Capítulo 1.

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Renté un departamento de mala muerte una vez que volví a la ciudad. El lugar era desolado y sucio. Las paredes y el suelo estaban deterioradas y con grietas. Los muebles a mi alrededor constaba de una cama, una mesita de noche, una estufa, un estante y un pequeño armario donde podía guardar las pocas pertenencias que traía conmigo.

Tenía pensado ir a comprar provisiones mientras caminaba por la acera, pero al final regresé al departamento con las manos vacías. El dinero que tenía no me alcanzaba para comprarme ni una mierda. Necesitaba retomar las peleas cuanto antes. Intenté conseguir empleos en todos lados, pero sentía que mi lugar era arriba del ring. Me ayudaba a deshacerme del nudo que tenía en el pecho.

Despejé mis pensamientos y regresé al presente. Ahora caminaba por la calles, desviándome hacia el callejón. La ruta la conocía como la palma de mi mano. No tardé mucho cuando divisé el gimnasio al fondo. Me ajuste la mochila al hombro y me detuve antes de entrar, recordando que este lugar era el mejor método para huir de todo.

El dueño del local, Ernest, un anciano que muy apenas podía andar, me brindo su ayuda sin juzgar lo jodido que era mi situación. Los rumores por aquí corrían rápido, lo que me facilitó evitar contarle mi historia de sufrimiento. Además, fue él quien me había alentado a inscribirme en las peleas clandestinas que organizaba los fines de semana. Inmediatamente acepté la oferta cuando mencionó la cantidad de dinero que obtendría el ganador. Por otro lado, también esperaba encontrarme con mis viejos amigos. 

Crucé la puerta y dejé salir un suspiro de alivio al envolverme con el ambiente que observaba. El ring estaba ocupado por un par de chicos, entrenando con suma concentración. Otros más se preparaban para su turno.

Luego localicé el diminuto bar en la esquina, con un aspecto relajador como era de costumbre. Fotografías y trofeos adornaban las repisas detrás del hombre que servía los tragos. Lo saludé, dando un asentimiento y me dirigí directamente a los vestidores.

Cuando menos pensé, ya estaba golpeando el saco de boxeo con frenesí mientras los recuerdos me invadían por completo. Recordaba la mirada fría de mi padre luego haber humillado a mi madre por un simple descuido en la cena.

Habían pasado dos años de su muerte. Dos años desde que el aquél tipo había escapado de la policía cuando iba ser arrestado por homicidio. Había hecho lo posible para que el caso siguiera en pie. Sin embargo, hubo algo turbio después de un tiempo, ya que detuvieron la búsqueda.

Mi padre seguía libre y a salvo, pero el odio que sentía por él crecía aún más conforme pasaba el tiempo. Quería encontrarlo, hacerle pagar cada lágrima que mi madre derramó y hacerle recordar el sufrimiento que vivió a su lado.

¡Demonios, lo detestaba demasiado!

Lo odiaba más que a nada en el mundo y sólo pronunciar su nombre me daban ganas de vomitar encima.

—Es bueno volver a verte, Dominic.

Reconocí la voz de Ernest, y con la respiración agitada me limpié el sudor de la frente y lo miré sobre mi hombro. No podía negar que me alegraba volver a verlo. Era una de las pocas personas en quien confiaba.

—¿Cómo va todo, Ernest? —Regresé a lanzarle otro puñetazo al saco y retomé el ritmo con los golpes.

—Todo bien. ¿Hace cuándo volviste?

—Hace dos días.

Se mantuvo observándome en silencio por un momento.

—¿Cómo te sientes? —preguntó con cautela.

Dejé caer los brazos a los costados y lo miré, tratando de recuperar el aliento. Había algo que no me gustaba en ese tipo de preguntas. Me sentía incómodo por no saber exactamente qué responder. No estaba bien. Estaba mal, pero era algo no debía gritarlo a los cuatro vientos.

Heridas Ocultas ✅ | editando |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora