de la frontera con el país vecino, y residía allá, pero gracias a las vacaciones se permitió un viaje para visitar a la familia y apoyarla con la mudanza.

El pequeño bajó casi volando con su mochila colgando de su espalda. Se sentó con las piernas inquietas y comenzó a devorar su desayuno apenas su madre lo puso frente a él.

—Come despacio, campeón, no queremos que no le puedas hablar a los chicos de tu escuela porque tu desayuno está atorado en tu garganta.

Julien, un poco apenado de su evidente nerviosismo, redujo su ritmo, pero seguía siendo notablemente acelerado. A ese mismo ritmo, se cepilló los dientes y se despidió de su padre y su hermana, y salió de la casa acompañado de su madre, ya que ella lo llevaría a la escuela.

Fue un trayecto relativamente corto, en el que el castaño no pudo mantener sus miembros quietos, y golpeaba el suelo con su pie, o su mano contra su muslo repetidamente. Quería ir a la escuela, le hacía ilusión encontrar niños nuevos y hablarles, pero también le aterraba no encajar y pasar un recreo solo, mirando incómodamente a un lado y otro sin saber realmente qué hacer.

Una vez llegaron, su madre se estacionó frente al enorme edificio y se bajó con el pequeño, acompañándolo hasta frente a la entrada. Estando ahí, lo puso de espaldas a la nueva escuela y comenzó a hablarle mientras arreglaba el cuello de la camisa del uniforme.

—Vendré por ti a las tres, nos vemos aquí. Si no he llegado espérame donde pueda verte y no te vayas con nadie más, ¿está bien?

El niño asintió, repentinamente mucho más nervioso que ansioso y abrazó a su madre a modo de despedida, luego, vio cómo está regresaba al auto y se alejaba.

Amor a DomicilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora