Capítulo 10.

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Por la noche conduje de vuelta al departamento. Ya tenía la puerta abierta y justo cuando estaba por entrar, noté que un auto se estacionaba detrás del mío. Se trataba de Derek y Jay.

―¿Qué hacen aquí? ―pregunté, extrañado.

―Te fuiste antes de que comenzaran las apuestas —respondió Derek mientras se acercaban.

—¿Por qué no quisiste pelear? —quiso saber Jay.

Me di cuenta entonces que traía un pack de cervezas.

―Estoy algo cansado.

La verdad era que estaba estresado por tener novedades de mi padre.

―Pues te acompañaremos en tu cansancio ―comentó Jay y entró al departamento con suma confianza.

—No necesitas estar solo todo el tiempo —comentó Derek, torciendo una sonrisa—. Sé que no tomas alcohol, así que te traje un jugo de mango.

Me entregó la botella y puse los ojos en blanco. Entramos a la pequeña estancia del departamento, en donde Jay estaba sentado en el viejo sofá con las piernas abiertas y con el teléfono en su regazo. Derek puso las cervezas en la mesita de centro y sacó una cajetilla de los bolsillos. Dejé la mochila al suelo, saqué unas cuantas botanas de la cocina y volví a la sala. Derek destapó una de las cervezas y le dio un trago para después darle una calada a su cigarrillo.

―¡Maldita sea, Jay! Deja de utilizar el teléfono. Vinimos a visitar a Dominic —Derek le quitó el aparato y lo dejó en la mesita de centro.

―Está bien, lo lamento. ¿Qué tal está el vecindario por aquí, Dom? ―dijo Jay, dándole un profundo trago a la cerveza.

—Bastante tranquilo, al menos no he visto ninguna pandilla por aquí.

El antiguo vecindario era un total desastre, o al menos lo era cuando vivía allí. Había sectas en cada esquina dispuestos a buscar problemas. Yo pertenecía a una, al igual que Derek y Jay. Éramos aproximadamente veinte personas en nuestro grupo. No me gustaba tomar el rol de líder, pero se podría decir que fui elegido por ellos en ese entonces.

Buscábamos conflictos con los demás, creyéndonos los reyes de las calles. La primer pelea a mano limpia fue cuando tenía quince años. Recuerdo que Derek había ido por mí después de una confrontación que tuvieron mis padres. Estaba sumamente molesto, mi madre seguía doblegándose hacia mi padre sin replicar. Tenía la ira en el cuerpo y temblaba por no ser lo suficiente fuerte para defenderla. Derek tenía diecinueve y siempre lo consideré como el hermano mayor que nunca tuve.

A Jay lo había conocido un año cuando entró a la pandilla. Peleábamos cada noche, nos poníamos de acuerdo un día antes y planeábamos los encuentros con nuestros contrincantes en algún lugar determinado. Los vecinos se quejaban, poniendo denuncias por la violencia que generábamos a diario. Con el tiempo, las sectas fueron desapareciendo hasta que nuestra pandilla era la única que quedaba. Fue entonces que supimos del gimnasio de Ernest.

Sacamos provecho de las luchas que organizaban y nos beneficiábamos ganando dinero como ahora. Llevaba la ganancia a casa, pero mi padre se lo arrebataba a mi madre, gastándoselo en su vicio. A los diecinueve, todo se fue desmoronando. La policía se dio cuenta de las peleas clandestinas en el gimnasio y cerraron el lugar.

Luego sucedió la muerte de mi madre, que fue una puñalada en el pecho.

Cuando mi padre huyó, traté de perseguirlo. Olvidé la pandilla y me fui de Crawford. Permanecí en casa de un tío de mi madre, quien también me ayudó en la búsqueda de ese maldito, pero fue en vano. No encontramos nada. Era como si hubiera desaparecido del mapa así de repente. Ahora, dos años después, la única alternativa que tenía, era esperar a que volviera al lugar de donde se había fugado. Fue por eso que regresé a la ciudad. Y todavía seguía con la mentalidad de enfrentarlo cara a cara.

Heridas Ocultas ✅ | editando |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora