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La lluvia arreciaba sobre los chicos mientras caminaban con paso rápido entre las desoladas calles de la cuidad. Sally estaba aferrada al torso de Julien, pegándose lo más que podía al chico para que la pequeña sombrilla alcanzara a cubrirlos a ambos. El agua que salpicaba del piso empapaba las piernas de ambos, y la que goteaba de la sombrilla mojaba sus mochilas. Asimismo, las lágrimas seguían mojando la cara del castaño.

El apartamento de Julien no quedaba muy lejos, y en menos de lo que esperaban, para la fortuna de ambos, llegaron al edificio, el cuál estaba mayormente habitado por estudiantes de la universidad. Subieron hasta el tercer piso, donde estaba el apartamento de Julien, apresurándose por las escaleras. Antes de girar en la esquina, un chico apareció de repente, y los dos apurados amigos casi lo mandan al suelo.

—Por Dios, Juan, lo siento-, dijo Sally muy apenada, frenando y recuperando el aliento.

—Tranquila, bella Salomé, también fue mi culpa por no fijarme-, respondió el chico moreno y morocho, de barba y bigote, con un marcado acento mexicano—. Hasta luego, Sally, Julien-. Y se alejó escaleras abajo, sombrilla en mano.

Con un poco menos de prisa, Julien le pasó las llaves del apartamento a su amiga para que abriera la puerta, y ambos entraron.

El apartamento de Julien no era la gran cosa, él era un estudiante universitario sin trabajo aún, después de todo. Había desorden por aquí y por allá, una cama, una cocina y un escritorio que era lo único medianamente ordenado y estaba bien equipado con una laptop y varios cuadernos abiertos.

Sally soltó un suspiro entre cansado e indignado, en parte por la carrera hasta el lugar y el susto de haberse chocado con Juan, y en parte por el casi absoluto cáos en el que vivía su mejor amigo. Julien notó esto, y cuando ella volteó a mirarlo, él solo se encogió de hombros con una pequeña sonrisa que no disminuía ni un poco la amargura en sus ojos cafés.

Resignada, la castaña cerró la puerta, tomó la mano de Julien de nuevo y lo guió a un sillón cubierto de libros de arquitectura, de los cuales retiró algunos para que pudieran sentarse. Dejando las mochilas a un lado, los universitarios tomaron asiento.

—Julien, ¿qué está pasando?- Preguntó la chica tras un momento de silencio. En ese instante, las lágrimas de Julien que se habían mezclado con las gotas de lluvia sobre su camisa volvieron a mojar sus mejillas.

—Es que...-, las lágrimas lo ahogaban como el mar ahoga a quienes lo desafían, y Salomé, intentando calmarlo, solo podía lanzarse sobre su pecho y rodearlo con sus brazos—, Sally, no lo sé, no sé, no sé.

Los sollozos debilitaban sus palabras y las hacían sonar incoherentes, pero es que Julien no podía explicar algo que ni él mismo entendía muy bien.

—Está bien, Juli, está bien-. Contestó ella, dejando que su labio temblara y sus propias lágrimas corrieran—. Solo... cuéntame lo que puedas-. Un fuerte sollozo de Julien siguió a estas palabras, sin embargo, desde su posición en el pecho de su amigo, Sally lo sintió asentir.

—Todo comenzó cuando yo tenía dieciséis-. Paró, de pronto ahogado, y su amiga intentó impulsarlo en la charla.

—Pero, eso fue muchísimo antes de que te mudaras-. Él suspiró.

—Lo sé-, sorbió por la nariz—, lo sé, y yo tuve que estar ahí todo ese tiempo.

>>Tú sabes bien que nosotros siempre fuimos una familia bastante "normal" en lo que cabe. Papá trabajaba fuera y mamá lo hacía desde casa, mi hermana estudiaba lejos y yo lo hacía aquí en la ciudad. No éramos problemáticos, teníamos peleas, sí, pero eran las típicas de la familia: "saca la basura", "¿quién lava los platos hoy?", "no quiero ver esa película, mejor veamos esta", cosas así.

Amor a DomicilioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora