Una más a la lista

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Aquel día, me levanté tarde luego de tiempo. Al no tener otro trabajo que hacer, salvo probar la comida del Führer, nos dieron cierto descanso. En la noche, reunidas, pensábamos que nos irían a sacar de ahí para el desayuno, aunque al parecer el susodicho prefería ayunar. Cual fuera la razón, nos daba un poco más de tiempo. Sin embargo, los soldados volvieron a aparecer luego de un rato para recoger a la hermana de Greta. Al parecer, ese trabajo extra no influenciaba mucho en su caso. Su rostro claramente reflejaba su odio y repulsión por ese lugar. Una vez intentó defenderse, pero Greta se lo impidió para no perder a otra más de su familia. Aun así, era consciente de que en cualquier momento ella diría basta. Era la primera vez que seguía a los soldados sin decirles nada, como si estuviera planeando algo en su mente. Ella agachó la cabeza en modo de despedida, marchandose detrás los soldados. Esperaba que no cometiera alguna locura.

El resto de nosotras, nos reunimos en la zona norte de la instalación para recoger el desayuno. No se comparaba al majestuoso almuerzo, pero era suficiente para nosotras. No esperamos a llegar a nuestra área, comíamos mientras caminábamos, no podíamos desperdiciar el tiempo. Ya estábamos por llegar cuando se escuchó un disparo afuera del pabellón, seguido de unos gritos. Reconocí de inmediato la voz de Greta, así que apresure mis pasos hacía una de las ventanas. Antes de acercarme, cerré mis ojos por un segundo para prepararme para lo que iba a ver. Lo primero que apareció en mi vista fue una gran mancha oscura en el suelo. Me acerqué un poco más, y pude divisar un cuerpo delgado que había recibido una bala a la altura del corazón. Su cabellera castaña se había tornado escarlata debido a la pérdida de sangre, pero su rostro se veía en paz. La sonrisa de aquella muchacha se quedó en mi memoria, al igual que sentí pena por Greta, acababa de perder a otra de sus hermanas en sus propios ojos. Ella, aun en shock e histérica, luchaba con uno de los soldados que la sujetaba para acercarse a su hermana. No hubo lágrimas en su rostro, salvo desesperación y sosiego. El resto de su grupo, se quedó observando aturdidas sin saber cómo reaccionar a diferencia de Greta. De pronto, otro soldado que estaba rondando por ahí, irritado por la conducta de mi compañera, le propinó un golpe en la cabeza con la parte trasera de su arma. El golpe fue tan fuerte, que ella cayó inconsciente. Los dos soldados intercambiaron palabras, y se marcharon con el resto del grupo. Dejaron el cuerpo ahí, como si se tratara de una simple basura sin importancia. Mientras a Greta, se la arreglaron de algún para cargarla.

Me alejé de la ventana de prisa y caminé para quitarme aquella imagen de la cabeza. Era una extraña sensación ver a alguien morir cuando hacía poco tiempo había compartido tiempo juntos. Incluso recordé las palabras que había dicho el día anterior, lo que me hizo creer que ella ya se estaba preparando para ese momento. Caminé por los pasadizos hasta no saber dónde estaba y llorar. Por más fuerte y valiente que quería ser, el miedo me carcomía por dentro, era más fuerte que yo. No sabía exactamente porque lloraba, si era por el horror que veía día a día, o la suerte que tenía de seguir viva. Las lágrimas simplemente no dejaban de salir. Al tratar de calmarme, alguien toco de mi hombro. Asustada, giré tratando de defenderme, pero solo conseguí quedarme quieta, observando a la persona. El soldado Hawthorne había vuelto a aparecer por esos pasadizos. Lucía un poco diferente, quizá por su nuevo corte o porque recién noté aquel tono azul de sus ojos. Eran del color del océano, enigmáticos y profundos, el perfecto lugar para perderse. El soldado me hablaba sin dejar de mirarme a los ojos, pero no lograba entender lo que decía. Me sentía como si estuviera aislada dentro de una burbuja.

— Sybille —El soldado Hawthorne no quitaba su mirada sobre mí. Incluso puso una de sus manos sobre mi mejilla. Era cálido y gentil el tacto de su mano en mi piel, incluso el tono de su voz era agradable.— Tus ojos están rojos, has llorado

— No es nada —Había vuelto a mis sentidos, incluso retrocedí unos pasos para alejarme de él. No comprendía porque había tenido aquellos pensamientos sobre él, apenas lo conocía.— ¿Qué hace aquí? ¿No tiene otros trabajos que realizar?

— Ya te dije que no me hables como si fuera un señor —Exclamó, aunque luego cambió su tono de voz por una más consoladora— Pensé que desearías tener compañía... acaban de retirar el cuerpo

— No es algo nuevo, pero nunca te lo esperas —Dije— Nunca sabes quién será el siguiente

— Lo siento

— Yo no soy a quien debes decirles esas palabras, yo no he perdido tanto a comparación de otras personas. A veces pienso que ... —Me di cuenta que volvía a dejarme llevar con las palabras. La compañía del soldado era reconfortante de cierta manera para hacerme hablar sin pensar.— Gracias por aparecer de la nada. Mis compañeras deben estar preguntándose por mí

— Siempre estaré ahí oculto para cuando lo necesites, nos vemos

— ¿Cómo sabes que me vas a encontrar mañana o más tarde? —Pregunté inocentemente.

— Sé perfectamente en dónde estarás todo el día y a cada hora —Sonrió al dar su respuesta. Por alguna razón, me sonroje. Lo que me dijo no fue nada lindo en sí. Era verdad, sabía en donde iba a estar, porque estaba encerrada en ese lugar.

— Uno nunca lo sabe, este lugar es impredecible —Antes de irme, inconscientemente le sonreí. Para cuando lo noté, salí huyendo del pasillo. No le vi el rostro, pero supongo que lo tomó por sorpresa tanto como a mí.


Al mediodía, nos volvieron a llamar para probar de nuevo el almuerzo e indicarles que no había ningún rastro de veneno en ellos. Nos llevaron al mismo salón, pero esta vez sin el personaje a la vista. El ambiente era menos tenso sin su presencia, no había esa mirada que parecía conocer tu vida y no dudaría en juzgarte en silencio. En esa ocasión, mi plato consistió en un filete de pescado asado bañado sobre una salsa naranja, acompañada de una ensalada ligera y unas cuantas papas al horno. La bebida cambió por una copa de vino tinto, la cual preferí evitar a toda costa. El color rojizo del vino me traía malos recuerdos, hasta podría decir que se podía oler un sutil aroma de sangre en ella. Sabía que no podía pensar en ellos, menos en ese momento, así que me concentre en el platillo. Olvidé que estaba en el "campo" y que no había nadie a mi alrededor, ni siquiera mis compañeras. Ahora estaba en algún restaurante, probando lo que sería un nuevo menú. Me enfoque en el olor, la presentación, y por último, el sabor. Apenas di el primer bocado, regresé a la realidad. No podía quitar de mi mente que podría tratarse de comida envenenada por más exquisita que pudiera estar.

Al final, todas comimos tranquilamente el almuerzo, saboreando cada bocado con la esperanza de jamás olvidarlo. Esa vez ninguna murió envenenada y lo cual disgustó a los soldados, ni siquiera trataron de ocultar sus intenciones. Ellos, claramente, querían ver a alguien morir mientras se retorcía de dolor. No eran tan diferentes como el führer. Una vez recogidos los platos, el mismo soldado, de mala gana, nos escoltó de regreso a la instalación por otro día más de pruebas. Apenas cerraron la puerta detrás de nosotras y los pasos dejaron de escucharse, todas dimos un grito de festejo por seguir vivas, claro que después, hicimos un tiempo de silencio por nuestra más reciente pérdida. Hicimos el mismo ritual de la otra noche, pero esa vez cada una tuvo algún comentario que decir en voz alta. Por supuesto que no fueron los mensajes más emotivos, ya que no habíamos compartido tanto tiempo juntas como grupo, solo la conocíamos por ser hermana de Greta. Además, ella era la que más, físicamente, se asemejaba a su hermana mayor.

Después de dar nuestra palabras, cada una se fue por su lado a hallar su modo de sobrellevar toda la tensión del lugar. A diferencia del primer día, las lágrimas imparable de muchas de las jóvenes dejaron de aparecer con el paso de los días, incluso en ese momento. Era como si las lágrimas se hubiesen terminado después de tantas noches y días de desolación. Claro que aún habían algunas que lloraban en silencio, tratando de hallar consuelo en la oscuridad de la madrugada. Es más, sería extraño si nadie llorara si viviera en una situación como esa, sería antinatural. Tanto el orgullo como la dignidad desaparecen en un lugar como ese, te arrebata todo, incluso lo que no tenías. Poco a poco acabarán contigo.

Como no había nada más que hacer, solo me quedo a esperar por la cena: un poco de agua y pan relleno con una pasta de un color naranja claro. El sabor era lo de menos, lo que más importaba era mantener tu estómago lleno que morir de hambre. Regresé a mi litera, no tenía ganas de dar otra caminata por los eternos pasadizos. Quería descansar, aunque el rostro de aquella muchacha permaneció en mi memoria. No estaba asustada, no tenía porqué. Sin embargo, aquel rostro de paz y tranquilidad, me desencajó un poco. Tanto daño le habían ocasionado para que decidiera terminar su vida tan temprano, ya que era notorio que ella no trató de defenderse o excusarse. Ella realmente quería terminar de alguna manera, ya no podía soportarlo. Además, me pregunté si pensó en Greta, la única de sus hermanas que se preocupa por su bienestar, luchando por todas ellas, pero al mismo tiempo perdiendolas. Era un tema delicado en el que no debía entrometerme.

Antes de la medianoche, la puerta de metal volvió a abrirse. No hubo órdenes, ni gritos, sólo el chirrido de la puerta al cerrarse de nuevo y unos pasos caminando hacia nuestra zona. ¿Había llegado alguien más? ¿Alguna revisión sorpresa? Cualquier opción que se tratara, nos mantuvimos en nuestras literas, como si nada hubiese ocurrido. Los pasos comenzaron a sentir más cerca, al mismo tiempo que alzaba un poco mi cabeza entre las viejas sábanas. Greta había llegado a nuestra instalación. Tenía los ojos hinchados, y la mirada perdida. No le dije nada, sería en vano pasarle la voz o charlar. Ella necesitaba su propio espacio para desahogarse. Ver morir a alguien cercano, era un golpe fuerte. Greta llevaba más de tres veces presenciando aquellas atrocidades, y de algún modo, ella lograba recomponerse por el resto de su hermanas. Alguien debía ser el apoyo, esa era Greta. Alguien que sacaba fuerzas de donde posiblemente quedaba muy poco.

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